La infanta, el duque y el Rey

La infanta.- La defensa de doña Cristina ha alegado que entregar las declaraciones de la renta que le pide el juez que lleva el caso Noós va en contra de su derecho a la privacidad. Cualquier estrategia que la infanta use para mantener su inocencia es legítima, pero eso no quiere decir que sea lógica, ni siquiera decente. En España tener un par de copias de la declaración del IRPF de años pasados es una necesidad. Para matricular a un chaval en la escuela,  para pedir una beca, para acceder a según qué ayudas públicas, hay que entregarla, y nunca hasta ahora había escuchado a nadie protestar con ese argumento. Hay excusas que solamente sirven para aumentar las sospechas. Esta de los abogados de la infanta parece una de ellas, inútil además, porque la Agencia Tributaria terminará haciéndoselas llegar al instructor, como es su obligación. Si el temor de la hija del Rey es que los números de sus tributaciones acaben en la portada de algún medio de comunicación, este camino sólo aumentará el interés de esos medios por conseguirlas, y el de la ciudadanía por conocerlas de cabo a rabo. Malo ponerse la venda antes de la herida, y mucho peor en alguien de su posición apelar a la intimidad.

El duque.- Lo de marcharse a Qatar como segundo del seleccionador nacional de balonmano del país árabe no se le acaba de arreglar al duque consorte de Palma. No tiene el título que hace falta. Cualquier otra componenda, que no descarto, sería una sinvergonzonería y un desatino. El emir de Qatar y nuestro Rey son amigos. Colocarlo allí con calzador sería un vulgar apaño para que don Iñaki deje de sentir en el cogote el aliento de la prensa y de los ciudadanos que le insultan por la calle. Urdangarín es carne inevitable de banquillo. Sacarlo de España con pasaporte diplomático, considerando lo profundo que han calado sus delitos (presuntos) en el estado de ánimo nacional, es una tontería. Las chorizadas que carga a las espaldas no van a perderse en el imaginario colectivo por mucha arena que se le ponga de por medio. Y poniéndola, alguien, o muchos, podrán decir con toda la razón del mundo que se larga y se le deja largar por ser quien es. No digo yo que no tenga que ocuparse con decencia en algo remunerado que le sirva para mantener sus finanzas familiares, pero que lo busque por aquí, como los otros 6 millones de parados. Qatar suena muy fino, y no está él para finuras.

El Rey.- Dicen que don Juan Carlos anda como loco por ponerse a andar como antes. Ha retomado su agenda pública, porque así demostraría que está como un toro y que sigue siendo el rey. La verdad es que desde que se cayó en Botsuana pegando gatillazos a los elefantes, el hombre no levanta cabeza. Cada paso que han dado en su Casa para mejorarle la imagen, tan tocada como su cadera, ha sido hábilmente contrarrestado por alguna desgracia. Qué país el nuestro más funesto. Un elefante, una princesa que no es princesa, un yerno ladrón y una hija tonta (o muy lista, quién sabe), han dejado al titular de la Corona a los pies de los caballos. El Rey lleva un año yendo de un disgusto a otro, pasando entre medias por el quirófano. Y no mejora. La estrategia de ponerlo a enfriar por si la ciudadanía aligera la mala leche que se la ha puesto para con el monarca no funciona. Los elementos están en su contra. Hasta los partidos han tenido que salir a echarle una mano, que en los tiempos que corren no son ni con mucho los mejores fiadores. Ojalá se le pase todo pronto, lo de la salud sobre manera, porque lo otro tiene un color más feo.

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