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Santander tecnológico

Me encanta que Santander gane premios. Cuantos más, mejor. Cuando yo era concejal, algunos vi guardados en la oficina de protocolo. Era divertido toquetearlos mientras te hacían algún papel. Imagino que los más importantes estarán en algún estante en el despacho del alcalde. Con esos no se puede jugar. O sí, pero sólo él entre retrato y retrato para la prensa.

Hace una semana nos han dado un reconocimiento con el que me de la risa. Con todo el perdón del mundo, pero es para mearse ver a Íñigo de la Serna recoger una distinción que nos reconoce como Ciudad de la Ciencia y de la Innovación. Porque Santander tendrá muchas cosas hasta buenas, pero de eso y promovido por el gobierno local del PP, pues no. En el ayuntamiento, los que mandan saben poco de tecnología, y la innovación es un concepto que les supera.

He buscado mentalmente qué podía haber llevado al jurado a creer que Santander es una ciudad innovadora, y francamente no he dado con nada. Porque espero que por haberse colocado temporizadores en los semáforos, que fallan más que una escopeta de feria, y paneles en algunas paradas del autobús para anunciar las llegadas, no haya sido. Lo del acceso wifi abierto en los edificios municipales y su entorno está muy pasado. En los del gobierno de Cantabria funciona hace años.

Tampoco habrá sido por el proyecto Smart para convertir Santander en la ciudad «más inteligente del mundo», del que el ayuntamiento pone el territorio y las risas en las fotos, pero con el que se la juegan la Universidad de Cantabria y la compañía Teléfonica. Ni por el Parque Científico y Tecnológico, que es una apuesta del Gobierno Regional que tiene el apoyo muy justo del consistorio, que ha hecho complicado su crecimiento en el nuevo PGOU.

Un medio regional de los que le hace el caldo gordo al alcalde y a los suyos, publicaba hace unos días las cifras principales de la inversión municipal. Encontré una partida prevista de 130.000 euros para programas de nuevas tecnologías, mas o menos el doble de lo que va a costar «reparar las bombas para las piscinas del zoo», que se llevan 71.000 euros. O sea, que o las bombas están muy rotas o el gasto en innovación es raquítico, que me da a mí que es lo que va a ser. Lo del programa Avanza Formación que han incluido en el presupuesto lo paga el ministerio, y la escuela-taller de contenidos digitales es para aprender a retocar y escaner fotos.

Total, que lo del premio ha tenido que ser por sorteo, y nos ha tocado de chufla. O han querido distinguir el compromiso de otros y se han confundido dándole el trofeo a De la Serna, que en este asunto de la ciencia y de la inteligencia tampoco se lo merece.

La innovación y el desarrollo tecnológico son los nuevos nichos de oportunidad del crecimiento económico. En Santander el PP no nos lleva por esa senda, así que este premio no debe ser para ellos.

Esas bolsas de 5 céntimos

Desde primeros de mes, en las cajas de las tiendas te preguntan si vas a querer bolsa para llevarte la compra. Cajeros y cajeras ponen cara de circunstancias y te dicen que es que ahora hay que cobrarlas. Si dices que sí, te meten 5 céntimos en la factura. Es por culpa de un nuevo impuesto para hacernos a los ciudadanos más ecologistas. A la fuerza de la cartera, vamos, como siempre que a la solidaridad y a la concienciación se le pone soniquete de caja registradora. Que no digo yo que no haya que fomentar eso de reducir la cantidad de plástico danzando por el planeta, pero que siempre paguemos el pato los consumidores va siendo ya un poco chusco. El cargo podía haber ido a las empresas que nos venden lo que hay que embolsar, para que se curren un poco las alternativas. Claro que eso pondría de uñas a los tenderos y a los fabricantes de bolsas de plástico. Desde luego, es más fácil meternos el muerto a los compradores, que tenemos pocos en los carritos de la compra. En el fondo quizá sea esto así porque a la vista de como están las cosas, los más imaginativos y resueltos para buscarnos la vida estamos siendo nosotros, que para ganar dinero ya están los empresarios.

Y además no sabemos a dónde van a parar los cinco céntimos de la bolsa que no nos queda otra que pagar el día que salimos con poca inventiva, o con los bolsillos pequeños para acaldar las compras. No estaría nada mal que los recaudadores nos certificaran que ingresan el dinero de nuestras bolsas de plástico en la caja del procomún que es la Hacienda Pública, y que los señores de la Hacienda Pública nos contaran el destino que le dan. Sus sueldos no cuentan. Estamos tan acostumbrados a que nos frían con impuestos, tasas y peajes con genéricas explicaciones del uso al que se aplican (eso del sistema de bienestar, la obra pública, y el sostenimiento del Estado está muy sobado) que nos las meten dobladas entre risas y juegos florales. La transparencia en el gasto de lo que se recauda con impuestos como este, que graban en nombre de una pretensión solidaria y de mejora de la vida en general , debiera ser tan obligada como joderse y acoquinar los cinco céntimos por bolsa. Trasladar el gasto a una actividad ligada a la búsqueda del compromiso solidario impuesto es aún más obligatorio.

 
Así que así estamos los consumidores: pagando bolsas a unos señores que no quieren ni asumir ellos el coste del nuevo sablazo impositivo, ni estrujarse el coco para buscar algo que las sustituya sin que las paguemos. Sin saber si de verdad se ingresa la pasta, ni en qué se utiliza lo recogido, pero solidarios, muy solidarios y ecologistas. Que a la fuerza ahorcan, vamos.
 
(PD. Ya nos podía mandar el ministro Sebastian un recalculó del no-toma-cafés para ver cómo se ajusta el ahorro en bolsas si nos llevamos la compra puesta con la subida de la energía).

Qué será de nosotros en 2.011

Estos primeros días de 2.011, los gimnasios se han llenado de excelsos cuerpos en busca de una rebaja de grasas a base de castigo en cinta, bicicleta, pesas y sauna. En el que voy yo he visto ya algunas caras, y algunas tripas, nuevas. Es uno de los propósitos que se hace la mayoría. El de dejar de fumar ya no tiene gracia, porque a la fuerza ahorcan. Los bares y las cafeterías huelen a otra cosa. Algunas a café, otras a lejía, algunas a cerrado, otras a personas. Las puertas de los locales están llenas de fumadores compulsivos incapaces de aguantar tres minutos sin pegarle a un pito. Supongo que con el paso de las semanas se les irá pasando. Quizá cuando vuelva a subir el precio del tabaco y se vaya poniendo prohibitivo.

A finales de enero, a medida que vayan llegando las facturas, tendremos que calcular cuántos cafés hay que dejar de tomar para pagar las subidas. Habrá que ver también en lo que se nos queda congelada la nómina para poder atinar fino en las cuentas. No vaya a ser que al final, por hacer mal las sumas, en vez de cafés tengamos que quitarnos de segundos platos. Yo sigo queriendo que el ministro Sebastián cuente dónde toma él los cafeses en Madrid, para pasarme un día de estos y dejar a su nombre el cañón de uno con tostada completa. A cambio, si quiere, le devuelvo alguna de las dos bombillas de bajo consumo que me ha mandando a casa. Total, apenas alumbran.

En abril tengo que ajustar el alquiler del piso en el que vivo. Ya me veo apurando más cafés para cubrir la subida, que no será inferior a los 15 euros mensuales. Para no confundirme, creo que le voy a mandar las cifras a Sebastián y que me diga él de qué me quito. Y luego en mayo el seguro del coche. Tendré que llamar como todos los años para que me expliquen cómo es posible que sin dar partes me suban la cuota, y engañarles con que me voy a otra compañía para rascarles 50 ó 60 euros (así como cuatro cafés). Luego toca el seguro del hogar, pero este no lo discuto, que para cuando llega estoy agotado de reclamar y que me den por el saco. El aviso de la subida viene en una carta muy amable que firma un director de departamento, llena de excusas muy bien armadas y que dan hasta pena rebatir. Más divertidas que lo del café, dónde vas a parar.

La verdad es que todos los años suena la misma canción de las subidas, pero en este el frío polar de la crisis hace que además haya mucho eco. Un céntimo más los sellos, así que ni cartas de queja vamos a poder enviar. Bueno, o sí, si nos quitamos el azúcar del primer café que no nos quitemos después del que hay que usar con la subida de la luz. Yo creo que 2.011 va a ser el año de Sebastián. No voy a dejar de pasar ocasión de meterme con él. Que no le pase nada hasta mediados de febrero y ya se nos haya hecho el cuerpo a los nuevos precios en todo. Y de todos modos alguien tiene que pagar el pato de que mientras el debe se nos va creciendo, el haber se ha quedado helado pero sin cucurucho. Zapatero no está para chistes, así que las chanzas para el ministro de Industria que es un cachondo.

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