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No fue el vicerrector Pelayo

Iba a esperar a regresar a casa, pero no he podido aguantarme, y aquí estoy, en un ciber en Berlín aclarando un entuerto.

Hace justo una semana, empleé mi tribuna de los viernes en AQUI DIARIO para criticar el comportamiento de un mando de la UIMP a cuenta de su plaza de aparcamiento ocupada mientras se celebraba una boda en el Palacio de la Magdalena (pinchar AQUÍ para leer). Y resulta que equivoqué el cargo: dije que es vicerrector cuando resulta que no lo es. El único vicerrector que tiene la UIMP es Ángel Pelayo. El personaje que corría por los pasillos bramando porque su plaza estaba ocupada, y que desenchufó en el aeropuerto la máquina de tabaco para conectar su portatil, es Fernando Saavedra, director de gabinete del Rector.

A Pelayo le envié un sms disculpándome por la confusión, y él ha tenido a bien responderme una semana después definiendo mi artículo y mi mensaje de lamentables, al tiempo que negando que con éste haya rectificado la tribuna. El vicerrector se confunde de cabo a rabo si pretende rectificación alguna más allá de la del cargo, porque sobre los hechos de los que he sido testigo no discuto (son los que son, incluso aunque don Fernando quiera negarlos), y la opinión que tengo sobre lo que me parece tal actitud no se exige que se cambie, porque está dentro de la libertad de expresión y de pensamiento (alguien que es tan alto dignatario de una universidad debiera apoyar esto). Como ya le he dicho a él mismo, lo lamentable quizá sea el corporativismo de Ángel, que directamente se ha colocado del lado de quien tuvo un mal comportamiento sin escuchar más versiones. De todos modos, de lo suyo gastan ambos.

Espero que con esta aclaración, el vicerrector Pelayo encuentre satisfacción para su enojo. Y si ni lo hace, qué le vamos a hacer. Que conste que ya me habían advertido de que seguro que alguna coz trataban de darme a cuenta del artículo y su denuncia implícita. Pero… es lo que hay, incluso aunque a Ángel Pelayo no le guste que se cuente.

(PD. No voy a polemizar más ni con Pelayo sobre mi deber de rectificar nada, ni con el director de gabinete por lo que me parece su forma de actuar. Que cada palo aguante su vela).

El país de Martínez Soria

Supongo que la señora de Obama estará más que acostumbrada a vivir su vida cotidiana a la lupa cotilla de todo quisqui. Por eso, no habrá alucinado ni la mitad que cualquiera con dos dedos de frente a la vista del revuelo popular que han montado sus vacaciones en España. Lo de esta mujer por tierras del sur ha sido lo más cateto y pueblerino que se recuerda desde que Paco Martinez Soria llegara a la Costa del Sol desde Valdemorrillo del Moncayo para copiar su forma de fomentar el turismo. Más que nada por la masa de gente a codazos para verle vestido y calzado y largar en voz alta lo guapa y delgada que está, pero sobre todo por ese rendibú indecente que muchas autoridades de tercera fila le han dedicado.

La escena de los centenares de personas detrás del cordón de seguridad en la playa, cámara de móvil en ristre, mientras la niña pequeña de los Obama se pegaba un baño en el mar, ha sido apoteósica. Y la foto de la consejera de Agricultura de la Junta de Andalucía rodeada de los regalos gastronómicos para agasajar a la primera dama americana es digna de enmarcar, y hasta de usarse como ejemplo de qué hacer para ser más de pueblo que las amapolas. Bien es verdad que no todos los días alguien mundialmente famoso se pasea por la calles de tu ciudad o visita tu comunidad autónoma, pero la mesura en el entusiasmo es lo que marca la diferencia entre parecer un paleto y ser un curioso. Que los señores y señoras ociosas, que esto del porterismo no conoce género, se peguen dos y tres horas al sol para ver a la Obama bajarse de un todoterreno rodeada de armarios empotrados de dos metros entra en lo previsible en un país donde Belén Esteban es la princesa del pueblo. Ahora, que los políticos de turno doblen la cerviz y se les caiga la baba mientras le entregan cestas de embutidos y vino, y collares y abalorios, sin pudor alguno y a plena luz de los flashes de las cámaras como si recibirán a un señor feudal de la edad media, es de risa floja.

El presidente de Cantabria ha invitado al de los EEUU a visitar las Cuevas de Altamira. Por mucho que le hayan asegurado a Revilla que alguien había oído que le habían escuchado a Obama que le fascinan las cuevas (todo en Revilla es siempre así), no creo que a este señor le de por venirse de excursión hasta aquí. Aunque ya me estoy viendo el espectáculo que se montaría, con Revilla paseándolo al compás de las palmas de miles de cántabros vestidos de montañeses gritando entusiasmados «Obama, Obama«, y rodeado de bolsas de la Cantabria Infinita con anchoas, sobaos y orujo, con las televisores haciendo especiales rebuscando en la basura del hotel de don Barack para saber si se lo ha comido todo o lo ha tirado entero. Eso sí que sería un circo y no el de los Tonetti.

 

(Este artículo ha sido publicado en la edición del viernes 13 de agosto en AQUI DIARIO CANTABRIA, medio del que soy colaborador)

Pasta para saraos

Antes, cuando no había crisis y la pasta pública crecía en los árboles, había dinero para todo. Anda que no se han visto eventos patrocinados por las administraciones en los que se publicitaba, vendía, mostraba, enseñaba, o promocionaba cualquier cosa. Miles de euros se han ido en carteles, folletos, azafatas, stands, carpas, luces, megafonías, cócteles y condumios, sin que nadie se preguntara ni por el objetivo último del asunto ni pusiera en cuestión su procedencia. Mientras hubiera colores y regalos a gogó, todo ha venido valiendo, y de todo se ha ido tragando. Total, sobraba dinero y tiempo.

Ahora que hay crisis (dicen que estamos saliendo poco a poco), lo que queda es mucho tiempo pero ya no hay tela que cortar. Que les pregunten a los pensionistas, que el año que viene se lo tienen que arreglar con lo de este. O a los funcionarios, a los que les han cobrado tener un puesto de trabajo fijo rebajándoles el sueldo. Así que parece que lo suyo es reducir los saraos por lo menos para que parezca que ya no se despilfarra. El dinero es poco y la necesidad la de siempre. Y a ello se están aplicando las instituciones, que ya no dan canapés en las inauguraciones, y si pueden no organizan ni inauguraciones. Escasean las exposiciones y las demostraciones, porque nadie quiere dar cuarto al pregonero y que le señalen con el dedo por gastar en cosas superfluas. Por supuesto, la privada ha sido la primera en aplicarse el cuento, y ni anuncios en prensa ponen ya.

De todos modos, siempre queda algún ejemplo de que algunos siguen teniendo amigos en agencias y empresas de eventos a los que dar de comer. El ayuntamiento de Santander ha plantado en La Porticada unas maquetas, unos carteles y hasta unas televisiones planas gigantes para vender no sé qué cosa en la Vaguada de Las Llamas. Hasta guardia de seguridad nocturno estamos pagando a cuenta del asunto. Y la Dirección General de Asuntos Europeos (y Cooperación al Desarrollo, que es también el nombre de una de las primeras partidas de los Presupuestos del Estado que se vieron reducidas allá por el mes de junio) ha organizado unos Juegos Náuticos Atlánticos, que no digo yo que hasta en juegos haya que ahorrar, pero que podían hacerse sin tanto despliegue de carpas, carteles, anuncios y fanfarrias. Por cierto, que con la misma educación que demuestran algunos viandantes y muchos conductores en este país nuestro donde la cortesía y el saber estar quedan en la columna del debe (es decir, ninguna), han ocupado el carril-bici de todo el Paseo Marítimo con la aquiescencia del consistorio.

En total, que diría mi vecino el mayor, que alguien en el ayuntamiento y alguien en el Gobierno han considerado que el autobombo y la autopromoción siguen siendo buena razón para gastar lo que dicen que no hay, y ahí tenemos maquetas y carpas. A lo mejor, el 1 de enero algún jubilado debería plantarse en los despachos de estos señores a que le expliquen bien explicado por qué se congela su pensión. Yo estaría incluso por animarle a que lo haga ya mismo, antes de que la cosa se quede, como casi siempre, en nada.

Opiniones libres