Ay Santander, mi Santander…

Voy a dar gusto a mi amigo don Alfonso volviendo a escribir en esta nuestra revista digital. Y lo haré hablando de dos cosas que me tienen muerto, que sé que a él también le perturban: las barandillas en La Machina y el Metro-TUS.

Los santanderinos de toda edad estamos hartos de pasear por el borde la bahía. Cuando no había centros comerciales a los que ir a pasar la tarde, Netflix para ver series tirados en el sofá, ni consolas de 400€ para jugar a matar zombis (qué ironía está de matar lo que ya está muerto), nuestros padres nos sacaban los domingos a ver escaparates por el centro. Si hacía bueno, acabábamos dando una vuelta desde Correos a Puerto Chico lo más cerca del mar posible. Nunca hicieron falta barandillas. No recuerdo de nadie que se haya caído nunca. Ni siquiera se caen los turistas que se arriman hasta el borde. La prudencia cuando se hace eso se presume, no se impone.

Alguna lumbrera municipal ha pensado que ahora la bahía es un peligro que hay que acordonar con una barandilla. Hace años, cuando el asunto aquel de los parques eólicos que iba a llenar Cantabria de molinos de viento, el entonces alcalde puso el grito en el cielo porque los que se pusieran enfrente de la bahía iban a estropear su deliciosa visión. A los que le han heredado el cortijo les da igual la visión. Han plantado las barandas con desparpajo y arrojo. Tiene razón don Alfonso. Son una horterada y un despropósito que no aportan nada, que estorban, que molestan. A veces quien gobierna piensa demasiado en los demás. Hacer las cosas bien es fácil. Basta con dejarlas como están si no causan problemas. Las barandillas están de más. (Hablando del ex alcalde, por cierto, he leído, que es uno de los ministros a los que no conoce casi nadie. Cosas de salir del pueblo a hacer fortuna…)

La otra sinsorgada del año es lo del Metro-Tus. Otra sandez que, en contra de lo que piensa quien lo impulsa, ni hace de Santander una ciudad más avanzada, ni mejora la calidad de vida de los santanderinos. Por colocarse a la vanguardia de la nada, se han cargado el estatus quo de la movilidad, han empeorado el servicio de transporte en la periferia, han enfadado a los vecinos a los que han quitado aparcamientos, hacen más difícil acercarse al centro (y cruzarlo) y van a provocar atascos como si se estuviera acabando el mundo (menos para los taxistas). La estética de unos autobuses articulados y de unas marquesinas de aeropuerto se ha llevado por delante la cordura y un buen pellizco del presupuesto que otro buen uso hubiera tenido. Aparentar ser moderno es sólo eso, aparentar. El Metro-Tus es puro histrionismo y tontería

La balaustrada en la bahía y el Metro-TUS tienen mucho de intento de superación: el de ese complejo tan provinciano de ser de provincias y no querer parecerlo. Ambas son una burda apelación al pretender, un inútil intento de colocarse a nivel. Quienes paren estas cosas no se dan cuenta de que Santander tiene su esencia en ser como es, y en estar como estar. Hay que mejorarla, claro que sí, pero con ideas que se sostengan, y no con tendencias más cerca del absurdo que de la necesidad.

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