VIGÉSIMA NOVENA HISTORIA – TUDELA DE AGÜERÍA

Iglesia Parroquial de Tudela de Agüeria

Iglesia Parroquial de Tudela de Agüeria

Mi madre fue una mujer muy integrada en la familia y en el pueblo de Tudela. Quiso siempre que sus hijos tuvieran el mismo apego por los suyos y por el lugar donde nació y vivió su infancia y juventud. Continuamente nos relataba las costumbres, las fiestas y los personajes más sobresalientes de la aldea. Me parecía haber vivido con ella cada uno de los pasajes anecdóticos que nos contaba. No sólo fueron esta transmisión oral la que nos unió con la familia de Tudela, sino también el trato frecuente con ellos en las muchas visitas que hacíamos a la casa de los abuelos.

Tengo un recuerdo muy alegre de los múltiples viajes, así como de las temporadas que pasé en Tudela.

Los viajes resultaban, en cierta manera, un poco aventureros por las circunstancias del modo de transporte, así como por la carretera tortuosa que nos llevaba desde San Salvador. No podemos olvidar que estamos en los años cuarenta y que padecíamos una enorme carencia de las cosas más elementales. Este déficit era más grande en el aspecto técnico y de una manera especial en el mundo del automóvil.

Los Petimalé disponían de dos furgonetas para reparto diario del pan. Una de ellas era la típica furgoneta americana de los años treinta, que había venido de segunda mano y con retraso a España. Era un coche único en el pueblo y en la comarca. Nos sentíamos, como niños que éramos, orgullosos de esta adquisición que había hecho la familia. El coche rubia[1]tenía el capó y el techo de chapa pintada, el resto era de madera barnizada con ventanas acristaladas a ambos lados. La parte de atrás era recta, con dos puertas que se abrían hacia fuera, de la misma madera y forma acristalada que los laterales. Tenía tres filas de asientos, era muy amplia y resultaba cómoda cuando no iba excesivamente cargada, cosa que ocurría muy pocas veces.

Salíamos alegres de San Salvador en nuestra flamante ranchera, íbamos cantando hasta llegar a las primeras curvas de la Rebollada, donde sufríamos la primera parada obligada por el mareo de alguno de los niños. Siempre tuve la desgracia de marearme con facilidad. Yo creo que lo heredé de mi madre y los dos lo pasábamos muy mal. No obstante la alegría, por la visita a la familia de Tudela, merecía la pena el sacrificio poco agradable del mareo consiguiente. A la vuelta parábamos obligatoriamente en Mieres para despejar de las secuelas del paso por el puerto del Padrún y de la Rebollada. Todavía hoy, cuando veo por televisión a los ciclistas coronar el puerto en la Vuelta a España, me viene el recuerdo de nuestros viajes a Tudela.

Una de estas paradas obligadas en Mieres coincidió con las fiestas patronales de San Juan. En ellas sufrí el primer percance desagradable que recuerdo desde que tengo conciencia. A mi padre le gustaba llevarnos a los caballitos, a las barracas y al circo que estaban instalados en la explanada que había delante de la estación del Vasco Asturiano. Los tres hermanos íbamos cogidos de la mano de mis padres, pero no sé de qué manera me solté y fui a parar delante de la entrada del circo. Sólo recuerdo que me recogieron dos chicas jóvenes, me preguntaron el nombre y el pueblo. Se acercaron a una plataforma que había delante del circo y pidieron que anunciaran mi nombre por los altavoces sin soltarme de la mano ni un sólo momento. Después de unos minutos interminables aparecieron mis padres que venían nerviosos, desconsolados preguntando a todos los conocidos y me abrazaron con mucha fuerza, tanta que todavía la siento en el día de hoy.

La nostalgia por la familia, las gentes y el pueblo, que mi madre siempre exteriorizó, hizo que yo me sintiera más cerca de la familia de Tudela, quizás porque siempre estuve más cerca de ella. Desde pequeño mantuve una relación de comunicación muy intensa con mi madre. Nos entendíamos muy bien, todo el mundo me decía que era tudelano y que había heredado su gran sentido del humor, pero en esta cualidad nunca hemos sabido imitarla ninguno de los hijos.

Mi madre no sólo mantuvo una relación materno-filial conmigo, sino que iba más allá, creando una gran complicidad entre los dos. Este nuestro cariño imperecedero lo siento con la misma intensidad a pesar de la situación, la distancia y ahora su falta.  Cuando estaba en el internado esperaba con ansiedad la llegada del correo para leer sus cartas y sentir los mimos maternos que necesitaba. En ellas me contaba todas las noticias de la familia, los amigos y las gentes del pueblo. Siempre fui muy preguntón por los acontecimientos de San Salvador y procuraba ponerme al día rápidamente. En cuanto llegaba de vacaciones indagaba en las personas que yo sabía mejor informadas. Mi madre que sabía de este, mi defecto, me contaba con detalle lo más sobresaliente desde mi marcha.

De esta comunicación permanente con mi madre viene mi apego, conocimiento y trato con la familia de Tudela.
El pueblo de Tudela contrastaba con el de San Salvador en muchas cosas que para mí resultaban novedosas. Era un pueblo más agrícola y ganadero, o me lo parecía a mí, porque el ambiente familiar en el que yo me desenvolvía, más ligado al mundo comercial, contrastaba con el conjunto de circunstancias que rodeaban a la familia de Tudela.

La furgoneta “rubia americana”

La furgoneta “rubia americana”


[1] Rubia, automóvil con dos o más asientos para viajeros y la parte posterior acondicionada para transportar carga.

1 comentario

  • Por Ratón, 27 enero 2014 @ 10:53

    Estaba esperando con ansia el siguiente relato de sus vivencias. Me parece precioso. La relación con su madre es entrañable y muy emotiva. Me atrevería a decir envidiable. Tan envidiable como su prodigiosa memoria. Como todos los anteriores la descripción es tan pefecta que a uno lo traslada, como si se tratase de una película, a estar viviendo en ese momento. Queda patente que debió ser una gran mujer y que supo inculcarle, entre otros muchos valores que denota a través de sus historias, el gran sentido del humor, tan patente a lo largo de todas sus vivencias.

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