En estos días se están haciendo las candidaturas para las elecciones generales de noviembre. En el PSOE hay mucho revuelo, porque con las expectativas que se manejan ni todos quieren, ni caben todos. Algunos ministros y ministras salen por patas, históricos cabezas de lista se quedan a dos velas porque el señor Rubalcaba quiere colocar a los suyos, y los números son tan justos que no hay asientos para cubrir todas las necesidades. Las mujeres y los chavales de Juventudes se han quejado de que no les dejan puestos de salida, y muchos de los que llegaron con ZP ponen morro porque les acomodan demasiado abajo.
Hacer listas cuando pintan bastos es muy complicado. No se pueden perder apoyos territoriales, lo que obliga a severos cambalaches al candidato principal. Pero también hace falta que el grupo de gentes que salgan reflejen capacidades para aguantar el frío que hace en la oposición. Hay que contar con la sabiduría de los que estaban, y con la que se les supone a los que aún no, esos que tienen lo que se llama la proyección. Si cuando sopla viento a favor el brillo de las dagas suele acompañar el hacer de listas, hay que imaginarse cuánto deslumbran los cuchillos cuando la cosa va chunga, que es el momento propicio para cobrarse facturas y hacer nuevos clientes.
La lista del PSOE en Cantabria esta vez no lleva cuneros. Sus cabezas salen del municipalismo, que es el ámbito más cercano para hacer política de verdad. Y los que les acompañan son valores en alza, que siempre dan a las propuestas que tiene que ver con las personas idea de largo recorrido. Caen chuzos de punta, con lo que no parece que el resultado vaya a ser muy bueno. Bastará con que sea digno para los nuevos, y no lastre el futuro de los sobresalientes que van con ellos, porque los meritorios en política que no triunfan, o tienen papel de secundarios toda la vida y nunca terminan haciendo un protagonista, o son fruto de cuotas que tampoco nunca consolidan en el balance.
Hace años estaba de moda tener un gay en el grupo de amigos. Le daba aire cosmopolita y de distinción. Los grupos «con un marica» siempre han estado a la vanguardia de la modernidad y la progresía. También es frecuente que cuando alguien se ve necesitado de justificar su posición sobre la homosexualidad ante un homosexual apele a que conoce a algunos, que además «son magníficas personas». El adorno en un caso es la falta de coraje para reconocer reparos en el otro. Y las dos cosas, el rebozo con el que muchos esconden los traumas que gays y lesbianas les provocan.
Hace unos dias, dos chicos gays fueron expulsados de un local de Santander por mostrarse cariñosos. Sus caricias rompían ese equilibrio heterosexual de los golpes en el pecho, y perturbaban la verdadera conciencia de los camareros del tomacopas, que por el día es una cafetería para nobles ancianas del Santander de toda la vida. Cuando de fiesta dos hombretones de gimnasio se acercan demasiado entre sí, lo que dicen que hay es competencia animal. Si lo hacen dos chicos con una estética que les cuelga el sanbenito de gays, incluso aunque no lo sean, el corral se revuelve y lo más cómodo es ponerles en la calle.
La homofobia es un mal de la inteligencia. Entre la gente con formación y cultura, hasta la más conservadora, el respeto a la diferencia es un valor en sí mismo. La mofa de taberna y los chistes cuarteleros sobre homosexuales son muy propios de quienes se mueven por la fina frontera de la estupidez. Y desalojar de cualquier sitio público a dos personas del mismo sexo que se regalan afecto es directamente cruzar el límite para dejarse caer en el patético espacio que ocupa la más incontestable de las imbecilidades. La mediocridad intelectual tiene estos riesgos.
Cada vez que un tonto se mete con un gay o una lesbiana, los gays y las lesbianas ganamos en madurez, aunque duela, y la sociedad da un paso atrás en el dibujo de su convivencia. Y si además lo que hacen es echarlos de un garito porque su imagen confronta con el machismo de caverna, tan español y que vende tanto, lo que tenemos que hacer los demás es dejar de ir a ese sitio y recomendar que no se vaya. Yo ya lo he hecho.
José Bono es un tipo singular. A mí me parece un resabido que habla con ese lenguaje de cura castellano entre chistoso y polvoriento que evoca el olor a cuero rancio y a moho. No estoy muy seguro de que pueda tenérsele en el PSOE por un líder de opinión, por mucho que casi le ganara a ZP la secretaría general. Yo creo que cansa un poco con sus sentencias y su darse importancia, pero vamos, que si sigue por ahí arriba será por algo (a veces tener ocupado a alguien con alguna cosa menor es la mejor manera de quitárselo de encima para lo importante).
Ha dado tanto la murga con el asunto de la corbata del ministro Sebastian, que yo, que no soy nada partidario de don Miguel (esa foto con la camiseta de la selección española y la bombilla de bajo consumo es digna de un poster de taller de reparaciones), he terminado por sentirme solidario. Hasta había pensado enviarles a ambos unas corbatas de Unquera. A Bono para que se endulce un poco la vida, que de ir tan tieso y tan regalado de sí mismo un día le va a dar un bajón de azúcar. Y al ministro, pues para que se lo tome a guasa y en el próximo responso que le caiga del presidente del Congreso tenga con qué pasar mejor el trago (el orujo que lo ponga él).
Y a cuenta de la corbata, el plomo de Bono, con eso tan ñoño del decoro en el vestir, ha ido a caer sobre los periodistas, a algunos de los cuales ha expulsado del Parlamento por no ir suficientemente arreglados. El presidente persigue pantalones, faldas y camisetas por los pasillos, mientras deja que los grupos políticos sigan maltratando a la soberanía popular con su desidia y su falta de responsabilidad. A mí ni se me pasaría por la cabeza impedir a un periodista informar de lo que se hace en la casa de todos (que es un derecho constitucional para el que da la información y para el que la recibe). Pero hasta Bono puede tener claro que ocupando yo su puesto, a fecha de hoy no sería por no haberlo denunciado que 4 magistrados del Tribunal Constitucional, 12 del Tribunal de Cuentas, 6 miembros del Consejo de RTVE y el Defensor del Pueblo siguieran sin renovarse porque los principales partidos de la Cámara tienen el sentido de Estado tan corto como los pantalones vaqueros de algunos informadores.
La fijación de José Bono con los ropajes en el Congreso no ayuda a que la ciudadanía tenga otra percepción más positiva del Parlamento. Entre escaños vacios, debates aburridos y parlamentarios poco trabajadores, esto del decoro en el vestir (las monjas obligan en algunos sitios a llevar falda plisada a las chicas y corbata y pantalón que pica a los chicos) es una soberana tontería que si acaso provoca la risa de los que cada día que pasa nos creemos menos el sistema.