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Pantalones cortos para Bono

José Bono es un tipo singular. A mí me parece un resabido que habla con ese lenguaje de cura castellano entre chistoso y polvoriento que evoca el olor a cuero rancio y a moho. No estoy muy seguro de que pueda tenérsele en el PSOE por un líder de opinión, por mucho que casi le ganara a ZP la secretaría general. Yo creo que cansa un poco con sus sentencias y su darse importancia, pero vamos, que si sigue por ahí arriba será por algo (a veces tener ocupado a alguien con alguna cosa menor es la mejor manera de quitárselo de encima para lo importante).

Ha dado tanto la murga con el asunto de la corbata del ministro Sebastian, que yo, que no soy nada partidario de don Miguel (esa foto con la camiseta de la selección española y la bombilla de bajo consumo es digna de un poster de taller de reparaciones), he terminado por sentirme solidario. Hasta había pensado enviarles a ambos unas corbatas de Unquera. A Bono para que se endulce un poco la vida, que de ir tan tieso y tan regalado de sí mismo un día le va a dar un bajón de azúcar. Y al ministro, pues para que se lo tome a guasa y en el próximo responso que le caiga del presidente del Congreso tenga con qué pasar mejor el trago (el orujo que lo ponga él).

Y a cuenta de la corbata, el plomo de Bono, con eso tan ñoño del decoro en el vestir, ha ido a caer sobre los periodistas, a algunos de los cuales ha expulsado del Parlamento por no ir suficientemente arreglados. El presidente persigue pantalones, faldas y camisetas por los pasillos, mientras deja que los grupos políticos sigan maltratando a la soberanía popular con su desidia y su falta de responsabilidad. A mí ni se me pasaría por la cabeza impedir a un periodista informar de lo que se hace en la casa de todos (que es un derecho constitucional para el que da la información y para el que la recibe). Pero hasta Bono puede tener claro que ocupando yo su puesto, a fecha de hoy no sería por no haberlo denunciado que 4 magistrados del Tribunal Constitucional, 12 del Tribunal de Cuentas, 6 miembros del Consejo de RTVE y el Defensor del Pueblo siguieran sin renovarse porque los principales partidos de la Cámara tienen el sentido de Estado tan corto como los pantalones vaqueros de algunos informadores.

La fijación de José Bono con los ropajes en el Congreso no ayuda a que la ciudadanía tenga otra percepción más positiva del Parlamento. Entre escaños vacios, debates aburridos y parlamentarios poco trabajadores, esto del decoro en el vestir (las monjas obligan en algunos sitios a llevar falda plisada a las chicas y corbata y pantalón que pica a los chicos) es una soberana tontería que si acaso provoca la risa de los que cada día que pasa nos creemos menos el sistema.

Tres caras

Si la cara es reflejo del estado del alma, la de tres políticos regionales las semanas pasadas me parece a mí que advierte, además, cómo deben de andar en sus partidos, entre fiestas, sollozos y velatorios.

La cara de Revilla durante el discurso de investidura del nuevo presidente era la de estar en un funeral. A Revilla, desde la noche del 22 de mayo, se le ha quedado cara de figura de panteón. Estaba rígido, arrugado, ojeroso, tenso. Desde luego el trago no era para menos, viendo cómo se le ha escurrido el juguete mediático de la presidencia y se ve, con los suyos, volviendo al duro invierno de la oposición después de 16 años de verano de poder. Las reuniones del PRC tienen que ser un fiestón de la pesadumbre al compás del tintineo de las navajas que se abren con cada sucesión. Porque Revilla está tan agotado como su rostro, por muchos asaltos a Madrid que pretenda.

Las lágrimas de un Ángel Duque emocionado dejando la política después de una vida dedicada a su pueblo, son las del PSOE por el palo electoral. Duque ha sido un buen alcalde, un buen diputado, un hombre volcado en lo que siempre ha creído mejor para sus vecinos. Y a pesar de todo, le han pasado la garlopa en las urnas y le han mandado para casa. Vamos, como a tantos candidatos socialistas que han pagado el pato de un discurso nacional mal explicado y de la crisis que lo ha cubierto todo. Al PSOE le toca ahora superar el llanto con mucha autocrítica, generosidad inmensa y cero personalismos. Y después del análisis y la reorientación del rumbo, algunos, incluso de los que no han dicho nada, habrían de tomar el camino que ha tomado Ángel Duque.

La sonrisa sin fin de Ignacio Diego en su toma de posesión, y en la de su gobierno, es al mismo tiempo la de un triunfo que estoy seguro no esperaban, y la de la sensación de que las urnas les han hecho justicia. El PP está como embriagado de sí mismo, exultante y encantado de haberse conocido. Es normal, después de la machada de sacar mayoría absoluta donde todo el mundo creía (yo también) que las mayorías absolutas son imposibles. De todas formas, para gobernar hará falta que cambien la mueca, no sea que se les quede la risa, a ellos y a nosotros, congelada, o convertida en esa que da con los ataques de pánico mientras se sueltan los estómagos. Se juegan el crédito que los votantes les han dado, que suelen ser muy exigentes en el corto plazo y algo olvidadizos en el largo, y el presente más inmediato de Cantabria.

Pero y del TC ¿qué?

Parece ser que el presidente del Congreso anda dándole vueltas a cómo hacer para que los días de los plenos pasen de ser tres a ser dos. Una de dos: o la carga de trabajo del parlamento es poca, o no quiere Bono que a los diputados se les tensione el cuello de quedarse dormidos en los escaños. Ya se sabe, eso de que el trabajo de sus señorías que no se ve es mucho. Tanto que a veces los plenos podrían hacerse en un pasillo con cuatro sillas, porque no muchos más asientos del plenario aparecen ocupados.

También está a ver si consigue un acuerdo para eliminar los complementos a las jubilaciones para que después de no sé cuantas legislaturas, los parlamentarios que se jubilen cobren el tope, o algo así. Esto tiene toda la pinta de ser un brindis al sol, porque de tapadillo ya se meterán entre pecho y espalda alguna otra prebenda que les compense la pérdida (la ganancia en realidad, porque les están dando lo que no debería corresponderles).

Y mientras están con estas (y con lo de hacer público el patrimonio de diputados y senadores, que es otro apaño para aliviar la conciencia y hacernos creer que diputado y minero -o plantador de pepinos- vienen a ser parecido), el Tribunal Constitucional se les descompone entre las manos, incapaces de tener más perspectiva que la de sus ombligos -y sus culos-. No me extraña nada que la gente, sobre todo la más joven, pase de todo y cambie ir a votar por irse a la playa de botellón o a acampar entre cartones y sillones viejos a una plaza.

(Por cierto, que me importa un bledo que me tachen de demagogo o que digan que sólo hablo de una parte de la labor de los parlamentarios. Esto es lo que hay, lo que la ciudadanía ve, y lo que al fin y a la postre cuenta. Incluso si los diputados y los senadores se pasan el fin de semana en sus circunscripciones atendiendo a los electores, que no creo).

Opiniones libres