Política de medianías

Sigo con interés todo lo que pasa en Cantabria. El circo de tres pistas de la política nacional me aburre, así que qué mejor que pasar al espectáculo de provincias, mucho más pobre pero con esa gracia mediocre que entretiene durante más tiempo. Además, conozco mejor a la troupé, y me cuesta menos identificar sus derivas, que son por cierto las de toda la vida porque ellos mismos son los de toda la vida. Los Revilla, Diez Tezanos, De la Serna, Diego, Casares, Fuentes Pila… son mis campeones de la sinsustancia guerrera y el ridículo cateto.

Cada nuevo asunto que salta al escenario público es un remedo de otros tiempos. Esa pelea bronca entre el ayuntamiento de Santander y el gobierno de Cantabria es tan vieja, tan inútil y tan perjudicial como lo fue siempre. Esos dos gobiernos en uno, esa coalición entre el ego del presidente y la necesidad de supervivencia de la vicepresidenta, da para lo mismo que en 2003. O sea, para nada que no haya sido el ir tirando colocando amigos y pagando favores. Ese parlamento de bullicio de mercado y runrún de pelea tabernaria sirve para la misma nada que hace años. Cantabria ha vuelto al pasado de los remiendos políticos y la desnutrida mediocridad intelectual de sus dirigentes.

La vida política ha cambiado casi en todas partes. Los emergentes, esos que van de lo nuevo pero que tienen los mismos tics soberbios de lo viejo, han elevado un tono el gris que lo inunda todo. Ahí está el ayuntamiento de Santander, en manos de un pijo engreído que tiene que plegarse a tiempo parcial a su otra derecha si no quiere que la multioposición no le tumbe los grandes planes para la ciudad -un metro…-  Y la oposición misma, un cóctel rancio de intereses personales y equilibrios de partido que baila la conga de las izquierdas revolucionarias llegadas desde las mismísimas manifestaciones populares, la necesidad de reivindicarse de líderes de paja como Casares, y la de revalidar con viejos discursos el acierto de su proyecto de candidatos de marketing como Fuentes Pila. Un poco lo de siempre aderezado con lo de toda la vida.

En fin. Que estar pendiente es lo que tiene. Hoy unas risas, mañana otras y al final de semana, carcajadas incontenibles al aire. Madrid está muy bien. Tiene el congreso y el senado, dos bolsas de vagos incuestionables. Y un ayuntamiento mezcla entre ministerio y caja de truenos. Pero Cantabria, y Santander, son mi show, una fuente inagotable de sano cachondeo a cuenta de incapacidades, chulearías, excesos verbales y pose, mucha pose de medianías disfrazas de excelencias a las que no llegan ni por asomo. Es lo que hay (y que no falte).

El metro

El metro es un lugar fascinante. Pero el metro de verdad, el que va por debajo de tierra atestado de gente a primera hora y a última, con el calor a tope en invierno, y en verano, y que nunca coges a tiempo por mucho que te empeñes. El de Madrid, con sus frecuencias imposibles, sus escaleras de acceso averiadas y sus líneas cerradas de junio a octubre por obras de mejora. El de los 54€ de abono mensual para zona A, y los 5 para ir (y otros para volver) al aeropuerto. Ese, y no la pijada que se le ha ocurrido al alcalde de Santander para dilapidar millones sin más justificación que el ego y esa insufrible necesidad de hacer de la ciudad un paraíso de modernidad que ni es ni necesita ser. Con este consistorio, la competición por la excelencia, en cualquier aspecto, está perdida. 

En los vagones, y en los andenes, a cualquier hora del día hay de todo. La sociedad real, la que curra desde las 7 de la mañana y vuelve a casa a las 11 -a razón de 800€ mensuales-, la que arrastra la vida de costado, la que va siempre justa y no puede entretenerse con florituras, esa viaja en metro, y se hace muchas paradas. En el metro la gente no habla de pactos de gobierno, ni de los invitados de ese remedo de la España televisiva oficial de los 70 que es Bertín Osborne, ni siquiera de los trajes de los Reyes Magos de Carmena. En el metro se habla de cansancio, de contratos que acaban, de contratos de empiezan, de familia que está lejos, de amigos que se van, de pisos compartidos y de habitaciones por alquilar para llegar a fin de mes. No quedan tiempo ni ganas para los adornos, ni para toda esa tontería que supura el Madrid capital del Reino en el que conviven los vividores que nos representan con los figurones que les hacen los coros, y a los que solo se ve en los vagones cuando salen en las teles encastradas en el techo.

Cuenta la leyenda que el metro de Madrid era el mejor del mundo. Que tenía muchas frecuencias, estaba limpio, era barato y se viajaba cómodo. Ahora cuenta la realidad que la cosa ha ido a peor, con menos trenes, menos espacio, más descuido y más caro en la relación calidad-precio, esa inhumana ratio que pone a los servicios públicos y a quienes los gestionan en el sitio que les corresponde, y que sufrimos los que pagamos unos y a otros. Aun así, aquí se usa. Mucho. Y se vive. Y se padece. El metro es parte inseparable e irreductible de quienes viven Madrid a diario. De los turistas que van hasta la parada de Sol y lo disfrutan como parte de su viaje también, claro, pero sobre todo de los que tienen incluido el tiempo que lo usan en su timing diario. Solo por eso merece más atención, y más cuidados. Para que además de una aventura sea un transporte, y un transporte reflejo de su precio, de su uso y de la ciudad que recorre bajo sus calles. El que el alcalde de Santander quiere que adorne la ciudad que sea el que el presupuesto aguante y los santanderinos dejen. El de Madrid, el que hace falta. 

Irme, y ni así…

De vez en cuando, cuando me meto con alguien del PSOE de Santander o de Cantabria, me sale algún palmero local poniéndome a escurrir. Que si resentido, que si escocido, que si con envidia. No se dan cuenta de que pinchan en hueso. Primero, porque con la edad estoy en el camino de relativizar la importancia de que me critiquen. Vamos, que se la doy lo justo, y solamente cuando viene de alguien contrastado. Mis respetos están cada día mucho más medidos, no se reparten ni con generosidad. Quienes me insultan porque no tienen más argumento no merecen otra cosa que el más activo de mis desprecios.

En segundo lugar, porque mis opiniones no están cautivas de débitos pendientes ni de favores por abonar. Siempre he dicho lo que me ha dado la gana, y ahora lo hago más que nunca. Es lo que tienen la libertad de expresión y la autonomía intelectual, valores muy en desuso en los tiralevitas en general, y en particular en los que se revuelven contra mi. A diferencia de ellos, que cantan lo que les escriben (y si no lo hacen pierden colocaciones y sinecuras) mis opiniones son absolutamente independientes, y mías. No me debo a pensamientos únicos ni a guiones impuestos ni a posiciones obligadas.

Y en tercer lugar, y no aspiro a que esta razón la entiendan todos ellos, porque la pleitesía acrítica daña el intelecto. Como doblar la espalda por todo, que provoca tirones. No decir con absoluta libertad lo que se piensa vuelve a la gente gilipollas. Y a los gilipollas que repiten como loros lo que piensan otros, más gilipollas aún. Tener vida propia en el pensamiento es un ejercicio que mejora la vida y ayuda a crecer personalmente.

En 2011 me di de baja del PSOE. Ya he explicado las razones que tuve para hacerlo, y que son tan respetables como las de los que siguen agarrados al clavo ardiendo de la militancia socialista. Nada me ata a direcciones ni a postulados oficiales, esos que tan mal llevan los que me faltan al respeto cada vez que usan el insulto cuando ejerzo mi legítimo e ilimitado derecho a criticar a quien de los suyos me de la gana cuando me de la gana. Es verdad que muchos de ellos no pueden aspirar a mayor esfuerzo. Es una cuestión de aptitud. Por eso no se lo tengo en cuenta. A contrincante débil, respeto y compasión. Pero cansa tanta fijación, y tan pobre argumento. Ni siquiera vivo ya en Santander…

Seguro que seguirán. Como dice mi padre, a un tonto se le acaba el camino pero el tonto continúa andando. En realidad no pretendo que los tontos me olviden. Me conformo con que me dejen en paz, o en el peor de los casos, sean más profundos, más imaginativos y más veraces con sus reproches. Ganarán ellos, que podrán descubrir lo sencillo que resulta pensar, y ganaré yo, al menos en salud, porque me llevan los demonios con tanta tontería.

Opiniones libres