El ruido de las limpiezas

El ruido es el mal social de este siglo. La sociedad se ha vuelto ruidosa sin miramientos, pero ruidosa literalmente. El ruido se ha convertido en un fiel acompañante de todo lo cotidiano en una espiral que no descansa ni por la noche. Ya no hay respeto, sólo hay ruido: mi vecino de puerta pone la televisión al volumen que le da la gana, como si viviera en una casa en mitad de la nada; mi vecina de arriba, que debe ser patosa además de ruidosa, deja caer los zapatos a la una y media de la mañana y corre de una habitación a otra, y se pone a exprimir a las seis y media; los de enfrente han tenido otro niño, y los aullidos del chiquillo se escuchan desde el portal. Una fauna auditiva de lo más completa, en resumen.

Hace dos semanas, un viernes a las tres de la madrugada, nos despertó un ruido que parecía el de un tanque al ralentí esperando en la calle. No lo era. Era una furgoneta del servicio de limpieza de calles de la ciudad, con un motor a toda pastilla escondido en sus entrañas, que daba gas a una manguera de agua a presión con la que dos operarios limpiaban los artilugios de recogida neumática de basura. Como si fuera un lunes a las 12 del mediodía, vamos. Seguro que el invento camioneta-motor es además un apaño de algún ocioso de la empresa concesionaria. La broma duró cuarenta y cinco minutos, que dedicamos unos cuantos vecinos a contemplar el espectáculo desde las ventanas antes de regresar a tratar de seguir durmiendo.

A diario, sobre las once y media de la noche, los cacharritos que limpian las aceras, que echan tanto humo como una locomotora de carbón y hacen el ruido de dos lamborghini, también se suman a la retahíla sonora del no dejar descansar. Y quizá porque en algo tienen que tener entretenido al personal, que no será porque la calle se ensucia en el intervalo, la máquina vuelve a pasar en el entorno de las seis.

Una vez por semana, también con un camión con motor entripado, se baldean las aceras con agua a presión, y bien de ruido, para que el vecindario no nos olvidemos de que ahí está el servicio de limpieza al servicio del ciudadano, aplicándose al objetivo de la salubridad medioambiental dejando Santander como una patena. Eso sí, a costa del oído, del descanso, de la paciencia y de la salud mental de los que pagamos el servicio.

O sea, que como con el tráfico, el claxon de los coches atascados, los gritos de los locos por la calle y el runrún de la vecindad no tenemos bastante, ahora, por mor de la limpieza, el servicio de limpieza viaria y de recogida de basuras de Santander, como pomposamente se anuncian en su web, ha decidido poner más instrumentos en la orquesta. Quizá estaría bien que el ayuntamiento, que a la postre es el responsable último de mantener unos estándares aceptables de bienestar social en el que debe ocupar un espacio propio y bien defendido la calidad sonora de la ciudad, se entretuviera un poco en vigilar que estas cosas no pasaran. Que las empresas que gestionan servicios públicos como el de la limpieza no lleve motores escondidos en las traseras de furgonetas escupiendo humo (contaminando) y emitiendo más decibelios de los razonables. Porque el ruido también es un déficit para el medioambiente, por muy reluciente que tengamos recoge-basuras y aceras.

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1 comentario

  • By Libertario, 22 marzo 2010 @ 18:31

    D.Victor…!que oído¡

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