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No se puede ser más lerdo

Decir tonterías y quedarse tan ancho no es patrimonio de la gente vulgar. O sí, pero la gente vulgar también puede terminar llegando a Presidente de la República. Es un poco lo que pasa con Evo Morales, que es tan vulgar como inculto, y ahí le tienen los bolivianos, mandando en el país. Porque ningún otro diagnóstico de la capacidad intelectual cabe hacer de un señor que dice que si comes pollo te vuelves homosexual.

Al escucharle estuve por llamar a mi madre para montarle un pollo, nunca mejor dicho, a cuenta de la alimentación que debió de darme de pequeño, que según Morales es lo que ha marcado mi orientación sexual.  Pero el ataque de la risa viendo el papelón de este analfabeto no me dejó. Además, mi madre no tiene la culpa de que cualquier tonto con la banda de mandamás ceñida a la cintura tenga valor para lanzarse a hacer aseveraciones de este calibre.

De todos modos, esta majadería no es nueva. Yo la conocía desde hace mucho, aunque el chiste entonces era que si comías pollo, te salían tetas. Evo Morales la ha elevado de categoría científica y de consecuencias en el orden moral mundial. Si no fuera porque siempre hay un tonto que da por buenas las explicaciones de otro, y eso en este caso es malo para los homosexuales (y para los pollos supongo), la simpleza del presidente de Bolivia sería digna de un premio en el Club de la Comedia, y de una gira por provincias para entretener al personal. Para cuando deje la presidencia, si no le asaltan veleidades golpistas como a algunos de sus socios ideológicos en el continente hispanoamericano y se queda a perpetuidad en el cargo, podría montar un circo. Desde luego, el papel de payaso lo tenía bien que cubierto.

Estoy plenamente seguro que si a mí se me ocurriera exponer públicamente que he descubierto empíricamente que los bolivianos tienen los pies más pequeños porque así trepan mejor a los árboles en la selva a coger frutos para comer, se me cae el pelo bien caído (y no por los transgénicos, que es otra de las memeces que se le han ocurrido al presidente Morales), y la retahíla de lindezas que me dedicarían los defensores de la sociabilidad emotiva mundial sería bien larga. A ninguno de estos solidarios con las causas de los desfavorecidos del planeta le he escuchado ahora decir que Evo Morales es un insolvente intelectual. Tal vez sea porque les da vergüenza, como a mí, que todo un Jefe de Estado se quede en evidencia por su falta de formación y su más que mediocre nivel cultural.

No merece la pena enfadarse, ni tampoco pedir explicaciones ni disculpas. A los niños, a los ancianos, a los borrachos, y a partir de ahora a Evo Morales, se les perdona todo. Es lo que tiene la inocencia, que te desarma emocionalmente y no te deja mostrarte duro con los más débiles, en este caso con los mentales.

Otra vez sin agua, y sin que nadie haga nada

Que una avería es eso que se da en llamar «imponderable del destino» es algo evidente. No hay control sobre cuándo las cosas van a dejar de funcionar porque se rompen. En el servicio de agua, en el barrio Castilla-Hermida, las averías, además de imponderables, son habituales. Desde enero pasado hasta ahora hemos sufrido al menos ocho, hoy la última, de momento. Aqualia, la empresa a la que el ayuntamiento vendió la gestión para hacer caja, está resultándonos a los 40.000 vecinos de la zona una verdadera cruz. Esa compañía tiene, por cierto, un servicio de información que cuenta lo obvio y no resuelve nada: que hay una rotura en tal calle y que los operarios están en ello. Ni causas de la avería, ni sobre todo tiempo previsto para que se recupere el suministro, que es la razón última de que se les llame para saber. Yo lo hago por costumbre, aunque los mosqueos que me pillo por la vacilada que supone llamarles para que no te cuenten nada útil habría de aconsejarme dejar de hacerlo. Porque encima,  no es gratis (el número de atención es un 902, de coste compartido).

El equipo de gobierno municipal debería hacer algo ya. Es inconcebible en estos tiempos que, con una media de 2 veces al mes, un quinto de la población de Santander hayamos de pasar horas y horas sin agua. Debe exigirse una revisión global de la red que evidencie sus puntos débiles para reforzarlos, que a la vista están son muchísimos. Deben articularse mecanismos de control sobre las obras en la superficie para que se eviten en lo posible las roturas como consecuencia de ellas. Debe exigirse a la compañía que implemente un sistema de información realmente útil y que aporte más conocimiento que lo evidente. Debe dársenos a los vecinos la satisfacción de ser como los del resto de la ciudad. Reitero que de una avería nadie tiene la culpa, pero también que clama al cielo que el mal estado de la red, la negligencia de la compañía en el mantenimiento, la falta de inspección de las obras y sus consecuencias sobre las canalizaciones, nos lleven al tercermundismo, una vez tras otra, de no poder contar con suministro corriente de agua.

Y siendo todo esto malo, la falta de reivindicación de los colectivos organizados de la zona ante un estado de cosas absolutamente inadmisible para los que pagamos impuestos, añade a la mala leche el bochorno. Ni una sola de las veces en las que nos hemos visto como en el siglo XVIII en estos últimos meses he oido las quejas de las asociaciones de vecinos del barrio. Frente a la prisa por hacerse fotos con los mandamases municipales cuando se han venido de paseo a ver el churro de la basura neumática o la cutrez de las aceras, con cada corte de agua ha habido el más letal de los silencios por todos esos directivos y directivas de postín que sólo se quejan de tonterías de tercer orden que no mejoran tanto nuestra calidad de vida como la empeora un malo, muy malo, servicio de agua en nuestras casas.

Santander es una ciudad sencilla para la resignación. Aquí es tan fácil escuchar una diatriba con la tensión por las nubes contra el mal hacer de nuestros gestores en una taberna como ver luego al que la lanzó pasarle la mano por el hombro al alcalde para hacerse una foto con él que enseñar en la escalera. Nos pierden la lengua y las palmas. Y también es una ciudad proclive a las chapuzas y a que nadie asuma su responsabilidad por las molestias que causan. Así que después de este corte vendrán otros muchos, nadie hará nadie, nadie dirá nada, y los 40.000 desgraciados que vivimos en este barrio seguiremos bufando y tratando de arreglarnos como lo hacían nuestros tatarabuelos. Una vergüenza.

(PD. He decidido que yo ya no apoyo la Candidatura de Santander a Capital Europea de la Cultura. Una ciudad que no es capaz de garantizar a sus vecinos los servicios más básicos y esenciales no puede ser Capital Europea de nada. Así que desde ya anuncio mi posicionamiento en contra que evidenciaré siempre que me sea posible).

Salivazos por la calle

Hace unos días, mi amiga Melecia me hablaba de lo cerda que es la gente aquí (bueno, ella no dice eso, porque es muy correcta en el hablar. Ella dice cochina, lo de cerda lo digo yo). Melecia es española pero nació en Chile, y se vino de allí hace 22 años con otros parámetros culturales y educacionales. Así que eso de ver escupir por la calle le trae por la calle de la amargura. Con mucha gracia, se preguntaba si la gente ensaya para lanzar el esputo justo al sitio al que parece que quieren hacerlo. Por si era una paranoia de mi nativa americana favorita, he estado fijándome y tiene razón: la gente escupe y la gente es muy cerda.

Yo estudié en un colegio de curas, donde a reglazo limpio (el General ya había muerto, pero allí no debían haberse enterado; de hecho, recuerdo todavía la revolución que se armó y las caras de susto y de congoja cuando ganó el PSOE las elecciones de 1.982) nos enseñaban que por la calle no se escupe, que no se tiran papeles, que la mierda del perro se recoge, que la basura se tira por la noche, que la nariz se suena con un pañuelo. Esas cosas. Así que yo lo tengo muy interiorizado, como Melecia. Y como a ella, me llevan los demonios por la falta de educación que puebla hoy nuestras calles.

Y no es cosa de la juventud descarriada (la juventud siempre está descarriada. Llevo oyéndolo desde que yo lo era, y el discurso no ha cambiado ni un ápice, aunque sí los que lo van haciendo, cada vez más arrugados como pasas). Los viejos también lo hacen. Las señoras no, es verdad, pero no hay hombre, chico o grande, joven o mayor, que no vaya dejando gargajos por cada esquina. Ni tampoco es culpa de la LOGSE, que algunos que estudiaron urbanidad en las clases del Movimiento, muy muy talluditos ellos, también son expertos en lanzar el salivazo. Que caen, por cierto, siempre donde más se ven, y por tanto, donde más asco da.

Gorrinos de dos patas ha habido toda la vida. Es el sino de una sociedad donde algunos dan más valor a llevar los cromados del coche echando más brillos que una corista en un estreno que a mantener las calles limpias y a cumplir unos mínimos estándares de respeto cívico. Solo que ahora, cuando se pone mucho foco en la limpieza de las ciudades y la salubridad colectiva como uno de los aspectos de la sostenibilidad y del bienestar colectivo (no entiendo cómo no lo fue así siempre), los cerdos parece que se ven más. Falta educación por la calle, y respeto. Y sobran puercos que tiran papeles, no recogen su basura y encima escupen. Estaría yo por sugerir a los colegios que retomen lo del reglazo en la mano al que se salga del camino de la decencia urbana y a los agentes del orden que rebusquen en las normas porque alguna tiene que haber que permita multar a los guarros.

Opiniones libres