La puta economía, y pasarlas putas

Están los tiempos que son una putada. La crisis acogota y está dejando al borde del abismo a mucha buena gente emprendedora que va a terminar quedándose sin un duro que meter en la cartera. Y será culpa de los mercados, de las burbujas, de la prima de riesgo, o del sursuncorda, que igual da que da lo mismo. José Manuel e Israel tienen una academia de enseñanza desde hace casi diez años. Se han dejado ahorros y la piel en darle forma y ritmo. Han sido honestos, serios y rigurosos, han cumplidos con todos. Y ahora, la torpeza de los gobernantes, esa caterva de estómagos agradecidos que se pasan el tiempo muerto pariendo tonterías que nos hunden más si cabe en el lodo de las dificultades, y la saña endiablada por hacer dinero de los cuatro ricos de turno incapaces de moderarse hasta para ganar más, les están poniendo a los pies de los caballos y haciéndoselas pasar canutas.

En este país donde no se dice la verdad ni al médico, alguien con un par debería contar las cosas como son, en voz alta, y con una caja de fusiles a la espalda para repartir y por lo que pueda hacer la turba cuando se entere bien de lo que pasa. Alguien debería explicar que con toda esa cantidad de dinero que el Estado está dando a los bancos, que sale de nuestros impuestos, para que saneen sus cuentas, los Botines de turno están engordando sus cuentas de provisiones por si acaso sus negocios (los suyos, no los nuestros) se van tan a la mierda como los de los autónomos y pequeños empresarios sin Urdangarines en sus consejos de administración. Que no se da crédito, que es la razón última del saneamiento nacional, y que sin crédito no hay consumo que valga. Que eso de la contracción de la economía viene a ser algo así como que el poco dinero que circula por ahí se queda en casa, en un cajón, y que ni Dios se atreve a gastarlo porque los de los trajes gris marengo y las corbatas azul claro generan menos confianza que el pirata Barbarroja a la puerta de una joyería. Y que sin circulación monetaria, ni consumo, los negocios de la gente honrada (los de los no honrados son sólo un entretenimiento) duran lo que se tarda en bajar la persiana.

José Manuel e Israel, y tantos como ellos, no se merecen lo que les está pasando. En realidad, nadie nos merecemos lo que está pasando, porque no es culpa nuestra. La mala gestión de las grandes empresas, la avaricia de los bancos, y por encima de todo la ceguera crónica de los políticos, son los que no han arrastrado a unos a las colas del paro, a otros de nuevo a casa de sus padres, a muchos a contar en céntimos lo que se puede gastar cada día, y al país a la ruina. Y lo peor de todo es que cuesta ver luz al final de un túnel que hacen y deshacen media docena de sinvergüenzas a su antojo e interés sin que nadie de esos que tienen la culpa vaya a la trena por mangantes, desgraciados o simplemente imbéciles.

Dos fotos de campaña

Las campañas electorales dan para muchas fotos, sobre todo de candidatos a los que cuesta recordar hablando de lo que hablan o visitando los sitios que visitan antes de serlo. Es ley de vida, tanta como que después del día de las votaciones, la mayoría de ellos, por no decir todos, desapareceran hasta las siguientes, «y si te he visto, no me acuerdo». Ahora, que si se miran bien, además de este remedo de película de fantasmas, las fotos de campaña dejan otras muchas perlas.

Que me perdonen en el PSOE (o no, que son muy libres de eso y de más), pero dos fotos de las suyas estos días son el paradigma de esos despropósitos, leves eso sí, a los que se llega por la falta de cuidado o el exceso de entusiasmo. En una se puede ver a la candidata Gallego acompañada de muchas mujeres con las manos abarrotadas de bolsas de plástico que van sacando de un carro de la compra que empuja otra mujer. Nos hemos tenido que acostumbrar a que en el super nos pregunten desde hace casi un año si queremos bolsa para llevarnos la compra, y a que nos la cobren si decimos que sí, porque el gobierno anterior fijó una tasa por su consumo para fomentar la reutilización y de paso fortalecer el sentimiento ecologista de los ciudadanos (cartera por delante, claro).

Cuesta entender que a los que se les ocurrió lo del cobro junto con los regionalistas las usen ahora en su campaña para repartir la propaganda, y no sería raro que alguien les pregunte si han pagado la tasa. La otra paradoja visual, la del carro de la compra, las mujeres y las bolsas, que de haberse parado a pensarlo un poco la exdirectora general de la Mujer, que por cierto sale en la foto, no hubiera permitido, la dejo «a beneficio de inventario», no sea que tenga una explicación que no alcanzo ahora a encontrar.

La otra foto seguro que es fruto de un desafortunado descuido, y lo que yo veo lo sea del vitriolismo que me achaca con cariño el director de este medio. En un paseo de candidatos por el Barrio Pesquero, el número dos al congreso por el PSOE parece que está como tirando del revoco de una de las fachadas, ayudando a que se caiga antes de lo que ya lo están haciendo ellas solas. Vaya por delante que ni el joven Casares ni los socialistas tienen la culpa del abandono del barrio por parte de las instituciones, y que lo está dejando hecho unos zorros. Pero la pose en la que le ha pillado el fotógrafo está a medio camino entre la que provoca la inocente curiosidad de un chiquillo, y la que resulta de estar demostrando algo que es evidente sin necesidad de reforzamientos. La foto, en cualquiera de los dos casos, no creo que le haga bien, teniendo en cuenta que tampoco está saliendo en muchas, centrada como está la campaña en la número uno al congreso.

Las campañas electorales se parecen cada día más a las que monta cualquier marca comercial para vender sus productos. El marketing y la imagen cuentan más que los programas y las propuestas. Por eso debe cuidarse lo que se quiere que salga en una foto y lo que no, porque mucha gente será con eso con lo que se quede, más que con el mensaje. Estas dos fotos de los socialistas dicen lo que seguro que ellos no quieren que digan, más allá de lo que hubiera en las bolsas que repartían o de lo que les contó a los vecinos de El Pesquero el candidato Casares. Para evitar eso, basta con poner más atención y más cuidado cada vez que haya un objetivo delante.

La carpeta

No sigo las comparecencias de la comisión que investiga lo de GFB, pero una foto de la de Ángel Agudo me ha llamado la atención: llevaba sus apuntes en una carpeta de Correos, de donde es presidente desde hace unas semanas. La colgué en tuiter, y algunos de mis seguidores más cachondos apuntaron que quizá el exconsejero se había acercado al Parlamento en una Vespa amarilla, y que incluso pudiera haber regalado sellos conmemorativos a los diputados de la comisión. Para que luego digan que el sentido del humor y la mala baba es sólo cosa del sur.

Foto original: DM

Usar carpetas corporativas es una costumbre de todas las empresas, que saben que una imagen cuidada y un marketing bien calculado juegan un papel esencial en la captación de negocio. También en las instituciones es normal que las haya, y que se usen. Los altos cargos las llevan con sus papeles a reuniones y comparecencias, porque dan más seriedad que una de las de gomas de toda la vida con el asunto o el nombre de la institución escritas a mano en la portada. Eso queda para los particulares que no tenemos título nobiliario. Y quizá también debiera haberlo sido, en este caso, para Agudo, que no deponía en sede parlamentaria como responsable del ente del que llevaba una carpeta. Ya hubiera estado mal que hubiera usado una de la consejería de la que ya no es responsable, pero ir con la de Correos parece un poco una chulería. Incluso estando como estoy seguro de que no había más intencionalidad que la práctica de llevar los documentos a resguardo.

No es baladí el asunto, por mucho que pueda parecerlo. No sólo porque estas cosas valen un dineral (la unidad no, pero el conjunto sí, y en tiempos de crisis se percibe más), sino porque trasladan la sensación de que cuando alguien llega a un despacho oficial hace tan suyo todo lo que conlleva que termina arramblando hasta con las gomas de borrar. ¿Qué pintaba una carpeta de Correos en el Parlamento de Cantabria? Nada. Los papeles podían haber ido sueltos, o en una comprada para la ocasión y costeada por el compareciente, y no pagada con dinero público, como la que usó.

Estas cosas, por desgracia, terminan siendo tan cotidianas que nadie les da importancia. Seguro que el exconsejero de Economía tuvo toda su atención puesta antes de comparecer en recoger lo más exactamente posible lo que quería decir sobre GFB a los comisionados, y que ni se percató de lo inadecuado de llevarse debajo del brazo una carpeta del ente que ahora dirige. Lo que pasa es que de tan mecánico que se hace, al final no es difícil que la gente piense que en esto de coger y usar se empieza por una carpeta y se acaba por algo de haya en la caja.

Opiniones libres