DESAPARECE UNA ALIMAÑA
Publicado en “La Gaceta” el 15 mayo 2011
Tras la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes del nazismo, sus colaboradores en diferentes países y los altos militares de Japón fueron juzgados por tribunales formados por sus enemigos y ejecutados. Poco antes, Mussolini fue capturado y fusilado contra un muro y su cadáver expuesto, colgado de los pies como una res, en una plaza de Milán. No ha habido otros casos recientes de ajusticiamiento, salvo las ejecuciones de Ceausescu y de Hadam Hussein. Ninguno de los demás asesinos políticos del último medio siglo ha sido condenado a muerte, ciertamente no porque escaseasen. Ni Pol Pot que dirigió los genocidas Jhemeres, ni Pinochet, ni los generales de Argentina o Yugoslavia, ni los sátrapas Mobutu o Idi Amín, ni siquiera Stalin o Mao acabaron igual. El mundo occidental, tras los juicios de Nuremberg y de Tokio ha evitado encarcelar a los tiranos, que morían exiliados o en vísperas de la transformación de los regímenes que dirigieron.
Cuando el nazismo, el estalinismo o el maoísmo eliminaron seres humanos por centenares de miles, las víctimas se seleccionaban para ser eliminadas en programas genocidas o por motivos ideológicos. Los militares argentinos, chilenos y uruguayos secuestraban selectivamente a sus adversarios para torturarlos y hacerlos desaparecer. Los déspotas africanos ni se molestaban en ello: el machete siempre ha sido un arma expeditiva usada en Sudán, Ruanda o Etiopía. Solo Al Qaeda y otras ramas del fundamentalismo islámico en Oriente Medio, el insurrecionismo checheno o los terroristas irlandeses y vascos han cometido matanzas indiscriminadas justificadas por rostros encapuchados, a través de exaltados videos: Hamás, Al Jihad, Hezbollah, IRA, ETA…
Desde hace años, el mundo se encuentra envuelto en una guerra sin frentes, fronteras, ni ideologías, donde se mata en nombre de un dios o se reclaman territorios, sin distinguir combatientes ni civiles. La Humanidad nunca se enfrentó a un enemigo invisible, que asestaba golpes indiscriminados, con atentados masivos donde morían centeneras de civiles, como ocurrió en las Torres Gemelas de Nueva York, en las discotecas de Bali y Berlín, en el metro de Londres, en los aeropuertos de Viena y Moscú, en el centro de Nairobi, en los mercados y calles de Marrakech, Jerusalem, Madrid, Karachi o Bagdad…
Las convenciones internacionales, acordadas para limitar el sufrimiento de los prisioneros, fueron promulgadas en épocas donde el uso de armas de destrucción masiva – desde las nucleares, a los gases tóxicos o las bombas de racimo – eran desconocidas. El coche bomba, el explosivo en un avión comercial o en un tren, el suicida envuelto en dinamita para inmolarse entre la muchedumbre, nunca estuvieron contemplados. Quienes hacen uso de esos métodos, saben que se encuentran fuera del Derecho Internacional, como así fue declarado expresamente por las Naciones Unidas, despojándolas del carácter de combatientes y calificando como terrorista a toda organización que realice actos “destinados a causar la muerte o lesiones corporales graves a un civil o a un no combatiente, cuando el propósito de dicho acto, por su naturaleza o contexto, sea intimidar a una población u obligar a un gobierno o a realizar una acción o abstenerse de hacerla”.
Occidente no emplea los métodos de Al Qaeda o sus discípulos, lo cual ya es una notoria desventaja en el enfrentamiento mortal, y es consciente de las dificultades de combatir al terrorismo con la única fuerza del Derecho.
Pero existe una diferencia sustancial: cuando encarcela al terrorista, mata selectivamente a la cabeza responsable, y no usa métodos de exterminio masivo. Si Bin Laden ha sido ejecutado, hay razones más que sobradas para justificarlo. El mundo no podría correr el riesgo de someter a un juicio público al dirigente que encendió el odio de miles de mentes musulmanas. Es muy probable que sus herederos inicien acciones de venganza, pero no podría concedérseles gratuitamente la posibilidad del chantaje, con seguras amenazas de nuevos atentados o ejecuciones de rehenes inocentes. Bin Laden ya no existe. Nunca se lloró la muerte de una alimaña.
7 Comments
Other Links to this Post
RSS feed for comments on this post. TrackBack URI
By La mano invisible, 15 mayo 2011 @ 15:35
Pocos han sido los tiranos ejecutados. Que suerte tiene Carlos Dávila.
By La mano invisible, 15 mayo 2011 @ 15:38
Javier elimina mi comentario anterior lo he escrito de pena y da a entender otra cosa.
Publica el siguiente.
By La mano invisible, 15 mayo 2011 @ 15:39
Estoy de acuerdo con su artículo, los tiranos ejecutados han sido pocos. Los que si tienen suerte son los de La Gaceta al contar con su firma en opinión.
By manolo ruiz, 15 mayo 2011 @ 19:39
coño, uno q se quiere cargar a davia
By gatorabioso, 15 mayo 2011 @ 19:41
herr osterreicher su opinio ha quedado clarisima y carlos davila estoy seguro de que lo entenderá. Como seguro que tambien lo ha entendido el amigo Manolo Ruiz
Gracias a los dos
By mensajero, 16 mayo 2011 @ 10:51
felicidades doctor por este articulo y por todos los que pubica en el diario montañes. es usted un lujo entre los columnistas. enhorabuena a este blog y a quienes lo dirigen
By santi, 16 mayo 2011 @ 11:15
Ya es hora de que se digan verdades.Yo tambien me uno a los que siguen estas pajinas.