Niños con mala educación
Cuando yo era chaval y salía con mis padres de terrazas, cualquier molestia a los que ocupaban las mesas aledañas a la suya con nuestros juegos (somos cuatro hermanos, tres con edades condensadas en dos años y medio) iba acompañada de un severo castigo. Eran otros tiempos, los de los curas de La Salle dándote capones si alborotabas en clase, y los de tu padre dándote más si se enteraba. Cuando la hora se pedía por favor y diciendo señor, y en los bares todavía te ponían un vaso de agua porque había mesura para pedirlos y con uno nos arreglábamos tres.
Ahora los padres, cuando salen de paseo, pasan de sus hijos y de lo que hagan. Y que no se te ocurra llamarle la atención al energúmeno que está dándote pelotazos o correteando por tu mesa, que lo mismo al que le parten la cara es a ti. El sábado, un grupo de señores y señores le reían la gracia a un par de críos que habían sorteado la valla y estaban aupados a la “Rosa de los Vientos” en Piquío, un monumento de piedra que ya estaba allí cuando yo nací y que si está protegido será por algo. El domingo, a la hora de la siesta, un puñetero niño chino iba corriendo por mi calle intentando atrapar pájaros dando unos alaridos como si lo estuvieran matando. Por la tarde, en una terraza donde me habían cobrado 10 euros por dos batidos, me tuve que cambiar de mesa para librarme de dos criajos que se tiraban un balón con nuestras sillas de portería mientras sus papás ligaban el uno con la otra dos metros más allá.
No hay respeto. Los niños son maleducados y están mal educados, y sus padres son unos irresponsables egoístas que para abstraerse de la carga de tener hijos les dejan a su libre albedrío para que les soportemos los demás. No digo yo que haya que regresar a la época en la que a los padres se les trataba de usted, o cuando un buen bofetón se llevaba el aplauso unánime de progenitores y maestros, incluso cuando los cinturones de piel se estropeaban más por pegar zurriagazos a diestro y siniestro que por apretar pantalones, pero un poco más de cintura para que niños y niñas no molesten tanto ya podía volver a haber. Me conformo con no tener que ser yo quien les llame la atención por hacer el bestia a mi alrededor, que no les soporto ni tengo por qué hacerlo. Y que quede claro que la culpa es de los padres, que los niños niños son.