Localismos provincianos

 

Dentro de su política de revisión de formas y procesos, se supone que para mejorar la eficiencia administrativa y la gestión de los dineros públicos, el Gobierno Regional ha introducido cambios en los pliegos para la concesión del transporte escolar en Cantabria, dicen que buscando la mayor participación empresarial posible. Les ha faltado tiempo a los partidos de la contra y a los sindicatos para echar mano del argumento del ’peligro´ de que el concurso lo gane una empresa ’de fuera’, de que con ello se pierdan calidad y puestos de trabajo, y, todo al tiempo, ponga en crisis la supervivencia de las empresas cántabras del sector.

Cualquiera con perspectiva alcanza a entender que la competencia, en el campo que sea, dinamiza los mercados, obliga a la innovación, y ajusta los precios. Que le pregunten si no a las amas de casa qué hacen cuando salen a llenar la cesta de compra, dónde la hacen y por qué. En los momentos que corren, los concursantes públicos se trabajan mucho sus ofertas para ser diferentes, mejores, y más baratos que sus competidores. La administración paga menos por lo que contrata, y los administrados mantienen el uso de los servicios. Soy de los que opina, además, que sin merma alguna de la calidad, porque estoy seguro de que la administración realiza suficientes controles para ello (y si no lo hace ahí estamos los contribuyentes para exigírselo), y las empresas se palpan mucho la ropa antes de perder un contrato por ’dar gato por liebre’. No son tiempos para tonterías.

El argumento del localismo, en este contexto, rechina por provinciano. Por supuesto que hay que procurar la mayor protección posible al tejido empresarial autóctono. Hay que crear un marco económico y fiscal atractivo para la implantación de empresas que se queden mucho tiempo generando empleo y riqueza. Y hay que ayudar a que las empresas en dificultades puedan capear el temporal echándoles una mano, pero desde luego no falseando la libre competencia ni excluyendo proyectos por el mero hecho de venir de fuera. En la contratación administrativa, que está además regulada por ley, no tienen cabida los productos con denominación de origen ni las marcas regionales de calidad.

Frente a un contrato público todos deben poder presentar ofertas en igualdad de condiciones, eso que se llama la ’concurrencia competitiva’. Y a partir de ahí, como dice un refrán castellano, ‘el que más pueda, capador’. Si es una empresa de la tierra, mejor, pero si no lo es, qué le vamos a hacer.

(PE. Acabé este artículo en el avión regresando de mis vacaciones en La Palma. El sábado supe por un periódico regional que el concurso se había fallado, y que dos empresas foráneas habían conseguido un importante número de rutas escolares)

Harto de triperos y canallas

Yo, con perdón, estoy hasta las tetas que no tengo de lo que nos pasa en este país. Un diario nacional tenia hoy cargada una galería de fotos con las caras de circunstancia de los diputados mientras el presidente anunciaba el nuevo rejonazo a las economías domésticas. Con el culo pegado a las sillas de piel del Congreso es fácil mostrarse compungido y arrugar el morro. O aplaudir las intervenciones de los que salen al púlpito a pontificar que dándonos por el saco vamos a superar la crisis. Seguro que después del pleno muchos han ido a gastarse las dietas que les pagamos entre todos en opíparas comilonas que les permitan mantener el estomago de tripero caliente y agradecido.

A partir de mañana todo serán declaraciones a favor y en contra del sacrificio que se nos pide a los ciudadanos, mientras el suyo brilla por su ausencia. Y esta noche dormirán tan campantes, sin tener conciencia de que en realidad nos sobran tanto como nosotros les sobramos a ellos en el juego este de supuesta democracia en el que dicen representarnos, y al que juegan sin tener valor de enterarse de cómo estamos por su culpa.

Deberíamos pedir en masa la baja como ciudadanos. O mejor aún, echar a gorrazos a esta pandilla de canallas que nos están haciendo la vida imposible. No tienen vergüenza, y encima les pagamos, y bien, por no tenerla. Los partidos políticos, sus mandamases, los palanganeros de los mandamases, y los soplapollas que ocupan cargos institucionales por ser expertos en hacer la pelota, nos llevan a la ruina, y se ríen de nosotros. No deberíamos resignarnos porque solo les servimos como excusa para seguir viviendo de puta madre mientras nos aprietan tanto que ya no nos queda apenas aire.

Trinidad dando vueltas al arroz

Dijo Alfonso Guerra una vez que «el que se mueve no sale en la foto». Este fin de semana, Trinidad Jiménez ha hecho el canelo poniéndose en una para salir, porque, añado a lo de Guerra, «si no sales es que ya no estás». Posó en la «Fiesta de la Rosa» de Málaga (se prodigan mucho estos festejos de comilonas con militantes en una campa y mitin de agitpro de un lidercillo de segunda fila) revolviendo una paella sin soltar el bolso. Un posado forzado que cualquiera se huele es de un momento hasta que la cámara haga click. Supongo que después también se hizo alguna otra con un delantal llenando platos, y hasta de grupo a los postres con el café y el helado mientras hablaba el jefe de turno.

Esto de la imagen es otra de las servidumbres que tiene la política. Cuanto más se salga, mejor, y da igual cómo. Besando niños y abuelas, montando en bici o en burro, comprando puerros en el mercado, o preparando la comida para los adeptos con el bolso bajo el brazo. Lo que pasa es que la cosa no cuela, que los ciudadanos, cuando cogen el periódico y ven las fotos, se dan cuenta de que la compostura es tan forzada como la sonrisa llena de dientes que le acompaña. A Trinidad Jiménez, que lo cierto es que habla muy bien, se le nota un huevo que se colocó para la instantánea. Al secretario de organización del PSOE también, pero a la exministra le ha perdido el bolso. O por mejor decir, dejárselo puesto.

El riesgo de ponerse delante de un objetivo es salir haciendo el ridículo. En el caso de los políticos, que necesitan ponerse muchas veces en muchas situaciones, la posibilidad de hacerlo es alta, aunque a ellos les importe poco o se vean hasta graciosos. Además siempre habrá un palanganero que les diga que han salido de cine. La política tiene cada día más de circo mediático que de sustrato intelectual. Los flashes tiran mucho, y una foto a tres columnas en cualquier diario bien vale alguna que otra mofa, porque la necesidad está en que se vea que se sigue vivo.

A mi no me gustan nada las fotos. Procuro salir en pocas, porque me veo fatal y nada favorecido. Ahora que cuando me pongo procuro que haya pocas cosas con las que me puedan hacer un chiste. Lo de Jiménez son gajes de su oficio, y el precio de buscar mantener la fama. Con un poco más de vista, y menos prisa por salir, se habría dado cuenta de que el complemento, en el conjunto, pegaba mucho el cante y dejaba claro que ni antes de la foto, ni seguro que después, esas manos sostenían cucharón. A lo mejor debería hacer como yo, pocas fotos y bien organizadas, aunque mucho me temo que para poder seguir viviendo de lo que vive no le quede otra que seguir saliendo como pueda siempre que pueda.

(PD. Este artículo sería el mismo si en vez de una mujer con un bolso en la foto de la paellada saliera un hombre con corbata).

Opiniones libres