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Niños con mala educación

Cuando yo era chaval y salía con mis padres de terrazas, cualquier molestia a los que ocupaban las mesas aledañas a la suya con nuestros juegos (somos cuatro hermanos, tres con edades condensadas en dos años y medio) iba acompañada de un severo castigo. Eran otros tiempos, los de los curas de La Salle dándote capones si alborotabas en clase, y los de tu padre dándote más si se enteraba. Cuando la hora se pedía por favor y diciendo señor, y en los bares todavía te ponían un vaso de agua porque había mesura para pedirlos y con uno nos arreglábamos tres.

Ahora los padres, cuando salen de paseo, pasan de sus hijos y de lo que hagan. Y que no se te ocurra llamarle la atención al energúmeno que está dándote pelotazos o correteando por tu mesa, que lo mismo al que le parten la cara es a ti. El sábado, un grupo de señores y señores le reían la gracia a un par de críos que habían sorteado la valla y estaban aupados a la “Rosa de los Vientos” en Piquío, un monumento de piedra que ya estaba allí cuando yo nací y que si está protegido será por algo. El domingo, a la hora de la siesta, un puñetero niño chino iba corriendo por mi calle intentando atrapar pájaros dando unos alaridos como si lo estuvieran matando. Por la tarde, en una terraza donde me habían cobrado 10 euros por dos batidos, me tuve que cambiar de mesa para librarme de dos criajos que se tiraban un balón con nuestras sillas de portería mientras sus papás ligaban el uno con la otra dos metros más allá.

No hay respeto. Los niños son maleducados y están mal educados, y sus padres son unos irresponsables egoístas que para abstraerse de la carga de tener hijos les dejan a su libre albedrío para que les soportemos los demás. No digo yo que haya que regresar a la época en la que a los padres se les trataba de usted, o cuando un buen bofetón se llevaba el aplauso unánime de progenitores y maestros, incluso cuando los cinturones de piel se estropeaban más por pegar zurriagazos a diestro y siniestro que por apretar pantalones, pero un poco más de cintura para que niños y niñas no molesten tanto ya podía volver a haber. Me conformo con no tener que ser yo quien les llame la atención por hacer el bestia a mi alrededor, que no les soporto ni tengo por qué hacerlo. Y que quede claro que la culpa es de los padres, que los niños niños son.

Salivazos por la calle

Hace unos días, mi amiga Melecia me hablaba de lo cerda que es la gente aquí (bueno, ella no dice eso, porque es muy correcta en el hablar. Ella dice cochina, lo de cerda lo digo yo). Melecia es española pero nació en Chile, y se vino de allí hace 22 años con otros parámetros culturales y educacionales. Así que eso de ver escupir por la calle le trae por la calle de la amargura. Con mucha gracia, se preguntaba si la gente ensaya para lanzar el esputo justo al sitio al que parece que quieren hacerlo. Por si era una paranoia de mi nativa americana favorita, he estado fijándome y tiene razón: la gente escupe y la gente es muy cerda.

Yo estudié en un colegio de curas, donde a reglazo limpio (el General ya había muerto, pero allí no debían haberse enterado; de hecho, recuerdo todavía la revolución que se armó y las caras de susto y de congoja cuando ganó el PSOE las elecciones de 1.982) nos enseñaban que por la calle no se escupe, que no se tiran papeles, que la mierda del perro se recoge, que la basura se tira por la noche, que la nariz se suena con un pañuelo. Esas cosas. Así que yo lo tengo muy interiorizado, como Melecia. Y como a ella, me llevan los demonios por la falta de educación que puebla hoy nuestras calles.

Y no es cosa de la juventud descarriada (la juventud siempre está descarriada. Llevo oyéndolo desde que yo lo era, y el discurso no ha cambiado ni un ápice, aunque sí los que lo van haciendo, cada vez más arrugados como pasas). Los viejos también lo hacen. Las señoras no, es verdad, pero no hay hombre, chico o grande, joven o mayor, que no vaya dejando gargajos por cada esquina. Ni tampoco es culpa de la LOGSE, que algunos que estudiaron urbanidad en las clases del Movimiento, muy muy talluditos ellos, también son expertos en lanzar el salivazo. Que caen, por cierto, siempre donde más se ven, y por tanto, donde más asco da.

Gorrinos de dos patas ha habido toda la vida. Es el sino de una sociedad donde algunos dan más valor a llevar los cromados del coche echando más brillos que una corista en un estreno que a mantener las calles limpias y a cumplir unos mínimos estándares de respeto cívico. Solo que ahora, cuando se pone mucho foco en la limpieza de las ciudades y la salubridad colectiva como uno de los aspectos de la sostenibilidad y del bienestar colectivo (no entiendo cómo no lo fue así siempre), los cerdos parece que se ven más. Falta educación por la calle, y respeto. Y sobran puercos que tiran papeles, no recogen su basura y encima escupen. Estaría yo por sugerir a los colegios que retomen lo del reglazo en la mano al que se salga del camino de la decencia urbana y a los agentes del orden que rebusquen en las normas porque alguna tiene que haber que permita multar a los guarros.

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