Cuatro por qués y una crisis

¿Por qué la estabilidad financiera de Europa y de los países que la forman, está en manos de agencias de calificación privadas sin controles institucionales ni ciudadanos? (Las tres agencias principales tiene su sede en Nueva York, Estado Unidos)

¿Por qué en una Europa de 27 es el bono alemán a diez años el que marca los límites de lo razonable en seguridad y confianza para el resto de deuda soberana europea? (La prima de riesgo marca la tendencia no sólo para la contratación de deuda en el mercado secundario, sino la de los precios de las subastas en el primario)

¿Por qué en Europa mandan Francia y Alemania, y el resto de los países pintan menos que la Tomasa en los títeres? (Alemania dificultó la convocatoria de una reunión del Eurogrupo el mismo día que Italia y España vivían las mayores alzas del coste de su deuda pública y cuando los bonos de Irlanda recibían la calificación de «bonos basura»)

¿Por qué hemos tenido que pagar entre todos la salvación de algunos bancos, y no la de otros, pero nadie les obliga a que flexibilizar los requisitos del acceso a sus productos? (Caja Madrid sube a 2 euros los gastos de gestión para cuentas con saldos inferiores a 2.000 € al tiempo que para su presidente se fija un salario de varios millones de euros)

Tres caras

Si la cara es reflejo del estado del alma, la de tres políticos regionales las semanas pasadas me parece a mí que advierte, además, cómo deben de andar en sus partidos, entre fiestas, sollozos y velatorios.

La cara de Revilla durante el discurso de investidura del nuevo presidente era la de estar en un funeral. A Revilla, desde la noche del 22 de mayo, se le ha quedado cara de figura de panteón. Estaba rígido, arrugado, ojeroso, tenso. Desde luego el trago no era para menos, viendo cómo se le ha escurrido el juguete mediático de la presidencia y se ve, con los suyos, volviendo al duro invierno de la oposición después de 16 años de verano de poder. Las reuniones del PRC tienen que ser un fiestón de la pesadumbre al compás del tintineo de las navajas que se abren con cada sucesión. Porque Revilla está tan agotado como su rostro, por muchos asaltos a Madrid que pretenda.

Las lágrimas de un Ángel Duque emocionado dejando la política después de una vida dedicada a su pueblo, son las del PSOE por el palo electoral. Duque ha sido un buen alcalde, un buen diputado, un hombre volcado en lo que siempre ha creído mejor para sus vecinos. Y a pesar de todo, le han pasado la garlopa en las urnas y le han mandado para casa. Vamos, como a tantos candidatos socialistas que han pagado el pato de un discurso nacional mal explicado y de la crisis que lo ha cubierto todo. Al PSOE le toca ahora superar el llanto con mucha autocrítica, generosidad inmensa y cero personalismos. Y después del análisis y la reorientación del rumbo, algunos, incluso de los que no han dicho nada, habrían de tomar el camino que ha tomado Ángel Duque.

La sonrisa sin fin de Ignacio Diego en su toma de posesión, y en la de su gobierno, es al mismo tiempo la de un triunfo que estoy seguro no esperaban, y la de la sensación de que las urnas les han hecho justicia. El PP está como embriagado de sí mismo, exultante y encantado de haberse conocido. Es normal, después de la machada de sacar mayoría absoluta donde todo el mundo creía (yo también) que las mayorías absolutas son imposibles. De todas formas, para gobernar hará falta que cambien la mueca, no sea que se les quede la risa, a ellos y a nosotros, congelada, o convertida en esa que da con los ataques de pánico mientras se sueltan los estómagos. Se juegan el crédito que los votantes les han dado, que suelen ser muy exigentes en el corto plazo y algo olvidadizos en el largo, y el presente más inmediato de Cantabria.

Niños con mala educación

Cuando yo era chaval y salía con mis padres de terrazas, cualquier molestia a los que ocupaban las mesas aledañas a la suya con nuestros juegos (somos cuatro hermanos, tres con edades condensadas en dos años y medio) iba acompañada de un severo castigo. Eran otros tiempos, los de los curas de La Salle dándote capones si alborotabas en clase, y los de tu padre dándote más si se enteraba. Cuando la hora se pedía por favor y diciendo señor, y en los bares todavía te ponían un vaso de agua porque había mesura para pedirlos y con uno nos arreglábamos tres.

Ahora los padres, cuando salen de paseo, pasan de sus hijos y de lo que hagan. Y que no se te ocurra llamarle la atención al energúmeno que está dándote pelotazos o correteando por tu mesa, que lo mismo al que le parten la cara es a ti. El sábado, un grupo de señores y señores le reían la gracia a un par de críos que habían sorteado la valla y estaban aupados a la «Rosa de los Vientos» en Piquío, un monumento de piedra que ya estaba allí cuando yo nací y que si está protegido será por algo. El domingo, a la hora de la siesta, un puñetero niño chino iba corriendo por mi calle intentando atrapar pájaros dando unos alaridos como si lo estuvieran matando. Por la tarde, en una terraza donde me habían cobrado 10 euros por dos batidos, me tuve que cambiar de mesa para librarme de dos criajos que se tiraban un balón con nuestras sillas de portería mientras sus papás ligaban el uno con la otra dos metros más allá.

No hay respeto. Los niños son maleducados y están mal educados, y sus padres son unos irresponsables egoístas que para abstraerse de la carga de tener hijos les dejan a su libre albedrío para que les soportemos los demás. No digo yo que haya que regresar a la época en la que a los padres se les trataba de usted, o cuando un buen bofetón se llevaba el aplauso unánime de progenitores y maestros, incluso cuando los cinturones de piel se estropeaban más por pegar zurriagazos a diestro y siniestro que por apretar pantalones, pero un poco más de cintura para que niños y niñas no molesten tanto ya podía volver a haber. Me conformo con no tener que ser yo quien les llame la atención por hacer el bestia a mi alrededor, que no les soporto ni tengo por qué hacerlo. Y que quede claro que la culpa es de los padres, que los niños niños son.

Opiniones libres