EL OCASO DEL ESTADO DE BIENESTAR

Publicado en LA GACETA de INTERECONOMIA el 2 de didiembre de 2011

Nuestro actual Estado de Bienestar, construido tras la Segunda Guerra Mundial, no existe en ningún otro lugar del mundo. Tan solo los europeos occidentales disfrutamos de él. La prosperidad económica iniciada en la segunda mitad del siglo XX permitió que progresivamente el Estado se hiciera cargo de la educación a todos sus niveles, desde la cuna a la tumba: sanidad y educación gratuitas, jubilación, viudedad, horfandad, invalidez, y un largo listado de ayudas en la que vivió una generación de ciudadanos sin necesidad de asumir las preocupaciones que tuvieron sus padres. Las viviendas sociales, las coberturas por desempleo, la jubilación temprana, las subvenciones para el ocio, la promoción de la cultura, la asistencia a discapacitados… todo lo que la sociedad demandaba y los políticos ofrecían, se pagaba con parte de lo que el ciudadano ganaba durante su vida laboral. No era un mal negocio: si el Estado suplía los gastos de educarse o recuperar la salud, la escasez económica por la pérdida de trabajo y garantizaba el bienestar de los más viejos, la vida la podía vivirse día a día, sin preocuparse por el futuro. Solo había que ganar dinero para gastarlo en las necesidades del presente y el ahorro era un valor innecesario.

Durante esos años alegres y confiados la sociedad se acomodó al bienestar, al consumo sin freno, al endeudamiento privado con la seguridad de que el futuro siempre traería más riqueza, mientras los gobiernos atendían generosamente las demandas de prestaciones cada vez más generosas para sus exigentes ciudadanos. El niño lo educa la escuela, todos los estudiantes llegan a la universidad, cualquier enfermedad es atendida con los medios más sofisticados en hospitales de propiedad pública, los días festivos se multiplican, las jubilaciones se disfrutan con viajes a cargo del erario público, si una lesión o enfermedad limita el trabajo, se otorgan vitalicias pensiones de invalidez y en general los derechos superan a las obligaciones. Todo parecía perfecto pero el sistema poseía dos talones de Aquiles. De una parte permitía se olvidaba la conveniencia del ahorro como fuente de previsión. De otra, se sostenía en tanto hubiera una población laboral suficiente para cubrir los gastos. La actual crisis ha puesto en evidencia su debilidad: cuando la situación económica se retrae durante un largo periodo de tiempo, se recauda menos dinero, los gastos aumentan y los fondos de seguridad social se resienten.

Pero existe otro hecho no dependiente de la situación económica: Europa envejece a gran velocidad, y es impensable mantener un Estado de Bienestar sin haberse nutrido durante años con las contribuciones de los más jóvenes. La mitad de la población europea tiene más de 45 años y los nacimientos se han estancado. En un futuro cercano, no previsto por Orwell, nuestros países estarán formados por masas de población envejecida que deberán ser mantenidas por los jóvenes del presente. La pirámide demográfica, con una estrecha base juvenil, está irremediablemente condenada al derrumbe y eso no tiene solución salvo que, milagrosamente, la gente comience a multiplicarse o lleguen contingentes millonarios de inmigrantes. A esto último se le ponen barreras y lo primero es una quimera en una sociedad que retrasa el nacimiento de su primer, y con frecuencia, único hijo. Ya no hay niños e incluso se limitan los nacimientos con la práctica habitual del aborto, mientras aumenta la población de mayor edad. Esa es la realidad más grave.

No hace falta ser adivino para prever lo que ocurrirá en pocos años. El Estado de Bienestar que hemos disfrutado sirvió eficazmente en una época de expansión demográfica que tuvo lugar tras la posguerra, pero la situación actual es radicalmente distinta. Los nacidos durante sus años de prosperidad son los actuales pensionistas y sus hijos quieren mantener los beneficios, aumentarlos incluso, pero con menor esfuerzo y menos impuestos.

Frente al actual derrumbe económico, los gobiernos europeos pretenden evitar el colapso retrasando la edad de jubilación, congelando pensiones y exigiendo más años a los tiempos de cotización para tener pleno acceso a los antiguos derechos. Una propuesta quimérica, si millones de viejos viven muchos más años que cuando se iniciaron los sistemas de cobertura social y requieren mayor atención, en tanto que los jóvenes, se incorporan tardíamente al mundo laboral, con largos años de formación y prolongado desempleo. Como resultado se tiene una ecuación imposible de resolver.

El problema de nuestro bienestar programado no es solo que sea costoso, sino que tiene una derivada peligrosa sobre la sociedad que pretende atender: el mantener un nivel de prestaciones sociales inasumible con las premisas económicas y demográficas empleadas hasta ahora. En consecuencia somos nosotros quienes debemos prepararnos para su inminente derrumbe. Y cuanto más se tarde en asumir esa realidad y pensar en otras alternativas, tanto más difícil será su mantenimiento. Por mucho que desde tribunas políticas y sindicales se diga lo contrario.

3 Comments

  • By La mano invisible, 2 diciembre 2011 @ 21:51

    La situación actual en Europa nos permite establecer cuanto tarda el intervencionismo estatal en cargarse las Naciones.El socialismo de los Países del telón de acero tardó cuarenta años, desde 1945 hasta 1985 y reventó en 1990. La socialdemocracia campante en el resto de naciones europeas algo más, desde 1945 hasta 2007 y ha reventado en 2010.

  • By González, 3 diciembre 2011 @ 15:08

    Cuando los «maricomplejines» se atrevan a expresarse con la claridad, contundencia y honradez que lo hace Ud., estaremos en situación de arreglar una pequeña parte del inmenso estropicio ocasionado por los ex adoradores de Carlos Marx perdedores de las elecciones.

  • By gatoazul, 30 diciembre 2011 @ 13:02

    gracias por su comentario. Desgracidamente, los complejos de la derecha pueden llegar a ser tan graves como la inse nsatez de la izquierda

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