Navidad, dulce Navidad…

No tengo intención de votar el 25 de diciembre si finalmente hay terceras elecciones. Ni por correo ni, por supuesto, en persona. Ni de aceptar ser parte de la mesa electoral si por desgracia me toca. A ver quién es el guapo que se pone a perseguir a todos los que se nieguen. Incluso por poco que les apetezca la comida con su suegra o su cuñado. La Navidad es sagrada, y los mierdas estos que tenemos de políticos no se merecen ni dos segundos de duda sobre qué hacer si nos convocan a las urnas de nuevo. Quedarse en casa es la única opción posible después de un año tomándonos el pelo con sus estrategias partidistas. La democracia está más a salvo con nuestra activa abstención que con los tejemanejes tramposos de esta insoportable gente.

Desde noviembre del año pasado nos están tomando el pelo con las dos manos. Estoy hasta las narices de sus discursos, sus amenazas, sus negativas, su victimismo. De esa increíble capacidad que tienen para la pose pasándose por salva sea la parte lo que podamos pensar los ciudadanos, pero permitiéndose al mismo tiempo el lujo de interpretarnos. Los políticos que nos han tocado en desgracia son una pandilla de insolventes intelectuales con toda la machacona soberbia de los que se creen únicos para salvarnos de nosotros mismos. Hace tiempo que dejaron de estar a la altura de la sociedad a la que deben servir. Su comportamiento desde noviembre de 2015 lo deja bien a las claras, y nos exime de otorgarles cualquier aval.

Nunca como ahora hace falta un cambio. De sistema electoral que haga justicia en el reparto de escaños, de mecanismos postelectorales para elegir presidente con garantías y premura, pero sobre todo, por encima de todo, de líderes de los partidos y de actitudes. Es imprescindible una revolución legislativa y de pensamiento que no nos vuelva a dejar 9 meses en funciones y con unos tipos a los hemos elegido para arreglar nuestros problemas creando otros que los agravan. Ya está bien de calculada desidia y de manejos partidistas. Ya está bien de tenernos como rehenes de sus planes de subsistencia. O espabilamos para que esta caterva de indecentes deje de utilizarnos para consolidarse a nuestras espaldas y a la de esta democracia a la que soban impúdicamente, o cuando queramos darnos cuenta se habran cargado hasta el pensamiento. 

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