EL TESTIMONIO DE UNA FOTO

Articulo publicado en LA GACETA de Intereconomia el 25 agosto 2011

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Hay fotografías que merecen un premio especial por reflejar, en una fracción de segundo, aspectos sórdidos del mundo en que vivimos. Todos recordamos aquella del buitre aproximándose a un niño a punto de morir de hambre. O la del vietnamita ejecutado con un tiro en la sien en plena calle. O la del soldado republicano abatido en un frente olvidado, que inmortalizara Capa.

Hace unos días, un oportuno reportero ha mostrado una instantánea atroz por su significado: un individuo disfrazado de transexual, tras una bandera gay, amenaza a varias chicas arrodilladas, mientras estas se recogen en oración ignorando los insultos y procacidades del desecho humano que vocifera, babeando sus amenazas. La fotografía fue tomada en la puerta del Sol, durante la reciente visita papal a Madrid. El momento congelado, invita a pensar qué hubiera ocurrido si el encuentro hubiese ocurrido sin testigos, si el odio reflejado en el rostro del miserable hubiera podido materializarse en lo que pensaba.

La escena no es nueva. Ocurrió en muchas ocasiones en tiempos pasados. Hace casi dos mil años, en la antigua Roma, se desencadenaron sangrientas persecuciones hacia la Cristiandad primitiva. Miles fueron martirizados por defender su fe y no compartir las creencias de un mundo pagano. E imaginé una escena similar, donde el verdugo amenaza a sus víctimas, mientras estas oran, esperando el martirio. Exactamente lo que, de seguro, hubiese deseado revivir el energúmeno protagonista de la foto, símbolo de la intolerancia atea y de la estupidez asesina.

Para muchos, el ateísmo se entiende como militancia agresiva contra todo lo que implique espiritualidad, especialmente si esta es católica, y frente a cualquier muestra de religiosidad, se alza la intolerancia hacia las mismas. Sorprendentemente, ese odio hacia el catolicismo se acompaña de banderas republicanas y enseñas de orgullo gay. Se identifican algunas posiciones políticas con el rechazo religioso y se utilizan como señas de identidad disfraces de enfermiza homosexualidad. Ya no se limita a prohibir la expresión pública de la fe, sino a organizar manifestaciones paralelas de escarnio. No hace mucho se mofaron de los actos de Semana Santa con esperpénticas procesiones que remedaban el credo de los fieles y las capillas universitarias eran asaltadas por grupos de jóvenes cuyas alternativas se mostraban en pintadas soeces y stripteases mamarios.

El siglo XIX y buen parte del XX unieron el anticlericalismo con la ideología política, empecinados en creer que la religión suponía un freno para el mundo moderno. Esos movimientos acabaron en nuestro país con miles de personas asesinadas por sus creencias durante la Guerra Civil, donde tuvo lugar la mayor persecución religiosa desde la época de Diocleciano. Pero también ocurrió durante las décadas estalinistas, bajo el nazismo, en la China de Mao, en Camboya y en olvidadas matanzas del continente africano. Nunca hubo nada similar en países democráticos, republicanos o monárquicos, y solo estalló en sangrientas represalias bajo la insignia de hoces, martillos o esvásticas infames que jamás reconocieron sus crímenes. Ahora, aquí, reaparecen los odios centenarios.

Aunque una cosa es proclamarse ateos y otra distinta es convertir esa creencia en una cruzada destructora, amparada en la procacidad del lenguaje o la indumentaria de sus protagonistas, al día de hoy aún se espera una condena de esos comportamientos por los miembros de la moderna militancia atea, por los colectivos feministas tan celosos defensores del respeto hacia las mujeres o por los homosexuales que han visto a su bandera formar parte de la ignominiosa escena.

La fotografía que ha ocupado portadas es una buena muestra de lo que se busca: la destrucción física de cualquier creencia o modo de vivir que no comparta la anarquía de la moderna militancia atea. En este caso, el energúmeno que amenazaba a las jóvenes peregrinas, es el símbolo evidente de la alternativa que algunos nos proponen. Frente al orden y la alegría, el enfrentamiento y el odio. Frente los mensajes de amor y paz, la agresión y la intolerancia. Frente a la oración, el insulto. Para muchos desdichados, dos modos de entender la vida y ofrecernos un futuro.

¿Alguien tiene dudas sobre la elección?.

2 Comments

  • By La mano invisible, 25 agosto 2011 @ 22:21

    Muy bueno D. Gato……..buenísimo.

  • By LeeTamargo, 4 septiembre 2011 @ 15:08

    …Está claro: la libertad se practica, nunca agrede, ni se impone a gritos, ni con amenazas.
    Saludos, Javier:

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