VIETNAM COMO EJEMPLO
Por su lamentable actualidad
reproduzco el artículo
publicado el pasado
dia 24 en el D.M.
Vamos a dar un salto en el tiempo. Para las gentes de mi generación, allá por los años 60 el mundo se encontraba envuelto en plena Guerra Fría. En Estados Unidos se estrenaba un nuevo Presidente, J.K.Kennedy, iniciándose una época de cambio y esperanzas. Existía un problema político que nos parecía lejano e incomprensible en el sudeste asiático. Tras el abandono de los franceses, derrotados por las fuerzas vietnamitas en Dien Bien Phu, parecía inminente la amenaza del avance comunista, que dirigida por Hanoi enarbolaba la bandera del anticolonialismo…
Estados Unidos envió unos asesores militares y una pequeña guarnición. Comprobó la ineficacia del gobierno de Saigón y forzó un golpe de estado que acabó con su derrocamiento y el asesinato de sus dirigentes. Pero quedó un vacío de poder que fue reemplazado por gobernantes militares. Así se inició el último enfrentamiento abierto que enfrentó al mundo comunista con el mundo occidental: la guerra de Vietnam, que duraría más de una década.
De las primeras guarniciones, Estados Unidos llegó a enviar medio millón de soldados. Sin embargo, la potencia de sus bombardeos masivos, las intervenciones de sus helicópteros derramando napalm, o las acciones de sus marines fueron inútiles y todo se traducía en constantes muertes con envíos de ataúdes envueltos en la bandera americana. En las selvas de Vietnam se desangró una generación de jóvenes americanos, mientras los presidentes demócratas Kennedy y Johnson se mostraban incapaces de contener la sangría. Apocalypsis Now nos recuerda cómo fueron aquellos cruentos combates. Como nos lo recuerdan dos imágenes que han perdurado convirtiéndose en iconos: los niños abrasados en napalm huyendo de un poblado bombardeado y la ejecución de un guerrillero en plena calle por un tiro en la sien.
Mientras esto ocurría, Estados Unidos ardía en rebeldía. Los jóvenes intentaban huir de su reclutamiento y las manifestaciones contra la intervención eran constantes en multitud de ciudades americanas. Pese al ingente esfuerzo bélico, Estados Unidos hubo de abandonar Vietnam, quedando para la historia la imagen de un helicóptero sobre un tejado al que intentaban acceder centenares de vietnamitas huyendo de las represalias que se avecinaban.
Hoy, cuarenta años después la historia se repite, con las áridas tierras de Afganistán como escenario. Tras la retirada de los rusos, como en su día ocurriese con la de los franceses en Vietnam, se consideró el territorio afgano un peligro para el mundo. En este caso la amenaza del terrorismo sustituyó a la del avance comunista. Y se intervino con todos los medios disponibles de una guerra moderna. Soldados equipados con moderno armamento, con la ayuda de fuerzas de varios países, para erradicar las fuerzas islamitas de los talibanes. Pero lo que inicialmente pareció una misión sencilla, se ha convertido en un avispero, donde las emboscadas a los ejércitos intervinientes se mezclan con bombardeos en los que mueren civiles afganos. Cada vez que contemplamos el mapa, vemos el progresivo retroceso de las fuerzas internacionales, incapaces de derrotar a los talibanes y sus señores de la guerra. Como respuesta, los países responden enviando más fuerzas a combatir, empeñados en imponer un régimen democrático en el feudal mundo de los afganos.
La sagrada democracia se pretende imponer en un mundo de señores feudales, de tradiciones y costumbres completamente ajena a nuestra mentalidad. Y sosteniendo políticos escogidos, tratamos de colocarles dirigiendo sus países. El resultado es la violencia desatada, las muertes por centenares y el deterioro de la imagen occidental, en su día la americana, hoy, toda la occidental, con italianos, ingleses o españoles incluidos. Es la consecuencia de una intervención en tierras donde no se puede establecer la democracia. Envueltos en nuestro bienestar y nuestro concepto de respeto de derechos y libertades, creemos que ese mundo nos envidia, cuando realmente nos desprecia y ahora nos acaba odiando.
Probablemente se necesitan aún más muertos para que se haga realidad la imposible victoria de una intervención quijotesca. Las estepas de Afganistán son las nuevas junglas de Vietnam. El adorado Kennedy de los sesenta es el admirado Obama del siglo XXI, pero los muertos son los mismos jóvenes que se envían a una misión imposible. Las elecciones que se celebran en Afganistán son la misma quimera que las que asentaban a dictadores en Saigon, sin apoyo popular y enfrentadas a los talibanes, que representan la resistencia nacional a la intervención extranjera, como en su día los comunistas del Vietcong lograban su victoria aunando ideología con nacionalismo frente a la presencia americana. Y finalmente asistiremos a una retirada, dejando un país desolado, donde los talibanes regresarán a establecer su orden y sus represalias. Para Occidente, quedará una legión de mutilados, de muertos y de descrédito.
Dentro de unos días partirá a Afganistán un nuevo contingente de soldados españoles, para reforzar a las acosadas fuerzas internacionales. Si preguntamos qué intereses tiene España en aquella tierra, no obtendremos respuesta, salvo una dorada declaración sobre los compromisos internaciones con nuestros aliados, una lucha contra los focos de terrorismo.
Ocurre, que estamos gobernados por unos dirigentes ansiosos de lavar sus actitudes en conflictos previos, que creyeron que intervenir en Afganistán era lo mismo que vigilar la convivencia en Kosovo. Y así, tras el derribo de dos helicópteros, tras las minas que hacen volar nuestros blindados, tras los heridos en ataques esporádicos, nuestros soldados, encerrados en sus acuartelamientos o realizando misiones de vigilancia, se encuentran acosados por la marea de violencia que inunda Afganistán, como en su día los marines americanos se desangraron inútilmente en Vietnam.