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Ahorro responsable y facturas

Hace tiempo decidí ahorrar agua. El planeta se seca, dicen, así que hay que hace un consumo responsable y austero. De forma que cumplo todas las reglas al uso para no desperdiciar ni gota: la lavadora, llena o a media carga y con el programa de ahorro correspondiente (me ha costado un huevo aprenderme los símbolos de los mandos y las combinaciones entre ellos para que realmente hagan lo que quieres, que suele ser eso tan prosaico de lavar la ropa, vamos); el grifo cerrado mientras me cepillo los dientes; ducha en vez de baño; y nada de lavavajillas medio vacio, que en mi caso, como no tengo, viene a querer decir que se lavan los platos cuando no quedan limpios y la pila rebosa. Cada vez que llega el recibo me hincho de orgullo por lo poco que gasto. Ahora que el bolsillo ni se entera, porque me cobran 40 metros cúbicos aunque nunca paso de 16 ó 17. El mínimo lo llaman, que es un muy mal incentivo para la solidaridad y peor premio para los que hacemos el esfuerzo.

También hace tiempo decidí ahorrar energía eléctrica. Gastar mucha corriente intensifica el efecto invernadero, dicen, y eso suma enteros en el cambio climático. Así que luz tenue, bombillas de bajo consumo (que directamente no dan luz), ordenador apagado por las noches y mientras no estoy en casa (adiós a las descargas por miles de megas), jersey y albornoz en vez de estufa, aparatos desenchufados en vez de en standby y comida fría para no derrochar microondas. También cuando llega el recibo me pasmo de lo que se puede conseguir viviendo como en el siglo XIX, aunque ya se encarga mi empresa suministradora de bajarme el vacilón cobrando las mensualidades alternas por consumos estimados porque no saben cómo hacer para cumplir la obligación que les han puesto de cobrar por meses, y acumulando recibos (tres he pagado en diciembre) porque no han sido capaces de adaptarse al nuevo modelo que separa suministro de transporte.

Y por supuesto, ahorro con el gas natural. Hay que aprovechar bien los recursos naturales para que les queden a las generaciones futuras, dicen. Apago el calentador cuando no necesito agua caliente, y procuro ajustar los tiempos de cocina para no malgastar. Es cierto que este suministro es más barato que los otros dos, pero también (cómo no) la empresa que me lo trae a casa se ocupa de cobrarme, para que no me acostumbre a recibos de poco dinero, revisiones anuales obligatorias, certificaciones de la red interior y no sé cuántas cosas más que tengo que permitir que unos señores de una contrata con poco humor y las formas justas hagan en mi casa porque sí. Ah, y en su horario de trabajo, no en el mío (te recomiendan que dejes la llave de casa a un vecino para que les abra si tu no estás, de una inocencia tal la idea que pone de manifiesto que estos señores no son de este planeta).

Total, que mi activismo verde comprometido me lleva a fregar con agua fría, andar a ciegas por casa, no poner el cacharro de gas que reparte aire caliente por los techos (además soy incapaz de colocar correctamente los botones invierno/verano y no sé bien en qué posición se consigue el encendido), tirar de la cisterna cada dos veces, y los suministradores me lo recompensan cobrándome lo mismo que si gastara el agua de tres piscinas olímpicas, tuviera las luces de un aeropuerto en casa y gastará el gas que cabría en un zepelín. Es lo que tiene la conciencia responsable, que excepto tu madre y ese compañero ecologista que sale los sábados a ver pájaros en las marismas que todos tenemos en el trabajo, nadie la entiende ni la valora.

Des-información y no-información

Aqualia, la empresa que gestiona el agua de Santander, tiene un teléfono de atención al cliente. Bueno, en realidad tiene dos: unos para horario laboral, de lunes a viernes, que es el que aparece varias veces en negrita en la factura, y otro para averías, al que te remite el primero si llamas en los tiempos de descanso del personal. Los dos son de esos números de gasto compartido entre llamado y llamante (902), así que si pasa algo un domingo, pongamos por caso, y llamas al que conoces por la factura, pagas para que te reenvíen al otro. Y pagas también en el otro, por supuesto, para que no te informen de nada, o de casi nada.

Anoche no había agua en casa, y llamé al teléfono que no funciona en festivos (hacer caja, hace, pero atenderte no te atiende), que me dio el que sí. En este, un chico me explicó que algo se había roto cerca de mi calle, y que estaba cortado el suministro en toda la zona. De lo que no podía informarme era del tiempo de la reparación, porque no conocía el alcance de la avería. Esta mañana, a las siete, seguía sin haber agua y volví a llamar para interesarme por la marcha de los arreglos. Craso error, porque lo único que conseguí fue pagar la llamada y quedarme como estaba. Bueno, como estaba no, peor, porque me quedó claro que el servicio de información de Aqualia no tiene información que dar, y ya de paso que las cuadrillas de las reparaciones de noche no trabajan.

Por resumir, la chica del teléfono me contó que a las 12 menos cuarto los operarios se retiraron del lugar del reventón sin repararlo, ella creía que porque no debían tener todo el instrumental necesario (conclusión primera: el servicio de averías sale a reparar con lo puesto); que esta razón para que se dejara la reparación a medias a esa hora era en realidad una suposición suya (conclusión segunda: cabe cualquier otra explicación, como que los operarios no quisieran que les salieran sabañones por el frío, por ejemplo); que se retomarían los trabajos a primera hora de la mañana (conclusión tercera: la primera hora mañana para ellos es distinta de la mía, y debe andar más por la mañana); y que no podía decirme cuánto tardarían en arreglar la rotura porque a ella no la habían informado (conclusión cuarta: el servicio de información de Aqualia está muy mal informado). El sistema te avisa, cuando contesta, que la conversación puede ser grabada para mejorar la calidad del servicio. Pregunté a la muchacha si por casualidad la mía era de las grabadas, y me respondió que sentía no poder decírmelo porque tampoco eso lo sabía. Total, que excepto la obviedad de que había una avería, algo de lo que los grifos de la casa ya me habían informado cuando giré los mandos y no salió nada, en el teléfono de atención al cliente de Aqualia no han podido ofrecerme respuesta práctica alguna a mis preguntas.

Me chiflan estos servicios que se montan las empresas para salvar la cara en su publicidad, con sistemas complejos de voces metálicas y amables operadores de call centre, pero que no te resuelven nada. Incluso al contrario, que te dejan peor que estabas, porque a la falta de información añades perplejidad, cuando no directamente enfado, por lo inútil que resultan. Aqualia me ha soplado unos céntimos de euro teniéndome al teléfono para no darme ningún dato que me haya resultado útil. Bueno, sí que me lo ha dado: su servicio no vale un carajo. Y yo me pregunto por qué los usuarios nos quedamos de brazos cruzados mientras nos timan con esperpentos como este, con todo mi respeto sea dicho de paso por lo eficaces que si que resultan para colocar a unos cuantos y cuantas atendiendo un teléfono en el que podían reproducir cintas de Gila, que darían más risa.

(PD. Por la prensa he sabido que el reventón de los tubos fue a las ocho y media de la tarde, así que entre esa hora y en la que los operarios se retiraron a donde quiera que se retiraran, si no tenían con qué hacer el arreglo, debieron pasarlo pipa viendo salir el agua a chorro. Y sí sí que tenían, no entiendo por qué se fueron sin repararlo. Casi vuelvo a llamar a Aqualia para preguntar. Menos mal que he releído lo que acabo de escribir).

No hay mesura ni respeto

En Santander, se le está perdiendo el respeto a los vecinos. Bueno, en realidad, en Santander y en cualquier otra ciudad donde la desgraciada mixtura entre responsables políticos ávidos de cintas que cortar y empresas constructoras necesitadas de obras que facturar empuja a un frenesí de abrir calles en canal y levantar metros y metros cuadrados de losetas. Una desgracia que hace unos años se limitaba a los previos de las elecciones, pero que ahora la crisis ha convertido en cotidiano gracias a los planes para tamizar en gordo las cifras del paro y las cuentas de resultados de las empresas del cemento y el ladrillo.

Santander tiene el centro hecho un barrizal donde las calles son un puro socavón. Las infografías dicen que va a quedar todo muy bonito, con mucha piedra, algún árbol, y unas avenidas de ensueño para el paseo y el esparcimiento. Sin coches, que es la tendencia europea, ganando ciudad para los ciudadanos. Los arrabales de la zona fina también son puro pantano. En Castilla-Hermida, las obras no consiguen terminar. Y allí donde parece que lo han hecho, la chapuza del acabado amenaza la ruina de los vecinos con otros meses por delante de polvo, ruido y molestia sin fin. Mientras esto escribo (son las 12 y media de la noche), la contratista que tiene que asfaltar Marqués de la Hermida ha decidido que ganar su tiempo bien merece quebrar nuestro descanso, y tiene obreros picando con martillos neumáticos y máquinas escupiendo ruido y humo de gasoil. Total, qué más da una noche más o menos si pasado mañana el alcalde se puede hacer una foto y el dueño de la empresa emitir un cobro.

Los vecinos no tenemos costumbre de quejarnos lo suficientemente bien y en voz alta. No sé por qué, pero el final de las obras produce sedación anticipada, y nos creemos a pies juntillas mientras nos fastidian el descanso esa sandez de los políticos de turno de que trabajan para nosotros y agradecen nuestra paciencia. Nos comemos los atascos, los baches, las vallas, las cintas, los camiones, los desvíos, con resignación cristiana engañados por un fotomontaje en un periódico local o un cartel de tres por dos a color en una rueda de prensa. Y lo hemos hecho tantas veces, que al final los que mandan se nos han subido a la chepa, y nos han perdido el respeto, largándonos con unas palmadas, dos carteles de perdón y una sonrisa de dentífrico el día de la inauguración.

Parece difícil que las mejoras no conlleven siempre alguna molestia, y algún sacrificio. Será cierto, sí. Pero no lo es menos que hace falta mesura. No hay mesura en llevar dos años sin ser capaces de acabar la obra de aceras y basuras en Castilla-Hermida. No hay mesura en estar picando la calle a las doce y media de la noche. No hay mesura en tener medio centro cortado acabando aceras. No hay mesura en poner andamios y asfaltar calles al mismo tiempo. No hay mesura en prometer terminar en dos semanas y no hacerlo en seis.

Quizá el problema no sea de los que en esta España nuestra de pandereta, guitarra, jamón y hoguera, planifican hacer ciudades como quien dibuja rascacielos en servilletas o se hace unos castillos de arena en la playa. Quizá el problema no sea de los políticos que nos han comido la capacidad de decir basta con la recurrente llamada tramposa a la solidaridad, que por cierto siempre cae del mismo lado. Quizá el problema sea de los vecinos, que nos dejamos dar por el saco a cambio de unas letras de pago a largo plazo que para más jodienda pagamos también nosotros cuando cumple el vencimiento.

Opiniones libres