En la muerte de Suárez

Ciudadanos-rinden-homenaje-sil_54404023628_54028874188_960_639En España sabemos hacer tres o cuatro cosas bien. No más, pero en esas somos los mejores. Una es cumplir con el ritual de la muerte. Convertimos velatorios y entierros en celebraciones como bodas y primeras comuniones, pero sin el convite. El muerto sólo es la excusa para el ringorrango. Las coronas de flores y los ramos dan la medida del éxito social del evento. Y el todo es la ocasión que ni pintada para el cinismo, que es otro de los deportes nacionales. Las capillas ardientes subliman la capacidad que tenemos en este país para la hipocresía, quedando bien, como haga falta, con el que se va y con los suyos ahogándolos en loas de corcho y lágrimas de cocodrilo. Ahí está la muerte de Suárez como un buen ejemplo.

En más tiempo no habrían cabido más pelotas. Desde que el histriónico de su hijo avisara de que a su padre le quedaba poco, las colas de políticos y periodistas para enjabonar al muerto han sido casi tan largas como las de los ciudadanos que han visitado su capilla ardiente. Hasta el hartazgo intelectual, sin ninguna vergüenza, en una descarada competición por hacer la lisonja más barroca, dando coba como si muchas de sus propias historias en ese pasado que el presidente Suárez vivió en los años ochenta también hubieran sido atrapadas por la desmemoria del Alzheimer. Entre sus compañeros de la Transición, en todas las orillas ideológicas, no han faltado quienes han enmascarado el menosprecio de entonces emergiendo ahora como los más leales de sus camaradas en aquel proceso para la recuperación de las libertades. Entre los profesionales de la comunicación, tampoco los que no siendo nadie en esos días, o siéndolo pero a lo único que ayudaron fue al desprecio al presidente sin límites ni siquiera en lo personal, se han presentado como cómplices partícipes de su labor. Demasiada gente lavándose la cara, superando la mala conciencia, apropiándose de méritos, los de Suárez, que no son los suyos.

La memoria histórica de muchos es selectiva, y sus chaquetas reversibles. Por cada alabanza hasta el empalago que durante estos días algunos han hecho del presidente Suárez, cabría un documental de varias horas sobre lo que decían de él en 1.980, y sobre lo que no han dicho desde que se supo que había perdido la cabeza y no se acordaba de quién era. Las hemerotecas están cargadas de testimonios que les ponen en evidencia. La justificación para tanta evolución del pensamiento ha recorrido tantos espacios comunes y tan sobados estereotipos que dejó de ser creíble después de que la usara el tercero que intervino en debates y tertulias sobre el papel de Adolfo Suárez en la restauración de la democracia. A nadie le he escuchado una disculpa por lo expresado antes y corregido ahora. Mucho taconazo y mucha corbata negra, pero poco examen de conciencia sobre el trato dispensado al muerto en el pasado. Algo que, por cierto, si ha sabido hacer la ciudadanía, ajustando su juicio histórico sobre el presidente con su homenaje popular en la calle y en las muchas horas empleadas para rendirle tributo pasando por delante de su féretro apenas unos segundos.

Somos una nación de excesos. Cuando hay que poner a alguien a caer de un burro, escogemos el burro más grande y los insultos más sonoros. Si lo que toca es la ovación y el agasajo, nos dejamos las manos aplaudiendo y adulamos como si no hubiera mañana. Así es la cosa. La emoción se nos desborda siempre por los extremos, a veces por los dos a la vez. También tenemos una enorme capacidad para el olvido, de lo propio y de lo ajeno, y para convertir lo dicho ayer en otra cosa hoy, con desparpajo y sin tensiones de conciencia. Y cuando todo se junta alrededor de un muerto, tenemos el entierro de Adolfo Suárez. Tal cual. Sin anestesia y hasta el vómito de la insolencia.

(Este artículo fue incialmente publicado en el diario digital ‘El Portaluco’ –aquí el original-)

‘Robando’ fotos

Foto_RobadaLa hija de una amiga de mi madre tiene un blog. Una cosa sencilla, sin pretensiones, como otros muchos que pueblan la red. Le gusta el ‘patchwork‘, y escribe sobre ello para compartir experiencias, pero sobre todo para entretenerse. En diciembre, en Sarón, se celebró un mercadillo navideño sobre esta manualidad, y Lara (que así se llama la chica) hizo un post e incluyó varias fotografías. En una de ellas, que tiró su marido, salen mi madre y Josefina, la suya, a las que pese a estar en un lugar público, pidieron permiso, tanto para retratar como para reproducir el retrato en el blog. Hace una semana, el día 6, El Diario Montañés incluyó en sus ediciones en papel y digital la fotografía del blog de Lara para ilustrar una noticia. Lo hizo sin pedir permiso, sin incluir autoría, sin hacer ninguna referencia a su origen, atribuyéndosela como propia. Y además, en una información sobre el mercado de Sarón que nada tenía que ver ni con el post ni con el evento del que este habla, en un ejercicio palpable de vagancia, de falta de profesionalidad y de mala baba.

Lara está muy enfadada. Y su marido, y mi madre, y la suya. Y yo. Ha pedido explicaciones por este uso indebido de la foto, y desde El Diario Montañés le han dado la callada por respuesta. Yo también se las pedí a alguien que trabaja en ese medio, y algunas palabras hemos cruzado, pero por desgracia peores que el hecho en si del ‘robo’ (ojo al entrecomillado, que es el mismo que he empleado en mi denuncia del asunto a través de las redes sociales). A Lara le han tomado el pelo dos veces, ‘robándole’ la foto y no dándole excusa de la fechoría. Y a mí, mi interlocutor me ha tomado por tonto. Ha tachado mi apoyo a Lara en su derecho a una disculpa de ‘bobada’ (sic), y justificado el empleo de la fotografía sin autorización por tratarse de una foto ‘sin el mayor interés, nada comprometedora, en un lugar público’ (sic). De que la foto no es propiedad del periódico que la ha publicado, que debería haber obtenido consentimiento para ello, no ha dicho nada. De que después de utilizarla, sabiendo que no podían, deberían haber contestado al requerimiento de Lara de una explicación, tampoco. De que no se puede ir por el mundo atropellando la propiedad intelectual ajena, y menos aún menospreciando con soberbia el legítimo enfado de a quienes se la pisotean, menos aún.

La generalización entre la ciudadanía de los canales y las herramientas para poder expresarse gracias a las nuevas tecnologías, ha traído consigo también la generalización de abusos como el que ha cometido El Diario Montañés con la fotografía de Lara. Nadie que publique en el ‘social media‘ está a salvo de que un medio de comunicación cualquiera le ‘robe’ un artículo, una fotografía, un video. Con total impunidad, sin cortarse un pelo, amparándose en una legislación compleja de entender y que manipulan a su antojo. Ni tampoco lo está de que le ventilen su justa queja, si es que lo hacen, con burdas explicaciones sin ningún poso de inteligencia como las que a mí me han dado. La falta absoluta de ética profesional que implica apropiarse de la creación ajena, que es exactamente lo que ha hecho El Diario Montañés, campa a sus anchas en las redacciones de muchos medios informativos que han encontrado en la ‘sustracción’ de lo de otros una vía para suplir carencias e incapacidades.

Las grandes empresas de la comunicación han conseguido que el gobierno les apruebe una norma que obliga a los indexadores de noticias y a los espacios que las recogen de otros al pago de compensaciones por el beneficio que estos obtienen con un trabajo que no hacen ellos. Aún poniendo en duda que esto sea así, y considerando que la medida empobrecerá la capacidad que tenemos para informarnos, nada que objetar. Los resultados del ingenio, por sencillos que parezcan, hay que respetarlos, y en su vertiente mercantil, pagarlos. Pero no es de recibo que mientras ellos, por la mañana, denuncian plagios, copias y ‘robos’ de su producción, se dediquen, por la noche, como ha hecho El Diario Montañés, a ‘levantar’ las elaboraciones de otros. Lara se merece un respeto que no ha tenido, idéntico al que este periódico ha reclamado cuando sus informaciones han sido hurtadas para ocupar espacios ajenos. ¿Qué pasaría si ella, o yo, montáramos un digital que ‘fusile’ sus publicaciones, sin pedir permiso y callando ‘como putas’ cuando nos reclamen explicaciones?. Acabaríamos en un juzgado y arruinados. En realidad no, porque a la gente normal estas cosas de piratas del siglo XXI no se nos ocurre hacerlas. Ni justificarlas con la indecencia del desprecio a la calidad de lo que hacen otros para dar por bueno que de quien no son las coja sin permiso.

(Lara sigue hoy, una semana después del ‘robo’ de su foto, sin recibir ninguna explicación por parte de El Diario Montañés. Las excusas que yo he recibido lo han sido en una agria conversación privada con un empleado de ese medio de comunicación, en la que no ha sido capaz de dar respuesta a la pregunta de por qué ‘su’ periódico ha usado una foto sin permiso. Mi madre, y la madre de Lara, que aparecen en la fotografía publicada sin autorización, jamás hubieran consentido salir en modo alguno retratadas en El Diario Montañés).

Guitarras a destiempo…

Que los diputados y las diputadas (y los senadores y las senadoras) tienen un trabajo que nadie sabe muy bien en qué consiste, es algo muy extendido entre el común de los mortales, grupo al que ellos no pertenecen. Que han cazado a muchos en sus escaños haciendo de todo menos estar siquiera pendientes del que habla en la tribuna, es una realidad. Compran lencería, hacen ejercicios de idiomas, juegan con el móvil, se cortan las uñas, hablan entre ellos… Por eso, que hayan pescado a Revilla, el paladín de la ‘nueva política’, echando un vistazo a una revista durante un pleno del parlamento, no es nada novedoso. Muchos de nuestros representantes nos toman por el ‘pito del sereno‘, y estas cosas no dejan de ser una demostración más de ello. El escándalo y la falta de respeto para los que le pagamos el sueldo con nuestros impuestos tampoco están exactamente en que le hayan cogido justo cuando miraba las fotos de una guitarrista en pelotas. Ya se habrá encargado su señora esposa de pedirle por eso las explicaciones oportunas. Lo grave, como siempre que a uno de estos le pillan en un renuncio, está en la justificación que intentan colarnos para convencernos de que no han hecho nada malo, tratando de quedar bien después de ‘haberla cagado‘, haciéndonos pasar por tontos.

La explicación de Revilla no vale. Al parlamento no se va a leer revistas, ni en las que salen señoras desnudas ni en las que no. Es verdad que si la que estaba ojeando el expresidente no estuviera parada, cuando le han sorprendido, en las fotos de una muchacha posando como vino al mundo, quizá nadie se hubiera percatado. De haber llegado ya a las páginas de ese reportaje sobre Blesa que dice que en realidad buscaba, tal vez el asunto hubiera pasado de largo. Pero, como decía mi tía Aquilina, ‘no la hagas, y no la temas’. Durante el pleno hay que estar a lo que hay que estar, y los reportajes y las revistas se leen luego, en casa, en la cafetería o en el despacho. Y tampoco vale quejarse del exceso de atención mediática y en las redes sociales que ha tenido el desliz, y excusarlo con lo de que no se roba, porque es confundir churras con merinas. El reproche público de lo que está mal hecho vale para los representantes ciudadanos que meten la mano en la caja, desde luego, pero también para los que las tienen una sobre otra, apoyadas en salva sea la parte, o pasando el papel couché de una revista, cuando su obligación es algo tan sencillo como atender. No digo que no pueda resultar aburrido, a la luz de la calidad retórica de muchos de nuestros políticos, pero es lo que hay, y es lo que les toca.

Seguro que Revilla podía haber esperado a terminar su trabajo en el parlamento el lunes para leer el artículo sobre el expresidente de Caja Madrid. Y seguro que podía haber estado más acertado a la hora de dar explicaciones, reconociendo su error y haciendo propósito de enmienda, aunque tampoco me extraña que no lo haya hecho. La mayoría de los políticos están hechos de otra pasta, y cosas como esta, entre ellos, sirven para echarse unas risas o ponerse a caldo en un pasillo, porque no hay inteligencia para argumentos más elevados. Nada se puede decir sobre eso, salvo lamentarlo. Lo que si podemos exigirles es mayor consideración a los que les votamos y les pagamos, a los que nos representan. Cualquier trabajador, de los de los mil euros y las ocho horas de jornada sin excusa, acabaría en la calle si su jefe le descubre leyendo ‘la Interviú‘ en su tiempo de trabajo. Puesto que a los diputados y a las diputadas (y a los senadores y a las senadoras) no podemos despedirlos, en el mejor de los casos, más que de elección en elección, al menos que tengan la elegancia de hacer que hacen algo sin recurrir a revistas escondidas en carpetas.

Opiniones libres