«Un regusto ligeramente amargo»
«Sapore di sale, sapore di mare,
un gusto un po’ amaro di cose perdute,
di cose lasciate lontano da noi,
dove il mondo è diverso, diverso da qui.»
(Sabor a sal, sabor a mar
El regusto ligeramente amargo de las cosas perdidas
De las cosas que dejamos lejos de nosotros
En otro mundo distinto a éste)
(«Sapore di Sale», Gino Paoli 1963)
Nadie sabe con certeza donde reside el alma humana. Se oculta en algún templo secreto perdido en la impenetrable jungla neuronal. Donde retumba el tam?tam de la conciencia y centellean las sinapsis que traducen nuestro mundo al lenguaje de los impulsos nerviosos. Nadie, jamás, podrá alcanzar ese lugar porque desde el cerebro trasciende el tiempo y el espacio. Y en la ruta que lleva a él acechan, feroces, las falsas memorias, las lembranzas del futuro, los remordimientos, los olvidos y las fantasmagorías imposibles.
El párrafo anterior no es la introducción a un ensayo epistemológico. Simplemente es un forma de «cubrirse las espaldas«. Puesto que voy a hablar de un breve viaje a Mónaco que tuvo lugar a mediados del siglo pasado y hay en mis recuerdos más de la vaporosa variabilidad de las nubes que de la fijeza de las obsesiones, nadie debe sentirse aludido. Como los políticos, me he reservado el privilegio de mentir y de ocultaros las verdades que hay en mi alma. Respetad tal privilegio y consolaos pensando que nunca os vereis en la tesitura de votarme y no correis, por tanto, el riesgo de que os gobierne un embustero.