Plátanos de Canarias

Se me ha instalado en el cuerpo la tensión por la subida del precio del kilo de plátano de Canarias. Vigilo a cuánto cotiza en un supermercado de una cadena vasca, y en una semana ha pasado de 1,79€/kilo a 1,99. 20 céntimos, más de un 11% de incremento. Aquí no hay rebajas por comerlos pasados de fecha. Las recomendaciones del ministro de Agricultura no han llegado a la fruta, aunque todo se andará. Sólo es quitar el ‘pocho’, y para dentro. (Anda que no lo habrá hecho pocas veces mi madre cuando yo era chaval).

Me consta que el proceso de cultivo del plátano es laborioso. ‘Deshijar‘ (dejar sólo una de las plantas que nacen junto a la principal que da la fruta), quitar ‘carepas‘ (hojas secas), y ‘gomilla‘ (las flores de cada vaina), cortar la bellota (parte final del racimo) antes de la recolección, y por fin, recoger los racimos. Todo en un año, sin olvidar los riegos del clima, el desparasitado, la consolidación de las plantas… Mucho que hacer, con muchas pequeñas plantaciones a cargo de únicos productores que ponen sus plátanos en las cooperativas para que sean ellas las que hagan la comercialización, compitiendo con la de las bananas venidas de América y de países africanos.

He buscado en internet los costes de producción que tiene el plátano, pero no he encontrado nada concluyente. O sí. Este año, la falta de ventas para la distribución ha llevado a la destrucción en origen de más de un millón de kilos solamente en la isla de La Palma. A cambio, los cultivadores reciben ayudas públicas que compensan sus gastos y su esfuerzo, aunque seguramente ni ese era su objetivo, ni lo recibido estará a la altura de la ganancia posible en un mercado equilibrado y justo de sus productos.

Subvencionar la actividad agrícola para que luego la recolección vaya a parar a un barranco (o a una alcantarilla, como la leche) es una política muy española que no modera la producción, ni por supuesto sirve para modular los precios ni en origen ni para el consumidor. Tampoco favorece la competencia de los productos nacionales con los traídos de otros países. El plátano es un buen ejemplo: se tiran toneladas de ellos porque no se colocan, y los que pueden hacerlo acaban teniendo precios incapaces de enfrentarse a los de los que llegan de fuera, que incluso con el valor añadido de la intermediación (el transporte sobre todo) se mantienen muy por debajo.

En un contexto de libre mercado no caben intervenciones que alteren los principios de formación del precio ajenos a la oferta y a la demanda, ni a la negociación autónoma de vendedores y compradores. Pero tampoco parece razonable que la compensación del exceso productivo que no puede colocarse en el mercado porque no puede competir con productos similares, que se hace con dinero público, no derive en una ventaja para el consumidor. Para que los plátanos canarios acaben en los supermercados a precios asequibles hacen falta plátanos canarios adecuadamente pagados a sus productores, y un mayor control sobre los elementos intermedios que provocan que, como ahora, se encarezcan y no se compren. No se trata de poner trabas a las bananas de Camerún o de Venezuela, si no de promover el comercio justo de los plátanos de Canarias. Si se hace con lo que viene de fuera, por qué no intentarlo con lo que viene de aquí.

(PD. Justo antes de acabar este artículo, el supermercado donde compruebo lo que cuestan los plátanos (y los compro) ha puesto de oferta las bananas de Camerún, rebajando su precio en 20 céntimos el kilo. Los plátanos de Canarias mantienen el suyo).

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