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EL FUNCIONARIO ANDALUZ DE SAN SALVADOR

37 historia

Paquito es otro de los personajes que aparecen en este retablo del paisaneo de San Salvador. El nombre con diminutivo le viene por la manera cariñosa con que lo llamaba Georgina, su mujer, desde que se hicieron novios, la picardía y la coña rural allerana hizo que desde entonces tuviera esta singular manera de apodarse hasta el resto de sus días.

Don Francisco Moreno llegó por los años treinta a San Salvador como administrativo del juzgado comarcal de Aller. Había nacido en un pueblo de Jaén y como buen funcionario judicial de su época vivía de un sueldo pequeño, por lo que se vio obligado a completar la carrera judicial casándose con Georgina, una rica solterona del pueblo.

El acento andaluz, el porte y la ingenuidad hicieron el resto para que pronto fuera objeto de las bromas de los más avispados de las gentes del pueblo.

Don Francisco Moreno es bajito, regordete, mofletudo, podemos decir que abultaba más a lo ancho que a lo alto. Tenía una cara perfecta para estrellar sanjuanes[1], tan colorada como las manzanas de la pomarada de Serafín que parecía que estuviera irritado en el semblante. Tenía la cabeza ancha, el cuerpo grande y las extremidades cortas.

Desde que se casó con Georgina comenzó a gastar traje y sombrero, su apariencia externa cambió hasta lograr la de un apoderado de buen torero de su tierra, más que la de un funcionario famélico.

A partir del casorio Georgina no permitió que lo llamaran Paquito, sino don Francisco. De poco sirvieron estas pretensiones de la señora porque en el pueblo nadie lo conocía por tal.

Paquito se dejaba convidar por los paisanos que venían al juzgado comarcal a por algún certificado o partida judicial, para que de este modo se aligeraran los trámites burocráticos. Este comportamiento le dio cierta fama de funcionario gorrón en el chigre de Machote que era el que más frecuentaba en el pueblo. Machote, que sabía de este defecto de Paquito, protestaba por lo bajo mientras lo servía e iba aumentando el tono de su protesta cuando el alcohol había hecho su efecto en el funcionario judicial y en el tabernero. Estos enfrentamientos lingüísticos entre los dos personajes hacían la delicia de la clientela en el chigre de Machote.  Paquito, cuando ya estaba saturado de alcohol, aprovechaba para contar sus delirios de grandeza andaluza. Todo el mundo sabía que de Andújar sólo había traído un traje raído por las articulaciones y una maleta de cartón más vieja que el traje, ceñida con cuerdas de esparto para que no se desparramara. Las discusiones con Machote y las alucinaciones de riqueza de Paquito completaban el rato de sainete de la clientela del chigre.

Paquito pasaba las vacaciones de verano en Andújar, presumía en el pueblo jiennense de lo bien que había casado en Asturias y de las muchas propiedades de las que disfrutaba, pero estos relatos en boca del señor Moreno tomaban unos límites tan insospechados que se apartaban de la realidad.

Arturo, el tío pobre de Ricardo, acompañaba muchas veces a Paquito en sus correrías por los chigres del pueblo, sabía, mejor que nadie, el defecto que tenía de vanagloriarse en exceso de sus antecedentes genealógicos y de las riquezas que poseía. Arturo también tenía conocimiento de la vida que Paquito hacía en Andújar en sus vacaciones veraniegas, que frecuentaba diariamente el casino del pueblo, que disfrutaba en exceso mientras contaba sus grandezas a la tertulia más selecta de la sociedad andujareña. Arturo que era un bromista importante urdió, convenció y acordó con Paquito que le enviaría una serie de telegramas a su nombre con la dirección del casino andujareño, haciéndose pasar por administrador de sus propiedades asturianas, de ese modo Paquito podría aparentar a sus anchas en su pueblo andaluz.

Los pueblos pequeños no tenían telégrafos por lo que los telegramas se recibían de viva voz en la centralita de teléfonos del pueblo, que los pasaban a unos impresos al uso que había en aquella época. Este método traía como consecuencia que, muchas veces, se enteraran de las noticias primero los vecinos que el  destinatario.

Don Francisco Moreno se fue de vacaciones y preguntaba todos los días al conserje del casino si tenía algún recado para él, porque estaba ansioso por recibir los telegramas de su amigo y fraudulento administrador. Cuando llegó el primero de los mensajes lo abrió delante de los amigos andujareños, lo enseñó con orgullo a cuantos se incorporaron a la tertulia para que tuvieran conocimiento de la misiva. El texto decía así:

- Venta manzana pomarada de arriba doscientas mil pesetas. Saludos respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.

El segundo de los telegramas tenía el siguiente texto:

-  Venta manzana pomarada de abajo trescientas mil pesetas. Saludos respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.

Paquito estaba tan satisfecho y confiado por lo bien que Arturo cumplía lo pactado que cuando llegó el tercero de los telegramas, simuló que había olvidado los lentes, entregó el impreso a uno de los contertulios para que lo leyera en voz alta, de esa manera todos los socios del casino se enterarían de la misiva. Así lo hizo y el contertulio leyó con solemnidad el texto del telegrama:

-  Roto tonel llagar. Inundación pueblo. Urge tu presencia. Saludos

respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.

Machote decía de Paquito que además de faltosu era un babayu[2].

 



[1] Sanjuanes, pasteles rellenos de crema.

[2]  Babayu, fatuo, engreído, que presume sin razón o más allá de lo que es aceptable por el decoro.

 

RICARDO, EL SOBRINO INTERESADO

 


 Historia

 

Cuando alguno de los amigos me pregunta por la impresión que yo tengo al observar la diferencia de trato de algunas personas en el cargo, durante el cargo y después del cargo político, siempre recuerdo a Ricardo, el sobrino interesado, que es como yo llamo a este paisano y vecino de un pueblo cercano a San Salvador.

 

Ricardo venía periódicamente a la capital del concejo por razones de trabajo y entonces aprovechaba  para cumplimentar a su tío don Ernesto, que era como él lo llamaba. Ricardo tenía en San Salvador a dos familiares directos; uno rico, que era el mencionado don Ernesto, y otro pobre, también tío carnal, pero que él llamaba Arturo a secas, es decir que le retiraba de un plumazo el tratamiento familiar y el de cortesía que usaba con don Ernesto.

El tío don Ernesto era un indiano viudo de una de las hijas más ricas del pueblo, desde la muerte de su mujer vivía acompañado de su criada de toda la vida, de una hija de Ricardo que hacía de ama de llaves y de acompañante familiar.

Por los años cincuenta quedó vacante la alcaldía en Ayuntamiento de Aller y don Ernesto fue nombrado alcalde del Concejo. Hasta entonces don Ernesto llevaba una vida ordenada y rutinaria, pero las exigencias del cargo le hicieron cambiar las costumbres tacañas que le había impuesto su difunta mujer. Había hecho las Américas en Cuba y tenía el gusto de un buen habano después de las comidas. Antes, doña Delfina jamás le autorizaba fumar delante de ella, ahora encendía un veguero con otro. Antes no bebía una copa de un buen coñac más que los domingos después de comer, ahora cuando se le antojaba. No conoció otra mujer que doña Delfina, ahora gozaba lo que podía. Era un hombre feliz salido de la Inquisición de doña Delfina, que en gloria esté. ¡Que feliz era el tío don Ernesto!.

Ya viudo, con el cargo de alcalde recién estrenado conoció y se prendó de una funcionaria con la que cortejaba a hurtadillas fuera del pueblo. Pronto los rumores del posible casorio de don Ernesto llegaron a los oídos de su sobrino Ricardo que temió por las esperanzas hereditarias para su hija.

Arturo, el otro tío carnal de Ricardo, que era un hombre de economía más modesta, cargado de hijos, con un gran sentido del humor e ingenioso para los ripios satírico-burlescos de los acontecimientos del pueblo, puso en boca de Ricardo estos versos:

 

Si es verdad que te casas

Y bien lo dan por seguro

Dejaré de llamarte tío

Como hago con Arturo.

Las mismas impresiones que tuvo don Ernesto con la reacción de su sobrino Ricardo, son las que algunos expolíticos sienten con algunas gentes de igual filosofía.

 

MACHOTE, EL CHIGRERO MÁS FAMOSO DE SAN SALVADOR

35 historia

 

 

Machote es uno de estos paisanos míos que ya presenté y hablé de él con ocasión  del pasaje de la confesión de Serafín con don Feliciano, el canónigo. Machote es un vecino al que yo guardo mucho cariño, igual que a su mujer y a sus hijos.

En aquella ocasión Machote sirvió de transmisor oral, a modo de juglar medieval, para que no se perdiera esta vivencia que yo os he contado.

Machote había venido a vivir a la capital del concejo a finales de los años cincuenta o principios de los sesenta; natural y vecino de Felechosa, ferroviario de mantenimiento del Vasco-asturiano en la línea que hacía el recorrido entre Oviedo y Collanzo.

Cuando llegó a San Salvador cogió el traspaso de un chigre[1]propiedad de Benjamín el carnicero. Era una taberna relativamente moderna porque llevaba pocos años en funcionamiento. El mostrador estaba enfrente, según asomabas por la principal, entre dos puertas, la de la izquierda que entraba a la cocina, la de la derecha que salía al comedor y se comunicaban. El resto del local estaba lleno de mesas de estructura de hierro con encimera de mármol blanco con sillas y bancos de madera sin respaldo arrimados a las paredes laterales.

Machote, como su nombre indica, era grande, fuerte y simpático. Cuando tenía alguna copa de más presumía de su fuerza y virilidad  haciendo profesión de machote. El orgullo por el apodo fue tal que lo exhibió en el toldo que embellecía la terraza: Café – Bar Machote, lo mismo que en las cajas de sidra.

Machote regentaba personalmente la parte de chigre del bar, mientras que su mujer preparaba las comidas y su hija atendía a los clientes en el comedor. Pronto Machote, con la buena marcha del negocio, dejó la profesión de ferroviario y se dedicó en cuerpo y alma al bar.

Machote tenía costumbre, por las tardes cuando ya el alcohol había hecho su efecto, echar discursos, decir algún chascarrillo y contar historietas como la del canónigo, todo ello adornado por los vulgarismos fonemáticos involuntarios que usaba con toda naturalidad, de los que ya hice mención en el  citado apartado.

Evitaba la presencia de su mujer durante el parloteo. Pero algunas veces la aparición inesperada de su mujer producía enfrentamientos dialécticos entre la pareja que hacían la delicia de la clientela. Los más pícaros intervenían a favor de la mujer para excitar la incontinencia verbal de Machote que siempre zanjaba la discusión exigiendo a su mujer respeto jurisdiccional del territorio con estas palabras:

-      Tú gobierna p´allá- señalando a la cocina -que p´acá gobierno yo-señalando al chigre.

La mujer obedecía resignada no sin antes advertirle el ridículo que estaba haciendo ante la clientela con estos epítetos:

-      ¡ Gochón ¡ ¡ Borrachón ¡ ¡ Tontón ¡

El poder coercitivo de la ley

Machote recibía con agrado a los estudiantes del pueblo cuando llegábamos de vacaciones y siempre nos tenía preparada la última historia que entendía que podía hacernos gracia. Estaba muy agradecido porque nosotros hubiéramos divulgado sus hazañas más allá de los límites del concejo.

-      ¿Sabéis el incidente que tuve con unos chavalinos de Mieres?

-      Cuenta Machote, cuenta…

- Yo estaba hablando con mi mujer cuando vi entrar por la puerta a dos mozucos muy repeinaos, con muncha conversación y que con descaro me decíen:

¡Machote! ¡ponnos dos copes de coñac!.

Ya nun me gustaron les palabres ni los prójimos y vi que se habíen confundío de establecimiento y de paisano. ¿Qué confiances son eses?, dije yo pa mi.

A Machote no le gustaba que le llamaran por el apodo más que los conocidos y los del pueblo que le caían bien, y continuó contándonos:

Aunque nun me gustó el tratu púseyos les copes y di la vuelta pa poney un café a Pepín el Pucheru, ya sabéis lo pesau que se pon y nun callaba con el petitoriu, pero cual ye mi sorpresa cuando veo por el espejo de la estantería, que aunque está puercu fai serviciu, que uno de ellos empuja adrede una de les copes y tírala al suelu. Hay niñín donde te metiste, dije yo pa mi. El rapaz con todo el descaru del mundo va y me diz:

¡Paisano cayóseme la copa!.

Yo sin rechistar cogí la botella, pusei otra copa y agarré la ley – un cayau grande que tenía encima de la estantería –  púsela encima del mostraor y dijei:

Ahora invitavos la casa, pero con una condición, que nun caiga ni una gota, nun se vaya a enfadar la ley.

Terminó la historia con la siguiente reflexión ética-machotil:

-Nun ye por na pero el cayau anque nun ye Dios fai milagros.


[1] Chigre, establecimiento dedicado principalmente a la venta de bebidas y comidas.

TRIGÉSIMA CUARTA HISTORIA – LA EXPRESIVIDAD DE COLASA

Foto1

Colasa es una mujer que le resulta más difícil fingir sus emociones que exponerse al genio de su marido. Este rasgo de su carácter la llevó más de una vez a sufrir algún percance de convivencia con otras vecinas menos expresivas que ella. Me refiero a los muchos apoyos lingüísticos que utilizaba en su lenguaje coloquial con las vecinas que no respetaba y que ella denominaba fulixa [1].

A propósito de la expresividad emotiva de Colasa, os quiero mencionar el incidente que le ocurrió en una ocasión con una vecina del pueblo que apodaban “La Campanona”. Su nombre era Rosita, el mote de “La Campanona” le venía por su fama como juglar indiscreto de las noticias del pueblo.

Normalmente las vecinas del pueblo sacaban la basura por la noche, la depositaban delante de su casa, solían ser las cenizas de la cocina de carbón y los pocos desperdicios de la comida. Jaime, el barrendero las recogía de madrugada en su recorrido diario.

Colasa observó que algunos días aparecían esparcidas las cenizas y los desperdicios delante de la puerta de su casa con  el caldero boca abajo, a modo de sombrero. Colasa madrugó para hacérselo saber a Jaime el barrendero, de esta manera indagaba lo ocurrido. Jaime, el barrendero le aseveró que cuando él llegaba ya estaba desparramado el recipiente, a la vez que le hacía saber que él sólo tenía obligación de desocupar los calderos no de llenarlos. Colasa volvió a casa muy pensativa y urdió  espiar por la noche para averiguar la razón de su desgracia. Así lo hizo y dio con la causante de la fechoría. No era otra que Rositona, la campanona, vecina con la que no se hablaba desde una discusión que habían tenido en el lavadero del Boleru. Colasa, al ver a su vecina, salió de casa como toro de toriles y encarándose con Rositona le pidió las  explicaciones de aquella afrenta.

Los gritos de la discusión fueron tales que el sereno del pueblo apareció para poner calma y silencio a las dos vecinas. El municipal llegó al lugar, justo en el capítulo de insultos en los que el Colasa era especialista por excelencia, sin enterarse de la causa de la disputa. Quiso cortar por lo sano y lo saldó con una multa de cien pesetas a Colasa, que era la que  más alborotaba, por alteración del orden público con blasfemias.

No quedó aquí la cosa. Al día siguiente, Colasa apareció en el Ayuntamiento a presentar su protesta oral ante el alcalde. Don Ángel, el alcalde, que ya sabía del altercado por el agente municipal, la interpeló sin más, como primer saludo, con una buena perorata sobre su mal comportamiento y peor ejemplo ante el vecindario. Colasa intentaba meter baza, pero el alcalde se lo impedía, mientras continuaba con su reprimenda. Yo creo que el alcalde lo hacía más que por la amonestación, por provocar la incontinencia verbal y el ingenio de la vecina. Colasa ya harta de la filípica del alcalde le dijo:

-  Mire, señor, dexeme hablar porque sinon crío papu. Lo único que pasó ye que la hija de puta de Rositona, la campanona, tírame les cenices, los desperdicios y la mierda delante de la puerta de casa.

-  ¡ Colasa ¡. Vuelve usted a blasfemar. – Reprendió el alcalde con tono de censura-.

Colasa sacó un billete de cien pesetas del bolsillo del mandíl y lo depositó, muy ufana, sobre la mesa del despacho del señor alcalde y le contestó:

- Tenga estes cien pesetes porque voy a necesitales pa decir quién ye Rositona, la campanona, sinon quién ye el guapu que retrata a esta muyerona sin blasfemar más de una vez.

Esta expresividad natural de Colasa y la simpatía que el alcalde tenía por ella provocó la risa en el regidor del concejo.



[1] Fulixa o folixa, canalla, gente ruin.

Vigésima historia: parroquia de San Salvador de Cabañaquinta

Fotos modernas:

Iglesia parroquia de San Salvador de Cabañinta

Ayuntamiento de Aller en Cabañaquinta, capital del Concejo

Vista panorámica de la Villa de Cabañaquinta

Vista panorámica de San Salvador de Cabañaquinta en 1919

La plaza de la Villa con la casa de los Quijano en la parte izquierda en 1950

Carrera ciclista durante las fiestas de Nuestra Señora del Rosario en 1964

San Salvador de Cabañaquinta es la capital del Concejo de Aller. Es una villa pequeña que tiene zona rural y un término más urbano, pero en definitiva un pueblo. Aunque, por accidente, había nacido en la capital siempre me he sentido de mi pueblo. Los niños en los pueblos tenemos un mayor contacto con  la naturaleza y con el entorno. Conocemos y distinguimos mejor la fauna y flora, así como los distintos pasos en el mundo vegetal y animal. Reconocemos las distintas aves, cómo y dónde anidan según la especie, o las distintas clases de árboles por el tipo y tiempo de hoja. Es un aprendizaje de generación en generación. Se va pasando de jóvenes a niños a través de la escuela, los juegos y la convivencia.

San Salvador de Cabañaquinta es un pueblo metido en un valle que se ensancha desde el río Aller, que corre, bordeando el final de la ladera del monte Renorios, hasta la falda de la Colladona.

La carretera de la Laviana es el mejor observatorio para contemplar el pueblo en vista panorámica. Es una carretera famosa porque a través de ella se comunican los dos valles mineros  más importantes de Asturias; el del río Caudal y el del río Nalón. También le viene la fama porque, en los tiempos de la posguerra,  fue territorio que frecuentaban los maquis, o los huidos al monte, que era la manera como el pueblo los llamaba.

La curvona es un lugar singular y privilegiado en esta carretera para divisar el pueblo desde lo alto. Es la primera curva más pronunciada, que está a un kilómetro del pueblo y asciende en tan poco recorrido unos trescientos metros por encima de él. Este trayecto hasta llegar a la curvona es un paseo agradable, porque el trazado de la carretera de la Laviana se dibuja a todo lo largo y ancho de la ladera sur de la montaña hasta llegar a la cumbre que se denomina el Alto de la Colladona.

Desde la cima hasta Pola de Laviana se extiende el valle de la Aldea Perdida que describe, en la novela del mismo nombre, el escritor asturiano  don Armando Palacio Valdés. A mí me gusta más el valle de San Salvador.

Es una carretera muy soleada en la que caminas muy a gusto durante las cuatro estaciones del año, pero de una manera especial en la primavera.

Todos los años inicio la subida con alegría pero siento pronto en las piernas lo empinado del camino. Se hace necesario el primer descanso en el muro protector de la calzada, justo enfrente de la pumarada de Serafín, víctima éste del primer hurto de manzanas de todos los niños del pueblo. En este lugar disfruto contemplando el deslinde, entre carretera y pomarada, cuajado de rosales con flores blancas y rojas a lo largo de toda la zarza.

A partir de aquí existe una zona más sombría por las copas de los árboles a ambos lados de la carretera que impiden con las hojas el paso de los rayos del sol.

Más adelante llaman la atención los restos de un viejo cargadero de carbón, que contrasta con el verde fresco que lo invade por todas partes.

Sigo caminando hasta enfocar los últimos metros para llegar a la curvona. Esta curva más pronunciada no tiene muro protector, porque la franja que mira hacia el pueblo sobresale como un amplio balcón natural donde  puedo descansar y a la vez contemplar el inmenso, hermoso y atractivo cuadro de San Salvador de Cabañaquinta.

Destacan en esta vista panorámica tres pinceladas paralelas de arriba abajo que enmarcan la parte derecha de este gigantesco paisaje. La verde transparente salpicada de espuma blanca del río Aller,  mojando la ladera del monte Renorios, pegada al marco derecho del lienzo. La plateada y reluciente de las vías del ferrocarril que corren paralelas al curso del río. Y la pincelada negra más ancha y centrada, la carretera general que divide al pueblo en dos zonas; la rural al lado izquierdo y la más urbana al derecho.

En la parte más centrada de la zona rural destaca la mancha rojiza de los tejados apiñados entorno a la plaza del pueblo. Me atrae no sólo por su colorido sino porque instintivamente busco el tejado de la casa de los Quijano donde pasé toda mi infancia.

En la parte superior de la pintura aparece la iglesia del pueblo, con la imagen sobresaliente del Sagrado Corazón de Jesús con los brazos abiertos,  como queriendo abrazar  a todos los feligreses de San Salvador de Cabañaquinta. Avisto por encima y detrás de la Iglesia,  el cementerio que se posa sobre una pequeña loma luciendo los mármoles blancos que resaltan en la parte superior del lienzo.

El resto de la parte rural está salpicada a lo largo del margen izquierdo del cuadro por los dos barrios sobresalientes. El barrio de la Vallina en la parte más alta y el del Barrero a la altura de donde estamos, centrado y bajando disperso hasta la gran mancha rojiza de la plaza.

En la zona más urbana del pueblo distingo la torre del Ayuntamiento del Concejo con el viejo reloj coronado por la campana y los jardines que rodean el edificio, justo en el centro de este hermoso paisaje a la orilla derecha de la carretera general.

La naturaleza humana, animal y vegetal de las cuatro estaciones del año ponen el colorido, la música y el ambiente, para mí sugestivos, en la vida de San Salvador de Cabañaquinta.

Decimoquinta historia: Poema de la sidra

sin-tituloLa cantina de la estación del Vasco- asturiano en San Salvador es uno de los lugares que frecuentábamos habitualmente la gente joven del pueblo, pero de una manera especial los que estábamos estudiando fuera, que aprovechábamos durante las vacaciones para pasar el rato en la tertulia  de Prada. Continuar leyendo »

La decimocuarta historia: El substrato religioso 7. La Virgen del Rosario

scanLa Virgen del Rosario, Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682)

Museo nacional del Prado, Madrid, España.

La conmemoración de la fiesta de Nuestra Señora la  Virgen del  Rosario fue instituida por el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1571), victoria atribuida a la madre de Dios, invocada por la oración del rosario. El papa designó el siete de octubre de cada año para conmemorar esta fiesta cristiana. Es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios. Continuar leyendo »

La Decimotercera historia: La Foguerona de San Juan

La plaza de San Salvador era el lugar de celebración de la noche de San Juan, donde se prendía fuego a la hoguera, la “foguerona” de San Juan, como así se llamaba en toda la comarca del alto Aller.

En Asturias no es la hoguera exclusiva de este día, aunque sí es ritual generalizado en la noche del 23 de junio. A. del Llano[1] descubre la costumbre de encender la “foguera” la víspera de la fiesta del pueblo, delante de la iglesia o ermita. En Aller el fuego es inherente a las fiestas, hasta el punto de que por extensión, la “foguera” forma parte del conjunto de manifestaciones públicas que tienen lugar el día anterior a la festividad.


[1] Llano Roza de Ampudia, A de, Del folclore asturiano, Oviedo 1977.

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La Duodécima Historia: La Fiesta del Gallo en la Escuela de San Salvador

01La escuela juega un papel importante en estos recuerdos de mi infancia.

La época del segundo grado en la Escuela de San Salvador la veo con más claridad, porque ya tenía entre siete y ocho años. Conservo la fotografía de la clase con la figura de don Juan, el maestro, sobresaliendo por encima de todos nosotros.

Don Juan era como un personaje sacado fuera de su época, muy alto, al menos así lo recuerdo, tenía el bigote poblado de canas, un hombre muy corpulento y bonachón que daba miedo sólo una vez al año, cuando ya acabábamos con su concienzuda paciencia. Continuar leyendo »

La Undécima historia : El substrato Religioso 6. Los veladores alegres

Esta conducta plañidera, ya en desuso, de las mujeres del alto Aller en los entierros, contrastaba con el proceder más alegre y poco edificante de los veladores en las casas de los fallecidos. En este caso los hombres eran los protagonistas de velar a los difuntos desde la media noche hasta la madrugada. Las mujeres y vecinas de la familia eran las que preparaban café  y proveían de anís y coñac en abundancia, para que no faltara de nada a los sacrificados trasnochadores. Esta práctica solía jugar alguna mala pasada a los familiares del muerto cuando se excedían en su generosidad con los licores. Continuar leyendo »

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