Expediente a Rosa Inés

Los defensores del pensamiento único del PSOE de Cantabria, siempre que sea el suyo, le han abierto un expediente disciplinario a Rosa Inés García por una tribuna publicada en un medio regional sobre el PGOU de Santander.

Rosa Inés es un animal de la política que lleva toda la vida diciendo lo que piensa, sin cortarse un pelo. También lleva varios años en la orilla crítica a la dirección de su partido, poniendo su enfoque ideológico y su opción orgánica a votación de la militancia, unas veces ganando, otras perdiendo, y algunas otras más ofreciendo pactos y consensos. De Rosa Inés podrá decirse lo que se quiera, bueno y malo porque es una mujer que no deja indiferente, pero no que se esconda detrás de las medias tintas ni que se quede callada cuando cree que tiene que opinar.

Le pese a quien le pese, Rosa Inés es un referente indiscutible del socialismo cántabro, mientras que los que ahora la quieren fuera son figuras de última hora que han dado muchos tumbos y pasado la mano por muchas espaldas para llegar a una ejecutiva o para posar el culo en un sillón del parlamento. Y mientras la seña de identidad de quien ha sido de todo en el PSOE regional es no querer que se estanque un proyecto que se agota de pura mediocridad, la de los que quieren expulsarla es la incapacidad para construir su intrahistoria de otro modo que no sea a base de purgas, exclusiones y mucha mezquindad.

Trabajar con Rosa Inés García es muchas veces difícil. Yo lo he hecho, y dejado de hacerlo cuando mis discrepancias con ella eran insalvables. Tiene personalidad, y una compleja visión de la política como actividad que tiende al agotamiento de quienes la rodean. Y también ella ha pasado más de una factura cuando estaba al mando, dejando a muchos en la cuneta de sus aspiraciones políticas. Pero desde luego no es recibo que ahora le señalen la puerta de salida los que lo hacen, ni tampoco que lo hagan con la excusa con la que lo hacen. Aquellos han medrado con las mismas tretas que históricamente les han servido para acusar a García de ser el peor de todos los males del PSOE. Y su discrepancia con las posiciones oficiales han sido siempre públicas y descarnadas, en ocasiones hasta el insulto. No cabe mayor cinismo, ni mayor despropósito.

El PSOE de Cantabria tiene muchos problemas, pero no creo que Rosa Inés García sea uno de ellos. La libertad de pensamiento y de expresión son la base para la construcción de cualquier proyecto colectivo. Discrepar en una tribuna de opinión no parece argumento suficiente para enfrentar a nadie a su expulsión de la organización que lo construye. Salvo que quienes la alienten, como los que ahora lo hacen con Rosa Inés García, no sean capaces de propuestas que vayan más allá de la exclusión y la venganza. Los que han impulsado su expediente llevan años inhabilitados para nada coherente en el Partido Socialista.

(Me di de baja del Partido Socialista el 3 de diciembre de 2.011, después de 20 años de militancia y de llegar a la conclusión de que con algunos de los ruines que ahora mandan, no merece la pena compartir ni el fichero de órdenes de pago de las cuotas. Así que ahórrense los que quieren echar a Rosa Inés García pensar a cambio de qué escribo esto.)

Democracia de comparsas

Llueven chuzos de punta en España. Desde hace meses, la política se ha vuelto una tragedia. O una comedia, según el ánimo con el que se mire. Y la ciudadanía, que está harta, ha dicho que basta, que así no, que con estos no, que con ella no cuenten. El entorno de la paz social, eso que es lo primero que los que han tenido que gobernarnos quieren preservar a toda costa, incluso de la nuestra, se ha quebrado, y no hay colectivo que no haya hecho de la calle el espacio para la protesta.

Sin embargo, pese al percal, los que dirigen los partidos se han puesto de perfil (más de perfil si cabe) y siguen haciendo lo de siempre: mirarse el ombligo, proteger sus regalías, apuñalarse entre ellos por mantenerse, y decir que tururú. Los que mandan viven una ensoñación de la realidad tan patética a veces como las explicaciones que dan para las ocurrencias que tienen. La soberbia paternalista con la que se dirigen, y nos dirigen, les ha dejado a la altura del betún sin opción alguna de redención.

Superar este estado de cosas requiere un cambio, que tiene que ser radical para ser creíble, y porque es además lo que exigen los ciudadanos. Un nuevo modelo de relación entre representantes y representados, en el que estos sean los que de verdad señalen las prioridades y marquen los horizontes a alcanzar. Un nuevo sistema de partidos auténticamente abiertos y participativos, donde escuchar sea la norma y no la excepción. Un nuevo compromiso de representación que fije claramente que incumplir lo prometido tiene consecuencias, y otra forma de ejercerla, más sincera, más responsable, más leal, más cercana, que anteponga de una vez por todas lo colectivo a lo personal, y en la que se entienda que la delegación del poder ni es absoluta ni puede prescindir de la ciudadanía. Expresarse en las urnas cada cuatro años no da derecho a los elegidos a ignorar hasta la siguiente elección a quienes los eligen. La democracia es un continuo que no admite recesiones temporales.

De todos modos, mucho me temo que si algo cambia será para que todo siga igual. Los mandatados para sostener nuestro bienestar, y acrecentarlo, no están por la labor. Que la crisis es lo que nos ciega es su argumento, y la osadía con la que defienden que es el tiempo de los números, su coartada para seguir impasibles sin hacer nada. Nunca las intenciones de los políticos estuvieron tan insultantemente lejos de las necesidades de los ciudadanos ni de sus reivindicaciones. Han decidido que nos equivocamos con lo que pedimos porque no sabemos, y que cuando todo mejore entenderemos que son ellos o el caos.

Tengo un amigo, liberal él, que dice que me he vuelto muy vitriólico. También me he convertido decididamente en un escéptico. Los políticos de hoy nos tienen embargado el futuro, que no sólo pasa por hacer que dejen de rugir las tripas por el hambre. Recuperar la dignidad de la política y hacer creíble su ejercicio no está en sus agendas, por mucho que en la calle se les conmine. Esta obra tragicómica, que en realidad es más un sainete, la demandan como suya, y a nosotros nos han dejado el papel de la comparsa.

La Ryanair de O’Leary

Reconozco que me entretiene volar con Ryanair. Hace años que se me quitó el miedo a los aviones, así que que los suyos vayan justos de fuel, con las ventanillas de los pilotos selladas con cinta americana, o no esté nada claro que los chalecos salvavidas y las máscaras de oxigeno estén donde dicen que están, es parte de la aventura. El ceremonial de embarque es de las cosas más surrealistas que se pueden ver en un aeropuerto (esa gente aplastando la ropa en la maleta para hacerla del tamaño de los hierros donde las comprueban) y la teletienda de a bordo (la palma es para los cigarrillos electrónicos), lo más hilarante. Y todo por un precio que al final de módico suele tener poco.

Si Ryanair no tuviera a O’Leary tampoco sería lo mismo. La compañías con ejecutivos estirados de corbata y traje gris marengo no son tan divertidas. O’Leary es un payaso con todas las letras, histrionismo, macarra y soberbio, que cada vez que habla escupe un par de tonterías. Y no sé por qué, pero eso hace que crezca el número de compradores de billetes en la web de la aerolínea. Al menos eso sostiene él, y es lo que le da pié a seguir siendo un impertinente. Una foto suya haciendo el imbécil es la mejor publicidad que puede conseguir para su empresa.

Los gobiernos regionales son muy responsables de que la compañía aérea esté donde está en cifras de vuelos y pasajeros, y por supuesto de ingresos. O por decirlo de otro modo, ha sido el dinero público que le han regalado a chorro el que le garantiza el éxito de sus cuentas. Y ha dado igual que hayan dejado pasajeros tirados durante días en aeropuertos del extranjero, que anulen vuelos porque no tienen suficientes aparatos, que tarden días en sustituir los averiados, que vuelen con los requisitos de seguridad aérea bordeando los límites legales. La pasta les ha llegado al tiempo que las fotos de los políticos recibiendo conexiones internacionales en sus aeropuertos de provincias, como si llegaran los americanos. La Comisión Europea está estudiando las ayudas de las administraciones autonómicas por ilegales en el marco comunitario, esas que se han encubierto como contratos de promoción turística a cambio de un banner en la web o un articulito sobre la artesanía local en la revista que reparten a bordo (y que aún no cobran por leer). Pero sea cual sea la decisión de Bruselas sobre el asunto, estoy seguro de que Ryanair se las arreglará para seguir haciendo caja. O´Leary siempre ha sido muy persuasivo cuando ha amenazado con dejar los aeropuertos  donde opera como el de Castellón si decae el flujo de euros entre los presupuestos regionales y su compañía, algo que la demagogia política provincial no puede permitirse.

El concepto de low cost aéreo ha permitido a mucha gente salir de casa. Por poco dinero, hoy se puede visitar el extranjero viajando en avión. Ryanair es una compañía líder en este negocio, pero lo es a costa de muchas cosas, entre ellas la controversia y el escándalo, que ya forman parte de sus señas de identidad. Ahora que tiene abierta una investigación por hacer aterrizajes de emergencia con sus aviones por ir cortos de combustible, no estaría de más que las autoridades nacionales les reubicaran en su sitio y les bajaran un poco los humos. Y de paso que las administraciones regionales se replantearan el gasto en subvencionarla de tapadillo sin más requisito que mantener las conexiones.  No están las cosas para juegos de apuestas ni con el dinero público ni con la seguridad aérea.

Opiniones libres