Si la libertad de expresión es uno de los valores que a mi juicio sirven para medir, teniendo en cuenta cuánto se respeta y cuánto se ejerce, el buen funcionamiento de un sistema democrático, la pluralidad informativa es otra de esas piezas sin las que no parece que una democracia pueda estar completa. Cuanto mayor pueda ser el acceso de los ciudadanos a una información veraz y plural, que les permita formarse una opinión fundada y libre sobre el estado de cosas en el que se desenvuelve su vida cotidiana, de mayor calidad será también la convivencia y más engrasados estarán los mecanismos que la garantizan.
En unos tiempos en los que el vendaval de la crisis se ha llevado por delante en Cantabria a más de un medio de comunicación, y desde luego más allá de las razones que sostenían su existencia o de las que han dado sus dueños para justificar los cierres, con cada desaparición hemos perdido un espacio para la pluralidad. Es cierto que la comunicación informativa está cada día más ideologizada, que es difícil encontrar medios realmente independientes, que los partidos políticos tratan de muñir estrategias con los editores para dar más cancha a su discurso y menos al del contrario. La prensa forma parte activa del debate y marca muchas veces la agenda política. Pero no es menos cierto que, así todo, contar con el mayor número de opciones para acudir a buscar información y opinión con la que contrastar la propia, o de donde recoger elementos de juicio para poder tenerla, es una garantía de libertad tan amplia como la que brinde la oferta.
Y si tener múltiples posibilidades de acceder a la información y a muchos medios de comunicación es un síntoma de calidad democrática, Cantabria es más democrática ahora que viene a ocupar un hueco en el mercado informativo un nuevo diario, Aquí Diario Cantabria. Una aventura esta de montar un periódico en una región pequeña, donde están asentadas dos cabeceras históricas y trata de hacerlo desde hace dos años una tercera, que es un ejercicio de valentía profesional y empresarial, más en un momento en el que parece que el sector de la prensa tradicional debe tomar alguna iniciativa para recuperar el terreno que se le están comiendo la Sociedad de la Información y las nuevas tecnologías. Con el añadido, además, de que quienes la encaran lo hacen sin esconder el ideario progresista con el que pretenden barnizar su medio, y eso también es valiente en una comunidad donde hasta ahora la gente de izquierdas carecía de referentes en la prensa tradicional, que tiene en Cantabria muy definido su recorrido ideológico conservador y sus apoyos partidarios.
Con el lanzamiento de Aquí Diario Cantabria, la sociedad regional cuenta con más fuentes de las que recoger para formarse opinión, y de un nuevo canal al que acceder para expresar la que se tenga. Habrá quien desde su número cero decida que ni Cantabria ni los cántabros ganamos nada con un nuevo periódico en los kioscos. Incluso quien tome esa postura por el simple hecho de que sus editores, profesionales contrastados con muchos años de experiencia, son también reconocida gente de izquierdas. Pero hasta eso será la señal de que más información, y más opinión, es lo que hace falta para seguir mejorando las reglas del juego. Nunca la democracia pierde cuando más son los cauces de participación, de expresión o de simple información, y si cuando no los hay o todos tienen el mismo sesgo. Más pluralidad es más democracia.
(El número 0 de Aquí Diario Cantabria tiene fecha de 24 de junio de 2.010)
Mi padre está jubilado y cobra una pensión. No es jubilado del consejo de administración de un banco, así que no tuvo una indemnización milmillonaria. Tampoco llegó al máximo de pensión posible después de haber sido diputado dos o tres legislaturas. No tiene una SICAV que tribute al 1%, ni ha sido empresario con cuentas en las Islas Caimán donde esconder dinero negro de trapicheos con la administración. Mi padre es un obrero que estuvo currando casi cuarenta años para sacar adelante a sus cuatro hijos, y al que ahora le van a congelar lo que cobra.
No he logrado entender las explicaciones del Gobierno para justificarle a mi padre la medida. No comprendo cómo es posible convencer a un pensionista de que la congelación de su pensión no le supondrá pérdida de poder adquisitivo porque se hace en un contexto de baja inflación. Los precios en enero, y en febrero, y en marzo, y en todo 2011 subirán, mucho o poco, pero los jubilados dispondrán de la misma cantidad mensual para hacerlos frente. ¿Van a congelarse los precios de servicios básicos como el agua, la electricidad o el gas? ¿Va dejar de subir el precio de los carburantes, de la alimentación o de los vestidos? ¿Se va a quedar donde está el precio del autobús o de los medicamentos ¿El ocio va a seguir costando lo mismo? El pensionista tendrá igual disponibilidad económica que en 2010 para precios de 2011, más elevados, por mucho que desde el gobierno les hablen de contextos y bajo IPC. Lo mismo con lo mismo pero más caro, y precisamente ellos, que son una de las patas más débiles de la sociedad.
Tampoco acierto a ver la lógica de justificar la congelación con el hecho de que durante los años pasados las pensiones hayan tenido una importante revalorización. Como si haberlas estado ajustando al nivel de vida de entonces pueda servir ahora de excusa para frenar de golpe la mejora de la disponibilidad de los que las disfrutan. Volviendo a los precios de las cosas, éstos también se han revalorizado considerablemente, incluso con una subida del IVA para julio de este año de la que los jubilados no se escapan.
Las pensiones son el justo retorno económico del que deben disfrutar quienes han estado toda una vida trabajando y cotizando. Así lo perciben los jubilados como mi padre, para los que no suponen otra cosa que la devolución del dinero con el que mes a mes, y durante años, han contribuido a la caja de la seguridad social plenamente convencidos, y con razón, de que ello garantizaba su retiro laboral en condiciones dignas. No puede hablársele a los pensionistas de congelación, ni del Pacto de Toledo, ni de la insostenibilidad del sistema, sin que aprecien en ello un ataque directo a lo que entienden como un derecho directamente vinculado al deber de cotización que han estado cumpliendo durante mucho tiempo. Para los jubilados, recibir el reintegro actualizado de las aportaciones hechas durante su vida laboralmente activa es una cuestión de justicia que compensa un esfuerzo ya realizado.
Es cierto que la crisis sólo podrá superarse con la contribución responsable de todos. Pero no es menos cierto que no se puede imponer igual grado de compromiso a todos. Los jubilados que viven de una pensión esperan del Estado que mantenga el suyo de resarcirles como es debido de un sacrificio de muchos años asumido en la confianza de la justa compensación. Por eso, cargar contra sus pensiones congelándolas ni es justo ni puede invocarse como aportación solidaria a la hora sacar al país de su estado económico comatoso. Y esto, los socialistas debiéramos tenerlo tan claro como siempre hemos tenido que en la respuesta a las demandas de los más necesitados y el respeto a la situación ganada por los más débiles está nuestra seña de identidad progresista.
Una foto de los jugadores del Barcelona Ibramovich y Piqué (manos entrelazadas, cabezas ladeadas, piernas que se tocan, miradas de azúcar y miel) ha sido el centro de una ridícula polémica que ha removido el pastoso fondo del mundo del futbol, y ha dado rienda suelta a esos instintos impositivos de los que duermen con la camiseta de su equipo de futbol, que vienen a sostener, sin posibilidad de réplica, que en este deporte son los más machos, sólo hay machos, y todos son muy machos. Como la carga homoerótica del retrato era tan evidente, y esta sociedad nuestra es tan paleta, tiempo ha faltado para chistes, chirigotas, sandeces y muchas tonterías, con los pobres homosexuales otra vez en un plato de la balanza de la comparación, ahora con la hombría desbordada de los futbolistas.
Cuando han preguntado por el asunto a bramovich, que tiene la lengua muy suelta, poca educación, muchos prejuicios y quizá algo escondido en un armario, ha salido por donde al final salen siempre todos los machitos cuando se les tambalea la virilidad: ha soltado un exabrupto de hombretón de las cavernas, con todos los ingredientes de esa patética película que se montan los custodios de la esencia de la masculinidad más primaria y tradicional. No le han fallado las referencias ni al sexo ni a las hermanas, ni tampoco la falta de inteligencia ni la más supina necedad. El jugador ha perdido los papeles, si es que alguna vez los tuvo, y ha quedado como el más claro exponente de la nada sutil homofobia que hace del futbol un mundo tabú a cualquier insinuación sobre la orientación sexual de sus practicantes: solo heterosexuales de pelo en pecho (bueno, menos Guti que se depila porque es un fashion-wear, y Beckham y Ronaldo porque se lo exigen las marcas de calzoncillos que anuncian y que se venden muy bien entre los gays).
No sé cómo juega el sueco al futbol, porque no soy partidario (lo que viene a ser que no me gusta), pero sí me parece que es un chuleta de playa machista con tics de taberna al que no le vendría mal, entre patada y patada al balón, trabajarse el entendimiento para superar estereotipos.
En el mundo del balompié (suena más marica, por eso hay que decir futbol aunque se admiten la referencia pueblerina de furbol) hablar de homosexuales es abrir la puerta a la sorna de los que se creen que chutar una pelota por un campo de hierba es cosa de hombres genéticamente muy hombres, y a las salidas de tono de acomplejados como Ibramovich que defienden su hombría con sandeces y faltando al respeto. El futbol es así. Y está tan lleno de maricones como el resto de las actividades de la vida, por mucho que los tontos se empeñen en que es el único reducto que queda de pureza humana masculina, y capullos como Ibramovich acudan para justificarse de hacer manitas con un compañero a los espacios comunes de los palillos y el olor a fritanga.