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Ya ni café

Yo creo que además de una cartera de piel cuando les hacen ministros, a los que les hacen ministros debieran o regalarles un libro sobre lo conveniente de mantener la boca cerrada en según qué momentos, o pasarles un test de inteligencia social. Porque hay que ver lo inoportuno y lo asombrosamente imbécil que ha podido ser el ministro de Industria justificando la subida de la luz para 2.011. Tela merinera la tontería de que el 9’8% de estacazo que se nos viene encima en el recibo de enero es «poco más que un café». De verdad que al ministro Sebastian se le tenía que caer la cara de vergüenza después de decir esto y el presidente obligarle a pedir disculpas en la televisión en hora de máxima audiencia. Eso o echarlo a gorrazos.

Reconozco que Sebastian no me gusta nada. Aquella foto vestido con la camiseta de la selección nacional sujetando una bombilla para ilustrar una entrevista en un medio de comunicación nacional cuando tuvo la ocurrencia de regalarnos lámparas de bajo consumo, tiene que pasar a la historia de las ridiculeces más grandes que han podido publicarse. Y ya con esto del café ha terminado de cubrirse de gloria. A mi me encantaría saber qué ha pensado el ministro de sí mismo al releerse en casa por la noche. Puede que hasta haya ido a la nevera a abrirse una cerveza para premiarse por tener una salida de ese calibre. O incluso a ponerse un café de esos de monodosis, que así se ahorra consumirlo en la calle y tiene para la subida del recibo (ah, no, esto último no, que la electricidad de la casa del ministerio se la pagamos entre todos, así que habrá que dejar de tomar dos cafés, para nuestro incremento y para el suyo).

No me extraña que la derecha se frote las manos, si resulta que el mismo día en que se habla de retrasar la jubilación, a tres días de que a los pensionistas se les quede helada la pensión y a las madres se les dejen de pagar los 2.500 euros del cheque-bebé, a unos meses de que se esfumen las ayudas económicas para los parados sin derecho a subsidio, va el ministro de Industria y la caga soltando una chorrada como la copa de un pino que es, además, un insulto a la inteligencia (esta sí) de los ciudadanos que están cada día más jodidos y encima les suben la luz.

Relaciones nada políticas

Cuando alguien se dedica a la política, tener hermanos es una putada como un piano. También tener cuñadas, primos y hasta un tío en La Habana. Las relaciones filiales y los árboles genealógicos se llevan fatal con el trabajo en la cosa pública. Si el hermano o cualquier otro de la parentela es un quinqui que va luciendo afinidad familiar para sus chanchullos, al político se le ha caído el pelo y por aproximación acabará tan pringado de mierda como su pariente delincuente. Y si este no es un sinvergüenza, pues también le pasará, porque cualquier cosa que se curre y genere la envidia suficiente servirá para colgarle al político el sanbenito de mangante. Es lo que tiene la familia, que la mía siempre es la más honesta pero la del concejal, el diputado, el consejero, el ministro y hasta la del bedel del parlamento, seguro que algo se lleva por la patilla en una distracción.

Tampoco faltan los políticos fulleros que tiran de dinastía para sus trinques. Cuántas madres, tías y suegras septuagenarias figurarán sin saberlo en los registros mercantiles como dueñas de empresas SL y SA que son tapadera para los untes y los sises de corruptos electos o de nombramiento. Lo de los testaferros consanguíneos en línea directa y colateral es un recurso muy utilizado por chorizos con poltrona de medio pelo, que no llegan a los niveles de tener compañías offshore en las Islas Caimán pero que se hacen sus apaños con deneises prestados y firmas en blanco en transferencias internacionales. A veces la sangre tira mucho, y para qué buscar cómplices fuera de casa si con los del linaje se puede hacer cambalache en el desayuno, la comida o la cena, y salen más baratos.

La tercera desgracia es que la pareja también comparta ocupación, en la misma orilla o en la de enfrente. Si van en el mismo barco, esa caterva de incapaces que hay en todos los partidos políticos pululando por los pasillos por si cae algún carguito dirán que uno se aprovecha del otro para medrar, y viceversa, y que tienen una estrategia para asegurarse el poder. Y si militan en la confrontación, pues alguno saldrá escaldado por los chismes de portera de compañeros y enemigos poco cultivados sobre las oscuras intenciones del maridaje, y la desconfianza de los idólatras de la ortodoxia. Sea como sea, la pareja puede darse por jodida y camino de la picota para el despiece más descarnado.

Hacer compatibles libro de familia y dedicación pública es de una enorme dificultad que poca gente supera sin una primera página de escándalo en cualquier periodicucho de pueblo. Si la familia es honesta, algún capullo habrá que diga que no. Si algún pariente tiene los dedos largos, se los cortarán también al político. Y si la pareja se aplica a idéntico trabajo público, uno de los dos acabará en el río. Así que mala ocupación la política para tener familia.

 (Este artículo ha sido publicado en la página 4 de la edición del viernes 17 de diciembre del diario AQUI DIARIO CANTABRIA)

Controles y malas caras

Anoche me paró la Guardia Civil en un control preventivo de drogas y armas (eso lo supe después de un rato parado a los focos de las linternas y cuando ya me habían pedido el carné de conducir y los papeles del coche, y me había hecho salir de él). Esta gente hace su trabajo, que es protegernos de los malos, pero anda que no son desatentos y malencarados mientras lo hacen. Ni buenas noches, ni por favor, ni gracias, y la misma cara que pone al que le debes y no le pagas. Generan mal rollo con su actitud, que además me parece que muchas veces es discriminatoria y tendenciosa.

Me revolvieron el maletero sin volver a colocarlo, y me devolvieron la documentación desordenada, arrugada y fuera de la funda. Me hicieron colocarme en tres sitios distintos y encima replicaron de malos modos cuando me quejé de tanta vuelta. Que fueran las doce y media de la noche, hubiera un grado bajo cero de temperatura y no pudiera recoger la chaqueta para ponérmela y no helarme no les importó.

Delante de mí, en su coche, iba mi amigo, que fue cacheado y su documentación verificada por radio porque en el DNI dice que nació en Baracaldo y que vive en Bilbao. Si llego a preguntar seguro que o me llevo un bufido por curioso (algo así como “a ti qué te importa“) o me hubieran asegurado que era parte del protocolo y una casualidad. Mi amigo dice que le pasa mucho, y a mí no lo ha hecho nunca. O sea, que si sostengo que son prejuiciosos puede que no me equivoque en mucho.

Ojo, que no digo yo que no deba haber controles. Es por nuestra seguridad. Pero quizá otros modos en el trato no vendrían nada mal. Si a un empleado de Zara le exigen que sonría a los clientes, razón de más para la guardia civil (o la policía nacional o la local, que por el pelo andarán, seguro) lo haga también para no parecer siempre unos tipos que intimidad y dan miedo. El equilibrio entre seguridad y modales que no incomoden es muy fácil. Y para el que no sea capaz de hallarlo dejará de haber cursillos de empatía o trabajos administrativos que les eviten tratar con la gente.

Opiniones libres