Alcaldable socialista 2.015

Llevo un par de semanas intentando escribir un artículo para apoyar al candidato socialista a la alcaldía de Santander, y no hay manera. En 2.011 no me costó nada hacerlo, pero esta vez no doy con los argumentos, no estoy nada motivado. No tiene nada que ver con que no vote en Santander -estoy empadronado en Madrid-, ni con que ya no sea militante del PSOE -me bajé del invento en diciembre de 2.011-. De verdad que Pedro Casares me cae bien, es buen chico, cuenta con mucha formación -un doctorado incluso-, va siempre muy elegante. Dicen en su partido que tiene mucho futuro, y además se ha ganado la candidatura en unas elecciones internas -cómo se organizan esas cosas es otro tema-, pero a mi ni me entusiasma ni me convence. Un amigo que sabe mucho de sociología electoral le vaticina un pobre resultado, algo así como la mitad de los concejales actuales, y a ratos hasta me parecen muchos…

Casares es un típico producto socialista para una ciudad donde el PSOE nunca ha sido capaz de acertar ni con sus candidatos, ni con sus propuestas, ni con su estrategia electoral. Las inercias y los errores han estado por encima de la capacidad de seducir de sus cabezas de cartel, que llevan desde hace lustros pasando sin pena ni gloria por la casa consistorial, y de toda la vida en la fría oposición. Mientras la derecha ha sabido consolidar sus posiciones a base de clientelismo histórico, explotando ese fondo conservador que le da a Santander el aire de seguir en 1.914, la izquierda se ha pasado el tiempo enzarzada en peleas y experimentos, sin talento para sorprender ni para innovar. Y esta vez la elección ha sido la misma, y el final del camino habrá de serlo igualmente. Este candidato representa lo de siempre, amparado por los de siempre, con el discurso de siempre, las maneras de siempre y la medianía de siempre. Acompañado en su papeleta por gentes tan estupendas como él, pero también el fruto de pagar apoyos y premiar fidelidades, que es como en los partidos tradicionales se entiende eso de la proyección, el mérito y la idoneidad. Las familias mandan, y en las negociaciones de sobremesa y café no solo se acuerda quién paga la comida, sino cómo se reparten los pasteles y los puestos en las listas.

El PSOE lleva casi toda su vida reinventándose, recuperándose de malos gobiernos, malas decisiones, malos dirigentes. Haciendo equilibrismos programáticos, reformulando sus propuestas, ofreciendo caras nuevas y nuevos discursos a los ciudadanos como respuesta al desafecto. En Santander el invento no funciona, por mucho que Pedro Casares remede a Pedro Sánchez y se ponga camisa blanca sin corbata. Al lider nacional le acechan las envidias y las luchas a navaja entre muy partidarios y menos partidarios, y en cada esquina le espera un amortizado con un palo. Nada nuevo desde que a Felipe González se le puso flamenco Alfonso Guerra. A Casares le hacen sobra el pasado, que resucita fantasmas cada cierto tiempo y los coloca en comités de campaña y de estrategia, y un presente a rebosar de oportunidades perdidas y formas antiguas. Rodeado de estereotipos que la ciudadanía lleva decenios rechazando, y que los intentos de mostrarse moderno, cercano y participativo no logran superar. En otras circunstancias, con otro panorama social, y desde luego con un partido renovado de verdad en gentes y maneras, Pedro Casares no sería un mal candidato. Pero ni las circunstancias, ni a veces una actitud demasiado obediente -la única garantía para estar en primera línea cuando no se es el enredador que decide quien se queda y quien sale por la puerta- le favorecen para nada. Tres concejales es lo mejor que podrá pasarle.

En fin, que de poder serlo, Casares no sería mi elección. Y que mucha suerte. Corren malos tiempos para la lírica política, y el candidato del PSOE sale a la tormenta sin paraguas y con calzado de verano. Ojalá mi amigo adivino no acierte en mucho, y al chico no le vaya tan mal, porque de irle, le esperan cuatro años muy jodidos, incluso si le dejan.

 

Nada interesante…

Iba a escribir un sesudo artículo a cuenta de la demanda de paternidad que el Supremo ha admitido contra el Rey don Juan Carlos. Pero entre un churro que he leído en El País escrito por un barroco del derecho, espeso y antiguo, y las sabiondas y asentadas opiniones a las que han ido llegando los expertos que pontifican en los programas de la tele, me he venido abajo y se me han quitado las ganas. Seguro que lo que yo diga no está a la altura del asunto, ni desde luego de las tan bien construidas posiciones de tertulianos de medio pelo y presentadoras de la otra mitad. En cualquier caso, me parece muy bien que se haya protegido el derecho de la demandante a investigar quién es su padre, y de paso se de al Rey la posibilidad de decir lo que estime conveniente. Estoy convencido de que si don Juan Carlos cree que es el padre de esta mujer, así lo reconocerá. Ella ganaría un padre, un apellido de lustre y una parte de herencia, y nuestro viejo Rey a una hija con la que compartir la jubilación y los momentos que no puede tener con la Infanta Cristina. Y si no lo cree, tratará de que quede tal judicialmente asentado, haciendo uso de los instrumentos legales que tiene a su alcance como el resto de los ciudadanos (que la causa la vean en el Tribunal Supremo no es un privilegio. Es una putada que reduce las opciones de recurso). Seguro además que a la Reina doña Sofía, a estas alturas, se la trae al pairo si su marido tiene uno o siete hijos por ahí repartidos. Se la ve feliz en su nuevo papel, yendo y viniendo donde le da la gana sin los corsés de la Corona compartida. Y como desde el punto de vista constitucional, un hijo extramatrimonial no tiene la menor de las trascendencias en cuanto a la sucesión a la Corona, esto, salvo antimonárquicos y prorrepublicanos, no da más de sí, ni desde luego afecta para nada al Rey Felipe VI. Él está a otras cosas, y en mi humilde opinión no le va nada mal.

También había pensado dar réplica al último artículo de mi compañero en este digital, y buen amigo, don Alfonso del Amo. Él, que es un liberal íntegro, ha tenido la humorada de escribir una no-carta a los no-reyes, pidiendo imposibles (que si igualdad en las comunidades autónomas, que si adelgazar la estructura del estado, que si reducir la burocracia, que si prohibir el déficit, bajar los impuestos y las cotizaciones sociales,…). Don Alfonso quiere menos Estado (incluso diría que nada de Estado), dejándonos a la buena de Dios, que como nos concedió libre albedrío es tanto como decir que allá nos apañemos y ‘el que más pueda, capador’. Yo soy más de que el procomún, adecuadamente nutrido por lo que se obtiene con un sistema progresivo de impuestos, sirva para cubrir las necesidades básicas de todos en orden a una convivencia solidaria en la que quien más tenga, más aporte, y quien más precise, más reciba. Por supuesto, con justicia, libertad e igualdad como principios rectores, y bajo la mano gestora de personas honestas y responsables que antepongan lo colectivo a lo personal, a las que no se les quede entre los dedos lo que no es suyo. Un imposible, vamos, como el listado de sueños de mi amigo Del Amo, así que también para hablar de esto me he quedado sin fuerzas.

Seguro que si recurro al alcalde de Santander y esa declaración de bienes que ha incluido en la primera entrada de su nuevo blog (para ser el regidor de una smartcity que va de guay tecnológica ha tardado mucho en lanzarse a usar las herramientas de la Sociedad de la Información para relacionarse con los ciudadanos. En esto va a la par que la ciudad, un poco por detrás de los tiempos…) tenía para un par o tres de buenos párrafos. Pero por ser sincero diré que De la Serna me aburre. Soberanamente, además. Tiene solamente un año menos que yo, y parece que tenga 15 más. Es rancio en sus formas, atascado de maneras, superficial, políticamente irrelevante (por mucho que desde que era concejal de Aguas ya pareciera que iba para ministro, o de que le tocara en la prórroga la presidencia de la FEMP). La pelea con el presidente de Cantabria que alimenta como estrategia para tratar de ser alguien resulta cansina. Sus acciones de gobierno dan pereza, porque no son más que vulgares repeticiones de cosas que ya se ensayaron en el pasado, en su momento, que no es el de ahora. Todo él, y todo su equipo (se salvan en realidad tres concejales justos), rezuman la antigüedad de los que se han quedado sin ideas, y sobreviven por pura inercia (y porque la alternativa, que todo hay que decirlo, resulta tan patéticamente insustancial que no da para ensoñaciones). Total, que tampoco Íñigo y su mundo del siglo XIX pretenciosamente colocado en el digital XIX me apetecen (intenté hace dos meses registrar telemáticamente un escrito, y mi navegador -actualizado, como es lógico, a la última versión- no me dejó porque la web del ayuntamiento -smartcity, no se olvide- no admite protocolos de seguridad tan modernos…).

Visto lo visto, creo que me voy a reservar para el siguiente post, que tal vez esté menos desganado y más inspirado. Siento no haber estado interesante en esta ocasión…

Elecciones, candidatos

1321532704_842095_1321543631_sumario_normalYa no queda nada para que el show multicolor de las elecciones locales, con su carrusel de mítines multitudinarios (una cosa muy antigua que sólo se sigue usando para ver quién la tiene más grande…), visitas a los mercados (otra antigüedad que aunque se acompañe de entrega de flores o de caramelos y globos queda igual de pasada de moda) y reparto de propaganda por la calle (los que tienen posibles, además montan tenderetes para que los militantes más destacados luzcan afiliación activa) aterrice en nuestras vidas. Todos esos políticos que llevamos cuatro años sin ver el pelo, o viéndoselo pero poco y mecido por el viento en sesiones de fotos para la galería, se nos harán tan cotidianos como el café con leche de la mañana. Aburridamente cotidianos, por cierto, contando lo de siempre, metiéndose con el de enfrente como siempre, y haciéndonos pasar por tontos con sus charlatanadas inconsistentes de siempre. Diría que el rollo dura sólo los 15 días de campaña (y los tres meses de precampaña, con sus inauguraciones de cemento fresco, infografías de colores y mucha cara dura, sobre todo mucha cara dura), pero por desgracia aguantarles incluso sin verles en toda la legislatura nos ocupa cuatro largos años.

Santander ya tiene dos candidatos, que son más de lo mismo en las dos orillas del río ideológico. De la Serna, para ganar y tirarse todo el mandato viendo qué se apaña en el gobierno de España para salir por patas de una ciudad que se le ha quedado pequeña para tanta ambición que dicen amigos míos que tiene (también dicen que se le nota mucho, y que no la gestiona bien, que le puede la soberbia). Y Casares para perder, que es el sino de una izquierda que cambia más de zapatos que una estrella de cine, sin consistencia alguna y herida de muerte desde hace décadas por las luchas internas escenificadas con luz, taquígrafos y a muerte, sin vergüenza alguna porque se les vean las vergüenzas a cada candidato que seleccionan. Con todo el respeto del mundo a los que votan, que son los que eligen (y al partido que lo nomina, faltaría más), un mono que fuera en el cartel electoral de la derecha, un mono que sería investido alcalde. En Santander lo malo conocido triunfa, y lo bueno por conocer no es ni bueno, ni desconocido.

Y a esta triste partida de cinquillo, que la cosa no da para más, en la que los vecinos hacen de garganzos de las apuestas, ni el PRC repitiendo experimento de regionalismo urbanita de salón (a la sombra de Revilla, arremangado, vendiendo modelos de provincias para superar los males nacionales, para sonrojo de los que se acuerdan que fue 8 años viepresidente con el PP y otros 8 presidente con el PSOE), ni IU o UPyD jugándoselo todo a romper el bipartidismo explotando sus propias fragilidades, ni siquiera Podemos y esa fuerza arolladora que transmiten sus líderes cada vez que abren la boca (y que por ahí mismo se les va a ir yendo a medida que la jauría de los partidos de siempre aprieten el paso para echarlos sin contemplaciones de la mesa de juego) van a ponerle ni una pizca de gracia. La política de siempre, que hacen los de siempre para conseguir lo de siempre (o sea, nada) está muy sobrevalorada. Sobre todo por los que se dedican a ella, capaces de travestirse de lo que haga falta (y ahora se lleva la regeneración, la transparencia y el acabar con la corrupción) para seguir pegados a sillones, sillas y butacas.

Esto es lo que hay. Da pereza, sobre todo pereza. Y es cansino, muy cansino. La democracia tiene estas cosas, que para perfeccionarse nos obliga a pasar por escuchar promesas que quien las hace sabe que no va a cumplirlas, por soportar discursos de iluminados que por supuesto que saben lo que hay que hacer para que nos vaya mejor (y a ellos también, por descontado), por ver jetas cinceladas al sol de la desfachatez y que llevan años metiéndonosla doblada (o que quieren llevarlos). En fin, que no queda otra que tener paciencia y muchas dosis de cinismo para hacer creer a todos esos que dicen ser nuestra salvación que sí, que eso es. Y que gane el mejor en mayo, que yo creo que paso.

Opiniones libres