Maltrato al pasajero

César no pudo viajar a su isla en Canarias para pasar las vacaciones de Semana Santa con su familia el día que había previsto porque Iberia, en su inmenso caos, se lo impidió. Las máquinas de autocheking, en Barajas, no reconocían su reserva, y en la cola en la que juntan a todo el mundo, sin orden ni información, perdió los veinticinco minutos que faltaban para el cierre de su vuelo. Llegó al mostrador cuando pasaban cuatro de la hora límite. En otra cola en la oficina de atención al cliente, y pagando 65 euros, consiguió asiento para dos días más tarde. Por supuesto, ninguna explicación, ninguna disculpa. Y sus días de asueto recortados por culpa de una práctica habitual en las compañías aéreas: ponerse de perfil y pasarle el trágala a los usuarios.

Viajar en avión es una lotería. Hay que estar pendiente de las huelgas de los pilotos, de las correcciones de horarios y del cambio de vuelos por «razones operativas» -que es como llaman a probar a vender billetes para vuelos que luego cancelan cuando no cubren sus expectativas sin tener en cuenta la putada que le hacen al que lo ha comprado, sobre todo cuando dependen de enlaces entre aeropuertos-, de las colas en las facturaciones y en los puestos de control, de que las tripulaciones estén a tiempo y descansadas, de que los aviones hayan llegado y funcionen, de que los vuelos no pierdan los «slots» de salida y de que el aeropuerto de destino siga abierto para cuando el avión quiera aterrizar… Muchas variables entre las que el respeto a los que vuelan es la menor de todas. Da igual que el billete cueste una pasta en una aerolínea de las tradicionales, como Iberia, u otra pasta en una low cost -eso de volar por 60 céntimos es una leyenda urbana, porque a base de complementos, un billete con una compañía de bajo coste al final sale por un riñón-. Recibir por mail la confirmación del billete y ponérsete el corazón en un puño esperando ver qué sale mal es todo uno.

Y proporcional a la falta de respeto de los operadores aéreos con los viajeros, como la de Iberia con César el  viernes pasado, es la pasividad de la administración, que, como las compañías, dejan los derechos de los usuarios en la cola de la atención, indefensos frente a normas internas e internacionales incomprensibles, y a prácticas vergonzosas y abusivas. Quien diga que el desorden y el barullo que tiene Iberia en sus mostradores de Barajas, sin personal suficiente para atender correctamente a todo el mundo y que nadie pierda sus vuelos, sin priorizar la facturación por la cercanía de las salidas, con sistemas informáticos que no funcionan como es debido, y sin las más elementales normas de cortesía que obliguen a sus empleados siquiera a susurrar una excusa plausible, no es como para que las autoridades les pongan las pilas, es que pocas veces le han jodido cuando ha volado, o es primo del ministro o ministra del ramo. Iberia no respeta a sus clientes. La administración tampoco cuando no les obliga a actuar de otra manera.

César ha puesto un queja pidiéndole a Iberia que le devuelvan los 65 euros que le han soplado para poder ir a su casa después de perder su primer vuelo por su culpa. Seguro que encuentran alguna excusa en algún apartado ilegible de alguna desconocida norma de la compañía que además de para negarle la reclamación sirva para cargarle a él muerto del percance. Que nadie les pare nunca los pies les da una clara ventaja que siempre saben como aprovechar en perjuicio del cliente. Y lo peor de todo es que a mucha gente como a César, que siendo canario y viviendo en la península depende de los aviones para ver a su familia, no les queda otra que seguir probando suerte con los vuelos de malas empresas como Iberia. Al final, hasta las compañías de bandera nos tienen cogidos por salva sea la parte mientras la autoridad silba y mira para otro lado cuando nos dan por el saco.

Democracia interna pero menos…

El PSOE es un partido descarnadamente democrático. Esa es una de sus señas de identidad, un valor que se pregona como diferencia cada vez que encara un momento interno de elección. No hay dirigente que pinte algo que, cuando toca congreso o hacer listas, no proclame transparencia, respeto, decisiones de la mayoría y selección de los mejores. En el PSOE, se dice, lo digital sirve para muchas cosas pero nunca para elegir líderes ni representantes.

Las intenciones, como el papel, lo aguantan todo. Y debiendo estar en la base de cualquier organización que tiene en su propio sentido la representación ciudadana en las instituciones y el ejercicio del poder, tanta transparencia y tanta democracia no siempre son reales. O por mejor decir, no siempre lo son tanto como se cuenta. El que gana, gana mucho (prestigio, popularidad, dinero,…), en el presente y para el futuro. Por eso, la cruz de las reglas de la máxima y más sana participación a veces tienen huecos y recovecos que los que ansían quedarse o estar saben encontrar y usar. Aqui y en Sebastopol, y quien diga lo contrario, sencillamente miente.

Supongo que en otros partidos también, pero en el PSOE quien se enfrenta al aparato y al status quo pierde inexorablemente. No hay proyecto novedoso que valga, ni mareas de militantes entusiasmados. Frente a la organización, cualquier verbo suelto acaba en la oposición unas semanas, y en el ostracismo más elocuente el resto de su militancia. Una vez me enfrenté a un par de mandamases que me querían convencer de que dimitir del puesto orgánico que ocupaba no era buena idea. No les hice caso, y la última vez que me llamaron, 7 años después, fue para cubrir el expediente colocándome de florero en un comité. Aún espero que alguien me explique qué tan malo fui como concejal como para no merecer repetir, o me llame para darme las gracias por la legislatura. La disidencia intelectual está reñida con la democracia que se pregona.

Del último congreso federal del PSOE, la mayoría de la ciudadanía se habrá quedado con la lucha entre Rubalcaba y Chacón, con las puñaladas traperas de la trastienda, o con la pelea delegado a delegado por cada voto. Del proyecto y de la estrategia estoy seguro de que ni los que estuvieron en Sevilla se han enterado. El singular sentido de la democracia interna socialista implica sacarse las tripas en público y ahondar en lo que separa frente a lo que necesariamente debería unir. Los personalismos tienen tanta fuerza, y son tantos y tan poco generosos, que ahogan cualquier posibilidad de parecer y ser diferentes.

Los ciudadanos están más que hartos de que lo de los partidos sea un juego de cuatro que viven de sobrevivir y mantenerse, hoy haciendo trampas en sus organizaciones, y mañana también, acallando la crítica, promocionando a los pelotas, fomentando el servilismo y enmascarando su incapacidad apelando a la democracia, tan manoseada que ni siquiera muchos de los de dentro le dan credibilidad alguna.

Los que para el congreso regional del PSC-PSOE de finales de mes, estando fuera de los márgenes del oficialismo, han dado el paso de proponerse lo tienen crudo. Enfrentarse al aparato es perder el tiempo. Los favores debidos y las promesas a largo plazo pesan más que la necesidad de innovación en programas y en personas. Mantener mediocres mandando está por encima del proyecto, por mucho que ahora casi todos vistan a la mona de seda. El futuro no es el de las ideas, sino el del más de lo mismo, con los mismos.

Los Indianos en La Palma

En la isla de La Palma (que es tan canaria como Tenerife, Gran Canaria o Lanzarote) cada lunes de carnaval celebran la fiesta de «Los Indianos«, un divertimento popular en el que el talco, las guayaberas y los trajes de época con blondas y sombrillas son los protagonistas. Allá por los años 80, los palmeros fusionaron la tradición de empolvarse en carnestolendas con el remedo del regreso a la isla de los que habían emigrado a hacer las Américas y volvían con dinero. Crearon un festejo que hoy está profundamente arraigado y que va ganando tanta fama en Canarias y fuera de ellas como la que tienen los carnavales de Cádiz o los de Santa Cruz de Tenerife.

Con la parodia del recibimiento a los indianos en el ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, la llegada de la Negra Tomasa al Puerto de la ciudad, y la Espera al son de la música cubana y de las degustaciones de caña de azúcar, melaza y mojito, empieza la fiesta. A partir de ese momento, únicamente el «buen rollo» está permitido. Eso y lanzar kilos de talco al aire, bailar guajiras, guarachas y congas, tocar la marímbula, el tres cubano o las maracas, y recorrer las calles durante horas solamente divirtiéndose.

También es obligatorio vestir adecuadamente. Los Indianos solamente son los indianos si los señores visten guayabera y pantalón blanco, o traje de lino, con sombrero panameño o de tela blanca, y las señoras trajes de época también en blanco o en beige con encajes, pañuelos con flores y abanicos.

Los Indianos han convertido el Lunes de Carnaval en la isla de La Palma en la unión de la tradición, la idiosincrasia palmera y la diversión en un referente de la fiesta. La Isla de La Palma ha sabido hacer suya una celebración en carnaval que antepone historia a modernidad, abierta y participativa, que debe ser la envidia de muchos pueblos. Polvos de talco, trajes del XIX, Cuba y ganas de pasarlo bien. Eso son Los Indianos  (http://www.losindianos.es/). Ojalá en todas partes supieran hacer lo mismo, que no es otra cosa que traer la historia al presente y divertirse con ella.

(Este post va dedicado con todo mi cariño a cuatro palmeros en Madrid: Angelys Andreina, Silvia, Airam y a César).

Opiniones libres